INTERPRIMUS
Una vieja cervecería alemana en Devoto, era el grato punto de encuentro de estos tres primos. La vida había destejido sus caminos en sus años mozos, y ya en el otoño de sus existencias los había reencontrado.
Al menor de ellos (Raúl Rafetti), le habían recomendado este Bar Alemán ubicado en la esquina de San Martín y Pedro Morán. Construcción baja y antigua; al costado, un gran desbordado de plantas y una parra enmarcaban una vieja cancha de Bolos.
En el fondo se encontraba una segunda cancha, pero techada. Cuadras arboladas y bajos completaban el sereno cuadro.
La música la traían los pájaros, sonidos únicos después del mediodía. Los tres primos la utilizaban como un paradisíaco refugio donde se aislaban de sus respectivas realidades para almorzar una vez por año desde que el padre de uno de ellos implantara esta costumbre.
Lo hacían bajo la sombra de la parra, cuando el clima era agradable, y en épocas de fríos, buscaban el calorcito de adentro, muy cerca de una gran chimenea.
Las sobremesas se extendían hasta que el Sol caía, y casi por un acuerdo tácito se evitaba hablar de la siempre triste actualidad del país, de fútbol y de mujeres. Utilizaban esos momentos, para relatar y novelar anécdotas de tanto tiempo distanciados.
Los tres estaban en la lucha, y salvo Raúl Rafetti, que tenía una fortuna más que respetable, tanto Eugenio Ponto como el mayor de ellos, Gabriel Chapa un pasar apenas digno.
A los tres los unió la pasión por las artes, y generalmente, aparte de los temas íntimos, tanto la música, el teatro como la pintura, el cine y la literatura, eran el orden que se ajustaba cronológicamente a sus gustos y desde luego, charlas obligadas.
En una de esas sobremesas bajo la parra, en una tarde primaveral y luego de haber degustado sabrosos embutidos, Helga, la esbelta mujer del dueño, les dejó sobre la mesa tres espumosos y helados chopps. Raúl desvió un segundo su visión para verla partir. Apenas terminaron de brindar, Eugenio redondeó su comentario...
- No sé por qué, pero el tipo a pesar de su humildad, no me termina de convencer.
- Coincido con vos che - aprueba Raúl- A veces reincidir en renuncias y actitudes humildes, termina por generar lo diametralmente opuesto: la notoriedad lisa y llana.
Quién sabe, quizá pecar de modesto y humilde, no sea uno de los oscuros caminos para llegar a la fama y popularidad, objetivo final de ciertos ‘humildes’.
-También pasa con esos generosos compulsivos. Siempre se esconde un gran egoísmo detrás de esa beata actitud, buscan el goce imaginando comentarios sobre ellos mismos tales como: “¡Qué generoso es el Dr. Fulano! ¡Qué gran corazón tiene Amalita...!”, pura demagogia. ¡Que me dejen de joder, che!
Si quieren hacer obras de bien, adelante, pero que las hagan desde el anonimato. Ya no quedan verdaderas actitudes humildes -completó Eugenio, mientras que a Gabriel, que seguía callado, se le dibujaba una sonrisa.
-A qué viene esa sonrisa Gabrielito, ¿te estás acordando de algo? - le preguntó Eugenio.
-No, solamente una tonta asociación...
-¿Cómo es eso, che?
-No, nada, solamente me causa gracia escucharte hablar de humildad justo a vos, con ese nombre, Eugenio. Eu-genio, me suena a Yo-genio en portugués.
-Pero mira vos que notable, un par de sorbos de cerveza y ya tenés síntomas de curda - le retruca Eugenio, y prosigue...
-Eso se lo debieras achacar a mis viejos. Lo que es yo, lo que menos me siento es un genio, porque...
-No se me tire abajo, primo del alma -interrumpe Raúl- usted ha logrado grandes resultados a través de medios poco convencionales, ya que carece de frenos para poner en marcha el intrincado concepto del diseño, en todas sus facetas. Si se me permite, hay algo de genialidad en eso.
