No se oye ningún enojo
pues esta vez nadie se moja
se inunda Santiago señores
de gotas con traje de hojas

En silencio colectivo
y sin pedir permiso
se aferran a su vida
que oscila entre Einstein y Newton

Y caen así no más
bordando de colores el cemento
es como una esperanza de vida
frente a ese gris y denso cielo

Temerosas del ajetreo diario
se esconden del ruido y del boche,
también de los enanos que la revuelven de día
y de los borrachos que las tropiezan de noche

Pero a lo que realmente temen
no es a los cuchillos del frío
ni al silbido del viento
sino a la señora que las recoge

De lejos parece enojada
Por la patria sucia
Pero por dentro se siente reina
Pues el otoño la vuelve una Diosa

Su corona con visera
Y su tridente de palo
La hacen elevarse
Más allá de lo humano

Así reina los mares castaños
y las playas de estacionamientos
Moviendo de lado a lado el oleaje
donde nadan los santiaguinos

La acaricia el sol antes de partir
y sobre su bicicleta vuelve a ser lacaya
las hojas la despiden
apretujadas en una bolsa de palacio