Había una vez...¿una enamorada pareja?
Ella, pequeña de tamaño, frágil y delicada como una fina flor.
El, fuerte y grande de contectura física pero con un gran corazón.
Poseían en común, un gran espíritu aventurero que los instigaba e inspiraba, para recorrer todo lo que se puede llamar como el mundo.
Ella con su imaginación volaba por el ancho cielo. El con la suya corría lejos, hasta donde su mirada se perdía en el horizonte.
Como toda pareja que se une con amor, engendraron frutos, dos bellos hijos qué como todos los cachorritos, trajeron felicidad a su madre, la felicidad que se genera al dar a luz un nuevo ser pero también la dicha que se vive al enseñarlo a defenderse en la vida.
Pero, por otro lado, esta feliz madre era también infelíz. Su compañero de aventura, no estaba a su lado en esta digna tarea ya que se dedicaba a corretear solo, todos los misteriosos alrededores que ella un día pensó, recorrerían juntos.
Ella no comprendía porqué no viajaban juntos enseñándole el mundo, a los nuevos recién nacidos. No comprendía porqué, solamente ella, desempeñaba su papel de madre, mientras su pareja, con la excusa de sus responsabilidades de proveedor, exploraba solo, el entorno que los rodeaba y que también ella deseaba conocer y mostrar a sus hijos.
Esa limitación, la hacía sentir…¡felíz! al vivir la etapa más bonita e importante en la vida de un ser humano, ser madre. Pero, también era…¡infelíz! al no poder disfrutar las nuevas aventuras con su pareja, tal y como se lo habían prometido mutuamente.
“Amor eterno, compañía segura, correr juntos la vida hasta que la muerte los separe” como dice la Ley Divina, para los seres vivos que se aman de verdad.
¡ Qué injusticia! ¡ Qué injusta era la vida con ella!
¡Tanto que deseaba vivirla y no podía!
Si vivir en pareja era vivir sola, era mejor entonces no emparejarse.
¡ Qué vacío tan grande sentía! ¡ Qué soledad tan triste!.
A pesar de estar siempre rodeada por tantos seres, se sentía...
¡La sola más acompañada del mundo!
Porque, la única compañía que ella necesitaba, deseaba y esperaba siempre, era la de su compañero de aventura, de aventura matrimonial. Al darse cuenta de su vacío interior, utilizó todas las herramientas que conocía, rodeando de belleza y comodidades su nido de hogar, para tratar de conseguir la compañía del príncipe de su soledad.
¡ Pero… nada le dió resultado!
El espíritu rebelde y explorador de su príncipe era más fuerte y no se acostumbraba al calor del hogar. Prefería la aventura de recorrer cada rincón, cada gruta, cada peñasco, cada trampa que el mundo prepara para todo el que quiera experimentar la vivencia de descubrir ...la vida.
Ella también hubiése podido aventurarse a volar sola con sus pichones, pero siempre sintió que su compromiso de pareja no le permitía esa libertad. ¿ Si tenía que volar sola, para qué se había unido a otro ser?
¡ No lo entendía! ¡No lo comprendía! ¡No tenía sentido!
Había dejado de ser un felíz ser libre para convertirse en un infelíz ser acompañado. Suerte, que sus cachorros, sus pichones llenaban una parte importante de ese vacío interior, lo cual la ayudaba a sobrevivir y esperar que un día ...
¡La vida cambiara para ella.!
Sentía qué, a pesar de que todo parecía estar bién, nada estaba bién.
Así parecía ser la vida pero ella se resistía a aceptarla tal y como se le presentaba, mucho menos vivir el resto de los años que le faltaran, en esas circunstancias de profunda soledad interior.
¡Qué hacer! ¡Qué podía hacer para cambiar todo en su vida, sin cambiar al príncipe de su soledad, del que se sentía tan enamorada!
Buscar, buscar, afuera en su entorno, buscar adentro de sí misma, buscar arriba en el Cielo, buscar abajo en su Infierno, buscar por todos lados hasta encontrar algo que le ayudara a sentirse mejor y... ¡lo encontró!
Encontró algo que empezó a llenar ese vacío interior, encontró algo que le hacía sentir revitalizada, encontró una compañía que le llenó cada célula de su ser, cada rincón de su espíritu, cada pedazo de su corazón, cada ezquina de su entorno.
Quizás ese algo fuera dificil de definir pero …era tan gozozo al sentirse, tan placentero al disfrutarlo, tan exitante al descubrirlo, tan emocionante al vivirlo que no le dejaba espacio vacío para llorar la ausencia de alguien más definido fisiológicamente.
Y ese algo estaba fuera de ella pero también estaba dentro, estaba arriba pero también estaba abajo, estaba en todo y por eso llenaba el todo interior y exterior de su vida. ¡Lo cambiaba todo!
Pero más interesante aún, también llenaba su mente con repuestas, con conocimiento, con explicaciones que saciaban dudas, preguntas, tantos porqués. tantos años sin entender, tantas situaciones incomprendidas.!