-Coincido plenamente -Dice Gabriel, soplándose los dedos y acodándose sobre la mesa, como buscando más atención. La genialidad, según mi particular interpretación, es utilizar el ingenio más allá de que los resultados obtenidos sean los esperados (pragmáticamente hablando). Para mí, un genio, es aquél que pone en funcionamiento la maquinarla de su ingenio, por lo general utilizando caminos que nadie, o muy pocos utilizaron antes para el desarrollo de un propósito.
Que obtenga o no dicho propósito, es meo de otra pelela!. Quizá sea más o mejor genio silo logra. Pero si fracasa, no le resto méritos.
-Darte la razón Gabriel, equivaldría casi directamente a aceptar lo que indica mi nombre (según tu poca feliz asociación), que soy un genio, pero desde que me retire del escenario, insisto en conservarme entre las sombras y en mi vindicación anteriormente resaltada sobre la humildad. Por lo que no voy a darte la razón.
Para mí los genios, son los genios de siempre: Da Vinci, Picasso, Ekirne, Verne, Mozart...y la lista sigue y sigue. No creo en los genios de pacotilla.
-Yo en cambio, habiendo tanta mediocridad, opino como Gabriel - dice Raúl, mientras limpiándose la comisura de sus labios con la servilleta le hace señas a Helga para llamarla.
-Vamos, vamos muchachos - vuelve a retrucar Eugenio. Habiendo mil moscas, solo cincuenta vuelan más alto que el resto, y de esas cincuenta hay solo dos que se las ingenian para volar altísimo.
¿Quiénes son los genios?
-Las novecientos cincuenta que se quedaron abajo - contesta bromeando Raúl, dejando entrever su actitud negociadora- No sé, digo, la mierda está abajo. ¿no?.
-Disculpen. ¿Les traigo el Strudel ya? - irrumpe Helga con acento alemán, pero amablemente.
-Esta vez paso con el Strudel, pero no con el café con crema - dice Gabriel, mientras Eugenio acepta el postre, Raúl fija sus ojos en los de la camarera, contestando que si con un leve mover de su cabeza. Ella no puede evitar sonreír, sin antes desviar su culposa vista hacia la caja registradora, donde se encuentra su esposo.
Gabriel continúa...
-No sé, pero hablando de humildad y de genios, hubieron muchos genios que fueron reconocidos como tales después de muertos.
Eso es terrible, sobre todo si el genio en cuestión buscaba ese reconocimiento. Ahora, debe haber habido algunos, que solo se contentaron en el desarrollo y realización de su obra genial, sin importarles la admiración ajena. Sospecho que deben haber existido, y existen aún, genios humildes que se guardaron y se guardan sus genialidades, simplemente por renunciar a brillar como tales. Y a propósito, tengo una anécdota que viene al casó e ilustraría quizá caricaturescamente, estos temas hoy puestos sobre el tapete.
-Raúl, vamos a asegurarnos que después del Strudel, Helga nos traiga café doble. Se viene la somnífera anécdota de Gabriel. Contá, contá, estamos listos –bromeo Eugenio. Gabriel comenzó...
-Hace algunos años -no sé si saben- me había dado por el berretín de escribir. ¡Bueh!, y resulta que tuve ganas de publicar unos modestos ensayos sobre el tema de la tercera edad. Quise evitar la vergüenza del rechazo en las editoriales, y pensé en costearme los gastos de un pequeño libro.
Comencé a buscar imprentas chicas y baratas -Si es que existe alguna-. Visité varias, y en realidad el resultado no viene a! caso, pero me ocurrió algo insólito al encontrar una vieja imprenta de la calle Estomba, algunas cuadras más arriba de la avenida Álvarez Thomas. Esta, ya entonces era una casa vieja en una sola planta, acondicionada para taller. Tenía dos entradas, ambas en hierro forjado negro y vidrio, una tipo garaje, pero que parecía clausurada (luego me enseñarían que ahí estaban las viejas rotativas), y otra más angosta en forma de alta puerta que daba a un largo pasillo que te llevaba al interior.
