Domingo


Que de pronto abras los ojos y te encuentres solo, así, sin nada más que un tu mismo en la mitad de un océano de blancura y de nada. Respirarse a sí mismo todo el rato, contarse cuentos y susurrarse canciones que no sabes si existen, porque ese estar en una infinitud tan profunda es lo mismo que estar encerrado y no importa que camines cientos de kilómetros porque sigues donde mismo.

Entonces como en todas las pesadillas, intentas dormir para despertarte.
A mi me funciona.

Y cuando despiertas por fin, no te acuerdas de absolutamente nada. La vida sigue y hay que irse a trabajar, estudiar, ver a alguien, o a cocinar, o a hacer cualquier mierda que te haga seguir con la farsa.
Entonces tienes hambre, si, mucha hambre, mmm, ¿dónde deje los tallarines? Mmm ¿y la salsa? Y si, cocinar y algo que hacer y saciar algo un rato. Pero la sed no para, y más y más agua.

Entonces de pronto, te ves tomando el celular y llamando a alguien, cualquier tipo simpático, si, que te vaya a sacar de esta molesta sensación. No contesta, pero si no lo hace él, lo hará otra persona, entonces acabas llamando a tu hermana o a tu mamá y hablas de porquerías cotidianas y de vez en cuanto de asuntos demasiado importantes. No sé. No importa.

Cabe la posibilidad de que estén dando algo bueno en la tele, un buen programa o una comedia, me conformo con una película romántica. Que tenga mucho sexo, unos cuantos disparos, sangre y que me haga llorar. Por último, si no encuentro nada, dejar la televisión encendida y que el ruidito me haga compañía, de pronto anunciaran algo y quizás lo oiga. Y acabas cambiando y cambiando de canales, con la esperanza de que algo te saque de pronto de tu rutina, que te abduzcan, caiga un meteorito o alguien se lance del edificio de al lado, para así correr a la calle donde se acumula la gente alrededor de un cuerpo desformado y comprobar que no tuviste que ser tu.