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El sol penetraba por entre los huecos de aquella cabaña. Poco a poco fue iluminando toda su piel, acariciando sus senos redondos que se elevaban dulcemente aquella mañana, aquella suave piel coronada por dos pequeños pezones que parecían alzarse como dos jóvenes flores buscando el cobijo del sol.
Su boca, cálida y fresca como aquella mañana de primavera se mostraba entreabierta, dejando escapar los últimos suspiros que la iban sacando de los últimos placeres del sueño.

Poco a poco, se fue despertando embrujada por el sol de aquella mañana. Estiró su cuerpo al sol y se dirigió hacia el río. Su cuerpo, desnudo bailaba por el bosque mostrando a la madre tierra todo el poder de su creación, era como aquellas ninfas que cantaban a lo largo del río.
Soltó su larga melena, cuyos últimos rizos llegaban a rozar sus firmes nalgas, lentamente, se fue sumergiendo, se sentía observada, le aguardaría aquella mañana la visita que de vez en cuando recibía.
Miraba su reflejo en la limpia agua del río, de repente su reflejo desapareció, el suave viento comenzó a estremecer su piel, dos suaves manos se posaron sobre sus hombros y el reflejo volvió a aparecer, ahora le mostraba otro cuerpo, mecido junto al suyo.
Un joven moreno de largos cabellos acariciaba su cuerpo, mientras le susurraba versos en una dulce lengua que no comprendía al oído. Sí, esa mañana iba a ser especial, sabía que debía cerrar los ojos a partir de aquel momento, no sabía porqué pero cuando quería mirar aquel rostro y posar sus labios en los del joven, este desaparecía, ella lo amaba con profundidad después de aquellos encuentros siempre deseaba saber más , deseaba saborearlo, besarle, pero siempre se desvanecía como por arte de magia, no sabría si vendría más, era un amor oculto, secreto, muy secreto que la elevaba al placer extremo.

Ella cerro los ojos y el reflejo comenzó a acariciarla suavemente poco a poco. La besaba cálidamente el cuello, poco a poco sus manos fueron deslizándose hacia sus senos, acariciándolos lentamente hasta llegar a sus pezones y presionándolos lentamente. Ella soñaba en silencio disfrutando de las sensaciones de aquella mañana. Él la cogió entre sus brazos y la tumbó en la verde pradera que se extendía a la vereda del río. Se quedó un momento mirándola, como alzando un tributo a su diosa. Comenzó a besar sus pechos, su miembro se estaba poniendo cada vez mas tenso, parecía como si también alzara un canto al sol. Lo cogió entre sus manos y continuó acariciándola por todo su cuerpo, miraba aquella dulce boca, esa boca. Porqué tendría prohibido tocarla, besarla, lo deseaba tanto pero sabía que si lo hacía desaparecería. Deslizó sus dedos por entre sus piernas mientras acariciaba su vientre suavemente con su lengua. Continuó bajando para descubrir la flor que se abría ante él, saboreando aquella miel que la madre le otorgaba. Ella soltaba suspiros que eran un dulce canto a sus oídos. Su cuerpo se iba humedeciendo y le gritaba que se uniera con ella. Se tumbó encima de ella mientras la penetraba lentamente, para disfrutar de cada pequeño movimiento. La sentía mucho, su calor, sus estremecimientos, se iba excitando cada vez más. Los jóvenes amantes comenzaron la danza que tanto gustaba a la madre, la danza de la prosperidad, de la abundancia, a la vez que un canto de suspiros acompañaba aquel baile. Lentamente, el vaivén de aquella danza comenzó a tomar más fuerza, más rapidez a la vez que el canto aumentaba su intensidad, sentían aquella fuerte unión, se unían con todas las fuerzas del universo para llegar a aquel grado de excitación, para llegar a la cima donde sentirían aquellos estremecimientos una vez más. El canto se iba convirtiendo en jadeo y la danza parecía una carrera para alcanzar la felicidad, hasta que los dos jóvenes convulsionaron sus cuerpos al tiempo que soltaron dos fuertes gritos que hicieron que el sol iluminara por completo sus cuerpos en aquel momento. Lentamente el jadeo, fue volviéndose canto hasta desaparecer.

Ella volvió a sentir el aire, acariciándola, abrió lentamente los ojos y se encontró nuevamente en la cabaña, tumbada aún en la cama mientras se tocaba, ya, suavemente. ¿Habría sido todo fruto de su imaginación y se habría provocado aquel orgasmo ella sola?, ¿Qué había sucedido? ¿Dónde estaba aquel rostro que amaba? No lo sabía, pero no era el momento de preguntárselo, estaba extasiada de placer, además estaba segura de que aquella sombra volvería cuando necesitara fundirse con ella.

MORALEJA: el amor es un sentimiento extraño que siempre es correspondido y siempre proporciona placeres. La manera, hemos de encontrarla nosotros mismos. Disfrutar de los placeres es su principal meta, pero si no podemos fusionar los cuerpos, tal vez podemos fusionar los espíritus que se encuentran dentro de nosotros, en el aire, en el agua, atraparlos y elevarnos con ellos al placer.

Texto agregado el 06-11-2007, y leído por 103 visitantes. (0 votos)


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