A la izquierda del Obscuro pasillo, me recibió un gran ambiente igualmente falto de luz. Amuradas a las paredes de este lucían altas e improvisadas bibliotecas repletas de libros. Había un juego de sillones viejos de cuero negro frente a una mesita llena de folletos, seguramente impresos por ellos. Y en uno de los sillones individuales estaba sentado un anciano de pelo blanco. Sostenía entre sus manos y entre sus piernas un bastón. Su mirada parecía perdida y su mandíbula caída. Pregunté por el señor Caroly, y el viejito me contestó más o menos esto...
- Sí, es mi hijo, acaba de salir, tardará un rato. Por simple deducción, también yo soy el señor Caroly, pero ya nadie me busca a mí. ¿Lo quiere esperar, o solo dejar un recado? Creo todavía servir para dejar recados, pero ni yo mismo me confiaría.
El viejito Caroly me enterneció, y como no tenía apuro, le contesté que lo esperaría. Nos presentamos, me agradeció no aceptarle un café, porque ya no sabía cómo hacerlo. Me invitó a tomar asiento, pero antes de hacerlo, recorrí las estanterías de la biblioteca. En una habitación contigua se encontraba una oficina también revestida de más estanterías atestadas de libros. Me detuve a veces para hojear algún que otro tomo, y descubrí que tenía obras interesantes, la mayoría eran ediciones muy antiguas. El anciano me dijo que toda su vida había tenido pasión por la lectura, y esos centenares de libros y aún muchos más, habían pasado por sus manos.
Recuerdo haber tenido una charla interesante y amena con el anciano, me asombró su inteligencia y lucidez. Al rato descubrí una pequeña vitrina de madera y vidrio, que dejaba entrever en su interior cuatro volúmenes de mediano tamaño exactamente iguales, y de excelente calidad de encuadernación, no tenían titulo ni nombre de autor. Le pregunte de qué se trataban, y con su hablar de frágil modulación, pero entendible, me explicó...
-Es linda esa vitrinita, pero está cerrada con llave, hay cuatro copias y ninguna la tengo yo, si no, los propios autores.
El que quiera leer esos libros sin ser alguno de los cuatro autores, aparte de ser un atrevido, también será un profanador. Tendrá que romper la vitrina, sería una verdadera pena, y espero no vivir para verlo.
Le pregunté a qué se debía eso, si acaso eran libros diabólicos. Me contestó luego de una breve carcajada...
-No diría diabólicos, más bien fueron escritos por unos diablillos.
Y, usted es lector o escritor? -me interrogó el abuelo, mirándome cálidamente, y directamente a los ojos.
-De hecho soy muy lector, aunque he escrito algunos modestos ensayos, me sigo sintiendo lector.
-Vea joven Gabriel, le contaré La historia porque reconozco en usted a una persona respetuosa y culta.
-Antes de que venga la cargada de ustedes sobre la lucidez de Don Caroly, quiero contarles que por esas épocas yo aparentaba ser respetuoso y culto, tal como él lo dijo.
Seguramente el tiempo hará que se me fuguen algunos detalles, y quizá en compensación mí imaginación inventará algunos otros, pero será con la noble intención de no opacar la asombrosa historia que Don Caroly me relató sobre el contenido de esa vitrinita...
Tuve dos únicos hijos, Laura y Hugo, al que estamos esperando. Desde que Hugito era chico, le leía cuentos de variados autores. Quise transmitirle sutilmente mi pasión por la lectura. Me cuidé de no ponerlo en la obligación de dicho hábito, no fue fácil la tarea, pero de a poco los libros le fueron despertando un encanto hacia ellos, y decidí que mi trabajo estaba terminado en ese aspecto.
También lo incentive a que no abandonara a sus amigos por la lectura, y Hugito supo mezclar los picaditos y las atorranteadas con sus amigos del barrio, junto con “la pasión por los libros”
De una forma inexplicable, Hugito se las ingenió para hacerles descubrir el placer de la lectura a sus amigos del arrabal. Y así fue que mi imprenta era visitada por la purreteada diariamente, luego del colegio, antes o después del picadito.
