Despertó como a eso de las 12 de la noche con un sabor de cobre entre los dientes, mientras el zumbido de un motor le taladraba la inconciencia, entre sueños desgarrados y siluetas coloreadas. Subió a la azotea en calzoncillos, sin importarle el frío de la pradera y las nubes de mosquitos, asumiendo aquello como una penitencia, un castigo por todos esos momentos desagradables que produjeron ese llanto y sufrimiento.

En el vacío de la noche, alguien fumaba un cigarrillo; así lo demostraba la luz lejana de una colilla y la hilera de humo que se levantaba hasta el cielo. Y en medio de la nada,una estrella recorrió el silencio de su asombro, como volviendolo de nuevo hacia la realidad.

Fijó la mirada en el cielo y sin darse cuenta ya tenía de frente a la Luna, quien, con una luz intensa le hizo recordar todo aquel tiempo que permanecería sólo si no salía de una vez por todas hacia el otro extremo del reflejo, donde ella, paciente, hermosa, delicada y violenta, lo dejaría regresar el tiempo por efecto del encanto lunar.