Y al entenderlo todo y ese algo llenar el vacío que la hacía sentir infelíz, su vida giró, el sol brilló de nuevo, la luna revivió el amor que yacía moribundo por la soledad, y entonces las estrellas alumbraron nuevamente... ¡Su camino... en El Cielo!.
Y así, permitirle volar nuévamente , pero volar más alto de lo imaginado pero también más profundo de lo sentido, descubriendo una bella fuente de agua viva, de luz en la eternidad, de amor incondicional, de sentido para existir.
Descubrió su alma, pero también el sentido que ella tenía, en su ser.
Descubrió la explicación de su soledad.
Descubrió porqué su pareja, su príncipe la había dejado tán sola, encerrada en el nido que con tanto amor, ella había construido para los dos.
En ese nido era donde él la quería tener siempre, para su comodidad, para su protección y seguridad.
La amaba tanto que no deseaba perderla en la inmensidad del mundo, en los rincones del horizonte, en las profundas grietas de la corteza terrestre.
¡Era egoista! ¡La amaba tanto que la deseaba para él solo!
Pero en realidad ese no era el verdadero problema, el problema residía en que eran tán diferentes!
La diferencia era tan grande, que les impedía corretear y volar juntos.
Ya que él, su príncipe, solo podía corretear y ella, la princesa podía corretear pero también volar, volar tan alto que él nunca podría alcanzarla porque sencillamente, no poseía alas para volar.
Solo contaba con cuatro patas para correr, ya que todavía no había vivenciado en su ser, la transmutación de dos de sus extremidades en alas, como el género al que ella pertenecía, a través de toda la metamorfosis animal.
El era un lindo burrito y ella... una frágil pajarita.
¡Como había podido ella, confundir sus largas orejas con alas!
Ella lo encontró un día, cuando salió de paseo con otros pájaros como ella y al verlo tan apuesto, tan grandote, tan diferente al común denominador ó quizás por su propia inexperiéncia, ¡se ilusionó, se enamoró!
Pensó que juntos podrían volar y corretear el mundo entero, explorar lo inexplorado, descubrir lo no descubierto, construir su nido de amor.
Pero el nido de un pájaro por muy bonito y caluroso que fuera siempre le quedaría pequeño al señor burro quién se escapaba cada vez que podía, con la responsable excusa de buscar el alimento diario para su familia de pajaritos.
Y la señora pájara, esperando siempre que su príncipe regresara, para brindarle el amor que le había prometido, se pasaba todos los días de su corta vida., esperando….esperando….esperando.
Pero ahora sí había entendido, la señora pájara, el intrínsico instinto que sentía de volar lejos, para encontrar a otros seres que pudiéran volar como ella.
Ahora sí entendía el grán egoísmo que dominaba a su amado príncipe y le instaba a correr solo por la ancha pradera en busca de sus amigos de raza.
Ahora sí entendía la inmensa soledad que sentía en lo más profundo de su ser...¡su alma!
“Cada oveja con su pareja” no es precísamente blancos con blancas, negros con negras, ni católicos con católicas, ni judíos con judías.
Se refiere a palomos con palomas, burros con burras, gatos con gatas y vaca con toros. Así fueron embarcados en “El Arca de Noe”, pero los seres humanos, con nuestra inteligencia hacemos diferentes combinaciones que cumplen también con el mandato celestial de ...
“Creced y Multiplicaos”.
¿Multiplicarnos? Lo hemos hecho bién, sobre la corteza terrestre pero Crecer.. .
La pequeña pajarita, con inmensos deseos de libertad y aventura, comprendió que su burrito jamás podría acompañarla en sus elevados vuelos ya que él, solo podría recorrer las vastas extensiónes terrenales.
Y el despreocupado burrito, quién no tenía porqué pensar ni desear volar ya que ningún cuadrúpedo vuela, no le entusiasmaba nada más que correr y correr en todas direcciones para saciar sus innatas ansias de libertad, de aventura ó símplemente por...¡Corretear!
Pero sucedió que, en uno de esos paseos nocturnos por la explanada, varios peligros le salieron al paso al inexperto burrito, acorralándolo contra un profundo barranco.
Una mortífera serpiente y un hambriento león le acechaban silenciosos, aprovechando su innata despreocupación, esperaban el momento perfecto para el ataque.
La amante pajarita trataba de advertirle, a su querido príncipe del peligro que le acechaba , ya que desde el aire ella si podía observarlos a distancia, pero a pesar de sus grandes orejas, el príncipe burrito... ¡era sordo!
Al presentir instintívamente el peligro que le rondaba, saberse perdido, y sentir un intenso y profundo miedo, no le quedó más al aventurero burrito, que levantar su mirada hacia el cielo y gritar desde el fondo de sus entrañas que deseaba saber volar.
Deseó como nunca pensó desear, poseer alas para elevarse por el aire y alejarse del mundo que hasta ese momento le había parecido tan divertido e interesante.
Y fué entonces cuando, al verlo angustiado y en peligro, su amante pajarita lo rescató, con la ayuda de todos sus viejos compañeros de vuelo junto al poder y fuerza de ese Dios Vivo, que un día ella supo encontrar y que nunca más la dejó volver a sentir…¡La Soledad!