Devoraban los libros de mí biblioteca, y supieron del difícil arte de combinar las dos academias, La de las letras, y la de la “calle”
Cuando andaban ya por los veinte años, sus salidas de farra y atorrantas aventuras se extendían desde las milongas hasta los peringundines. También algún que otro de la barrita de Hugito supo andar en armado. Sin embargo, nunca abandonaron la lectura, si no más bien, se regocijaron en ella hasta el extremo de que algunos incurrieron en las “letras”
Lo bueno de todo ésto, es que se introdujeron en la literatura como quien va a jugar un picadito, o sea, que le restaron importancia a ese clima solemne que rodea a las letras. Ellos jugaban a la pelota por diversión, sabiendo que jamás lo harían en un estadio frente a cincuenta mil espectadores, no les interesaba llegar a ese nivel.
Con esa misma frescura, tomaron “la pluma”
“Vea, algunas tardes, mientras escuchaba “Radio Moscú” en mi “Noblex 7 Mares” ellos distraían mi atención trayéndome sus trabajos, mi opinión era sagrada para ellos, su respeto y admiración hacia mí, pecaban de exagerada. Sin embargo, de alguna manera me sentí reconfortado”
“Descubrí que también mi hijo escribía, pero nunca mostró sus trabajos a nadie, ni siquiera a mí, sospeché un exceso de modestia en él”
“Cinco de sus amigos de alguna u otra manera incurrieron en las letras, aunque en forma muy breve. Como un tácito pacto, al igual que Hugito, se negaron a divulgar sus trabajos, más allá de enseñarme algunos solamente a mí”
“Preferían la humilde renuncia, antes de hacerse llamar literatos, les parecía que el término les quedaba demasiado grande”
‘Los trabajos que recibí de ellos me asombraron de tal forma que decidí imprimirle un libro a cada uno, y los quise sorprender regalándoselos.
La sorpresa me la llevé yo cuando me los rechazaron enojados, pensaron que había impreso una gran cantidad de cada uno, pero cuando les expliqué que solo había uno de cada uno, se tranquilizaron. Acordaron, que solamente yo podía poseer eso libros, y me devolvieron el regalo a condición de que nadie más los leyera. Así fue que mandé a hacer esta vitrinita, me opuse a conservar una llave, y solo los releo cuando viene alguno de ellos”
Luego de infinitos cinco segundos de silencio, Gabriel no pudo más que decir.
-Don Caroly, claro está que desespero por leer esos libros, pero se que usted jamás romperá el pacto, por lo que le ruego, pueda al menos, comentarme su contenido.
“Le explicaré más o menos de qué se tratan”
“Como habrá notado usted, hay cuatro tomos, y yo le dije que son cinco los autores. No es que falta un tomo, si no que uno de los libros fue escrito en colaboración. Fueron los mellizos Rijoli. Lito y Cesar
“Uno era derecho, y el otro zurdo. Según ellos mismos me contaron, originalmente iban a escribir una novela, pero cuando comenzaron a plasmarla en el papel tuvieron inconvenientes. No se ponían de acuerdo en el desarrollo de la historia, terminaban a las piñas. Entonces decidieron hacer dos versiones de la misma historia. Una versión, la que escribió el derecho (de una mente brillante), era a partir de uno de los protagonistas: un rufián ruin y sin escrúpulos. La otra versión, la del
zurdo (poseía la habilidad de escribir al revés), en cambio, se metía en la piel del enemigo del rufián; un contrabandista, poeta, melancólico y sentimental”
“Lo asombroso fue que el zurdo escribió su historia al revés. Si, comienza en la que vendría a ser la última página de un libro estándar, y termina en el medio del libro.
