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FESTIVAL DE OTOÑO
(Roble y Cerezas)

Te encontré a media noche, caminaba sola sobre el asfalto de una calle vacía, sin destino, dejando que el viento con sus dedos blancos descubriera mi frente y desatara los nudos de mis viejas guerras. Mientras caminaba las hojas de otoño jugaban a distraerme con su ronda de viento, ocres y violetas estrellitas que se desprendían de los árboles volaban en remolinos tratando de hacerme danzar en el espacio que coloreaban de festival, procurándome un ensueño de tonos naranjas. No había nubes, la noche era negra y brillante, y solo Saria Tercera la Azul flotaba en el cielo observando silenciosamente la tierra desde su trono ancestral. Caminaba sin prisa, con el paso muy lento y la respiración serena, con la mente azul toda llena de música, sin que una sola idea se atreviera a embestirme, y sintiendo como un fino hilo de frío escarbaba mi abrigo y me erizaba los pelos como a un gato. De pronto te sentí venir, escuché tus pasos de madera vieja y la fuente de tus pensamientos; yo levanté la cara para verte, sin embargo pasé por tu lado sin mirarte. Avancé unos pasos más con la vista puesta en mis zapatos cuando sentí el grito de quien ha caído al abismo:
- Demasiado frío en este otoño, ¿no crees?
El aire se tiñó de un olor a roble hueco y a cerezas amargas, fue entonces cuando nos encontramos.
- ¿Vienes de muy lejos? - preguntaste. Yo me mantuve en silencio. Luego respondí: - ¿El infinito te dice algo? - y te mostré por primera vez mis ojos verdes.

Aquella noche habías salido huyendo de un cuarto sin tiempo, de unos muebles hundidos y unos libros gastados, y con los labios resecos por el frío que produce hablarle a la soledad. Dejaste la cueva, hastiado, y pisaste el mundo; yo, viajera de tierras, extraviada en el mundo, amasada entre ojos y pieles, para recobrar la vida había salido a buscar la soledad.

Ambos traíamos el paso cansado, el paso de quien ha cruzado toda la historia con la vida rota y el alma expuesta, con las ilusiones desteñidas y las boronas del amor entre los puños cerrados. Por eso te detuviste, para descargar el mundo que ya te arqueaba la espalda; por eso yo no me detuve, por miedo a tener que recogerlo de nuevo una vez lo descargara.

- Deberías dejarla salir - dijiste de pronto señalando el hada que intentaba escapar de mi bolsillo
- Tu deberías guardar tus dragones, o no tendrás almendras para la noche de Dirana - juzgué mostrándote los dragoncillos celestes que se arrojaban sobre las frutas de los árboles
- Lo siento pequeña, no suelo los espantar los sueños - respondiste, y con impulso me tomaste del brazo y me elevaste contigo.

Entonces me arrancaste de la tierra. Así fuimos hasta la montaña donde se encontraba Saria Tercera, a dejarle una botella de vino de vepolia para que iluminara durante todo el otoño; luego volamos hasta el fondo del bosque buscando el Lago de las Damas de Irmal para lavar los recuerdos ácidos que pudren la mente y acaban la calma; volamos, bailamos, fuimos música, viento, aromas secos; me hiciste un lazo de hojas amarillas con broches de Roble y yo te dibujé junto al árbol de la Dríada Emit una almohada de estrellas con olor a Cerezas para que durmieras el cansancio. Mientras reposabas yo me mecía en mi lazo de hojas tristes, cuidándote. Aún no sé cómo levanté mis ojos para verte, ¡mis diablos siempre han sido míos!, y sin embargo, tu viste hadas...

Al rato miré hacia el cielo, ya dejaba de ser azul, y vi a Saria, ebria, que se disponía a cerrarse para dormir; de repente tu cuerpo venerado por los vientos que flotaba iluminado envuelto en verde sobre las aguas de Irmal empezó a sudar, y en seco, la profundidad de tu descanso se rompió como un espejo.
Abriste los ojos y miraste el cielo, viste como dulcemente Saria caía en sus sábanas heladas. Aún era de noche, y tu mirada dolía.
- Hace demasiado frío en este otoño- dije levantándome de mi lazo, y bajándolo del árbol
- Debo irme - dijiste mientras levantabas la almohada de estrellas y la sacudías dejándola junto a mi.

Mi alma no respondió, no dije nada, ni una sola palabra se atrevió a tocarte. Tomé entonces el lazo, me arrodillé junto a ti y lo enrollé alrededor de tu cuello de madera, luego me acerqué lentamente y, con un beso de hiedra, te arranque el último aliento de vida que te quedaba, dejándote aún más solo, mientras que tú dejabas, al desprenderte, mi vida inundada de tu existencia. Me quedé viéndote, con los labios aún ardiendo, y me enterré en tus ojos para ver si podía hacer que te quedaras, tus ojos violeta color de hojas, tus ojos color de noche, flor, color de vino, color de herida, del color de mi herida; pero te levantaste, y de los dos universos que volaban en medio del festival de otoño - el tuyo y el mío - tomaste el tuyo, y dando media vuelta te fuiste.
Me quedé sentada, con mis ojos sobre tus pasos, a punto de morir.

Al final, el principio, de nuevo.
En medio de una fresca noche de otoño, donde las hojas bailaban con la cadencia de los vientos: de un lado, mi cuerpo colmado que, entrópico, se desvanecía sobre las hojas; del otro, tu sombra, que caminaba detrás de tu vida sola.



Carolina Salazar Leal.
Marzo de 2002





Texto agregado el 27-03-2004, y leído por 281 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
13-04-2005 bellísimo, me lo imaginé todo. Exquisito toque surrealista. mis 5 estrellinas. BRUNET
14-04-2004 ¡Que relato tan hermoso! yoria
04-04-2004 Pero... vos no sos de Rivendell...Bueno, es casi lo mismo, pero yo te vi en Lothlorien una noche,estoy segura. No se si pasaste de visita, por allí mi lugar, aunque de algo estoy convencida: Eras vos torovoc
 
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