Para la fabulosa cuentista de mágicas historias.
De acuosa índole, lanza sus tentáculos a diestra y siniestra atrapando caleidoscopios de peces con los cuales construye una leyenda, luego se sumerge en los oleajes de las esmaltadas praderas de Poseidón para preguntarle a los habitantes submarinos si saben de algún galeón encantado que reposa en las profundidades, allí entre algas, caracolas y estrellas marinas. Un ejército de hipocampos acude a su llamado para galopar en aguas nocturnas hasta encontrar el barco que blando como corcho, se entrega a la prolija inspección. Los caballos marinos regresan con su botín de astillas y con ellas, la diligente Anémona compone un soneto que habla de piratas inmisericordes y héroes de mar abierto. Cuando cae la noche, proyecta sus pensamientos, entreverándolos en los interminables laberintos estrellados y de esa aventura espacial crea una canción de cuna con la que hará dormir a sus hijitos. Anémona inquieta, sale a campo raso para rescatar sabores, olores y colores y con ellos teje un manto multicolor para envolver alguna fábula rescatada del viento, alguna historia arrancada a los bosques, una tragedia de amor contada a hurtadillas por una rosa desconsolada, un rústico poema escrito por la mano callosa de un campesino, un secreto tironeado a la fuerza de los labios sibilinos de una anciana, una pena, un poema, que se yo y con todos esos tesoros a cuestas, se desvela más tarde en su refugio de aguas dormidas, recreando cada historia y sazonándola con su sabia artesanía. Anémona fugaz, flor intrépida, acaso también tuviste un coloquio con la Alfonsina aquella, a la que no pudiste convencer para que se quedara a tu lado y tejer ambas versos de tul y seda, acaso la poetisa regresó de su cita reencarnada en otra flor marina, acaso esa flor marina seas tú… |