Lo malo es que es sumamente dificultoso leer ‘alverre’, yo utilicé un espejo, y me llevó muchísimo tiempo, pero le aseguro que valió la pena. Respetando su estilo esa parte del libro está impresa al revés”
El derecho, en cambio, escribió su parte de la historia en la forma convencional, dando como resultado que los dos finales se encuentran en el medio del libro. Claro esta, que los dos finales son distintos. Algo que motivó a que los mellizos no se hablaran por más de un año. Pero el resultado fue brillante, sobre todo por el lado del mellizo derecho. Fue una experiencia novedosa para mí, leer una misma historia contada desde dos ángulos tan diferentes. Imagínese, una misma situación relatada desde dos perspectivas opuestas; una maravilla. Una pena que no hayan querido publicar en grande”
“Otra de las obras se trata de un libro de suspenso, lo escribió el amigo más compañero de mi hijo, Carlos Tolasky, desde niño devoraba las novelas de suspenso. Un día me comentó ‘Lo malo de los libros de
suspenso es que sobre el final, uno al ver que quedan pocas páginas prevé que esta por terminar. ¿Qué sorpresa puede haber en eso? Así es difícil sostener el suspenso si uno ya se esta preparando para el final, sea malo o bueno’. Y tenía algo de razón el pibe, así que la trama de su novela de suspenso que se llama “Miento, le cubrí sed” extraño nombre, ¿no?- es magnifica, e increíblemente termina cuando falta medio libro por leer, y lo deja a uno con los nervios de punta y casi paralizado. Las paginas que restan solo contienen, a simple vista, oraciones sin sentido alguno. Eso realmente sorprender” "Ahora, cuando Carlos me entregó su trabajo, me dijo guiñándome un ojo ‘Léalo todo ¿eh?, y antes de irse me lo repitió con énfasis. Así que cuando llegué al sorprendente final de la historia y sólo descubrí en la otra mitad oraciones sin ilación alguna, palabras cortadas, abandoné el incongruente resto. Sólo me quedé pensando en el título... ‘Miento, le cubrí sed’, intuía algo misterioso en é!, al tiempo, logré descubrir de qué se trataba. Cambiando de lugar alguna palabra, y también algunas letras, se puede leer ‘El Descubrimiento’ Así que ese titulo tenía sentido para mí ahora.
Era realmente un descubrimiento el mío.
Fue entonces que siguiendo la fórmula que utilicé para poner en orden el título, trabajosamente me puse a leer la segunda y aparentemente incongruente mitad, esa ímproba tarea, me llevó dos meses. Y ése fue el verdadero descubrimiento, el descubrimiento de una obra de suspenso superior, infinitamente superior a la de la primer mitad. Carlos debió haberla escrito sin laberínticas fórmulas -sin embargo pone a prueba nuestra capacidad detectivesca- que si bien hacen perder algo de tiempo, no empañan una obra genial"
“En el próximo tomo “
-Perdóneme Don Caroly, …- interrumpió Gabriel – “Pero en la obra de Carlos noto cierta incongruencia en…”
-Lo se. – Interrumpió Don Caroly – Lo estaba poniendo a prueba.
Quería saber si realmente estaba poniendo interés en mi relato.
Le agradezco ser en este caso un buen oyente. Continúo...
- “Carlos, fiel a sus principios antes del final de la “segunda obra” nos refiere a una página de la “primera”.
Triple mérito fue el de Carlos que supo esconder en un episodio de la “primer obra”, el final de la “segunda”.
El protagonista de la “primer obra” relata, en una secuencia poco importante de la historia, una pieza teatral que vio, al lector en ese momento le pasa inadvertida, pero es donde se define el final de la “segunda obra” y audazmente termina diciendo, antes de que bajen el telón… -“Y este es el final de la segunda historia”.
- ¿Satisfecho?
- Si.
El tomo que le referiré ahora, está casi en blanco, solo está impreso el título: ‘La Brótola’, los dos primeros renglones: ‘La laguna era tan vasta que no se veía la otra orilla. Claro: era el mar. Pisé arena y pensé: Va a ser difícil conseguir lombriz"; luego, cada cierta cantidad de paginas en blanco, el numero de capitulo (en total son cinco), y en la última pagina una oración a modo de final ‘Cuanto la voy a extrañar"! , ah! me olvidaba y ‘FIN’.
