Sus ojos, que me miraban desde tan lejos y a la vez más cerca, encerraban ese ser que no se atrevía a salir.
Mil veces me pregunté por qué alguien cuya mirada hechizaba a tantas mujeres, quería quedarse para siempre allí, en ese eterno color.
Tal vez esté asustado – Pensé –-
Supongo que estás cansado después de haber recorrido el mundo en tan poco tiempo –- Le dije, y pregunté de inmediato: – ¿acaso estás triste? – Deberías salir y ver el mundo... allá afuera los árboles, los prados, los bosques se tornaron grises. Resulta un poco triste ver, pero creo que deberías unirte a nosotros, que rogamos al cielo que todo sea como antes.
Y mientras yo hablaba, noté que algo inexplicable, como un temblor tal vez turbaba el brillo de su mirada. Y entonces lo recordó; salió corriendo, sin despedirse, sin hablar: No se había dado cuenta que el verde de la naturaleza se había enamorado del verde de sus ojos. Desde ese momento va recorriendo el mundo poco a poco, lentamente, para tratar de devolverle al mundo el color verde que un día, sin querer se llevó.