El autor de esta obra era el más vago de la barrita, pero de gran sensibilidad y sentido del humor, Juan Carlos Kalamadé
Cuando Juan Carlos me entrego las hojas me dijo: “Va a tener que trabajar mucho su imaginación, me gustaría que cuando termine, comentáramos la obra’, y de hecho la comentamos. Le conté lo que me sugirió el titulo, los primeros renglones, la cantidad de capítulos y la oración final. "No esta mal, pero ésta es la verdadera historia" me dijo Juan Carlos , y comenzó a relatarla -la sabía de memoria- su estilo mezclaba La prosa con bellísima poesía. Cuando termino, le pregunte por qué no la escribió completa siendo tan bella y tan poética, me contesto ‘Vamos Don Caroly un buen escritor tiene la obligación de agudizar la imaginación del lector, aunque puede ser que se me haya ido un poquito la mano. Aparte, escribir un libro es demasiado trabajo, no sirvo para eso, prefiero leer, aunque tengo escritos algunos poemas’. Cuando le pedí que me los traiga, Juan Carlos me contestó: ‘Los tengo ‘escritos aquí’, señalándome la sesera. Ese día me recitó como diez. Uno mas lindo que el otro, con perfectas estructuras, y qué inspirados eran.
Al miércoles siguiente lo llevé de prepo a la biblioteca de la calle Migueletes. Las tardecitas de los miércoles se reunían para leer y recitar poesías. No le gusto mucho a Juan Carlos ese ambiente, donde se destacaban muchas viejas paquetonas. Luego de escuchar algunos poemas de otros, y hacerle notar que los suyos eran infinitamente superiores, logré convencerlo de que subiera al estrado para que recite alguna de sus joyas. Subió a desgano su desaliñada figura, las manos en los bolsillos, miro detenidamente a los concurrentes, cerró sus ojos, e hizo un gesto de negación al bajar su cabeza”
“Una de esas cogotudas lo apuro al ver que tardaba ‘Vamos muchacho, ya esta grande para ser tímido” Para que.
Juan Carlos se despacho con los siguientes versos
Domingo por la mañana
Me refriego la banana
Y el lunes por la tarde
Ya la tengo que me arde...
“Ante el griterío de las viejas, yo mismo y un par mas de señores lo sacamos a Juan Carlos a los empellones. Mientras lo sacábamos, Juan Carlos ya descontrolado mirando fijo a la vieja que lo había apurado, alcanzó a completar”
El martes al mediodía
¡¡Anda a la concha de tu tía...!!
“Ya en la calle y más tranquilo, Juan Carlos se disculpo ante mí, y agregó: ‘Ya ve que no sirvo para eso, y menos ante esas viejas copetudas. Deje Caroly, me guardo la poesía para usted y la muchachada amiga’. Y así fue nomás, nunca nadie pudo convencerlo de escribir o recitar en frente de otros que no sean sus amigos. Éramos pocos los privilegiados que en el momento que a él se le antojara, sea ya caminan-por la calle con las manos en los bolsillos, o ya sea en un pequeño intervalo durante las charlas en el Café, él se despachara con un poema de fina, cadenciosa, y bella elaboración. Otra verdadera pena”
El cuarto y último volumen pertenece a otro poeta, por respeto a él lo dejé para el al, ya que en un relato es el epílogo el que queda vibrando en la razón y los corazones de los oyentes o lectores”
“Poli casi no hablaba, su silencio obedecía a su terrible timidez. Su comportamiento rayaba en el autismo. Su introversión excedía lo normal”
Los muchachos lo querían mucho. Siempre lo iban a buscar a su casa, y a duras penas lograban convencerlo para salir al Café o jugar a la pelota. Justamente por el fútbol fue que se hizo querer por la barriada. Su enfermiza timidez, la compensaba con su gran habilidad con la pelota -esas cosas pasan ¿verdad? También su eterno silencio tuvo compensación en la expresión por medio de la poesía”
“Yo diría que el chico era hipersensible. Hubo un tiempo en el que los muchachos no lograban sacarlo de su casa. Parecía haber caído en una profunda depresión. Los padres preocupados decían que apenas comía.
La muchachada conjeturaba que eso solo podía ser obra de un amor no correspondido, pero no imaginaban quién sería la ingrata. Poli jamás se lo habría contado a nadie. Con simpleza, alguien de la barrita se animo a deducir“. ¿Cuántas minas puede conocer Poli? no creo que más de dos. Adónde va las pocas veces que sale de su casa? Al Café, a la imprenta de Don Caroly, a jugar a la pelota. Solo en uno de esos lugares hay una mina a la que Poli se le anime a hablar, aunque sea solo para saludarla. Hay que ser medio boludo para no darse cuenta que es la Laura”
Luego de seis meses de encierro, Poli se apareció por la imprenta. Frágil y de piel transparente, me entregó sus trabajos, y me rogó encarecidamente que nadie más los leyera, y así fue, ese libro solo lo leí yo, los muchachos supieron respetar su pedido. A los dos días, de triste que estaba nomás, se murió.
Ese muchachito de estructura tan delicada como la de una pompa de jabón, simplemente no quiso seguir viviendo, y no fue suicidio. Su frágil corazón se cansó de sufrir. Se recostó en su cama y, durmiendo...siguió durmiendo. Acaso haya soñado su sueño ideal, utopía de la cual se negó a despertar.
Fue un día antes de cumplir sus veinte”
“Sus trabajos estaban presentados prolijamente en una carpeta”
“Son conmovedores y sentidos poemas, parecían ser escritos hacia una sola persona que jamás nombra. Son tan hermosos como tristes”
“Al imprimirlos, quise respetar el estricto orden en que los había presentado en la carpeta. Noté, por simple casualidad, que abriendo la carpeta en cualquier página, uno podía sumar entre las dos páginas abiertas, diecinueve cortas y bellas estrofas
Diecinueve, su edad al morir. Si uno unía la primer letra de cada una de las diecinueve estrofas, se podía leer OHLAURAMIAMADALAURA. 0 sea: ‘!Oh Laura, Mi Amada Laura!” –“Mi hija”.
-Respeté un largo silencio del anciano. Al cabo le dije: “Don Caroly, usted
debería estar orgullosos de ellos, esos anónimos y geniales creativos, son casi obra suya y de su rica biblioteca” Nada me contestó el viejito que había bajado su mirada hacía la base de su bastón, mientras sus manos jugaban con él.
Al poco rato llegó su hijo, éste me preguntó si hacía mucho que esperaba. Le contesté que hacía bastante, pero que su padre había sido un anfitrión de lujo, me había entretenido con algunas historias sobre el contenido de esa vitrinita. Creí adivinar una casi imperceptible mirada de reproche contra su padre. Fue entonces cuando el hijo me dijo:
“Aha ¿y cuál le contó, el cuento de mi barrita de escritores geniales?, ¿0 el de los cinco magos hermanos? Reconozco que ambos son muy inspirados. Qué le va hacer,
El Viejo leyó toda su vida. Imaginación no le falta, desde que tengo uso de razón que le digo que escriba, pero no hay caso. Si leyera su poesía, se cae de espaldas.
El viejo siempre fue un modesto sin remedio. La vitrinita contiene una enciclopedia rural. Nosotros imprimimos esa edición, y la verdad es que nos salió muy bien.
El autor nos regaló esa vitrinita con los volúmenes. Ganamos mucha plata con esa edición. ¿Quiere ojearla? Por algún lado está la llavecita...”
Me negué a hojearla. Cuando miré a Don Caroly, seguía con la mirada perdida acaso de ojos más brillantes; en su boca, una mueca tan cercana a la de un llanto como a la de una rara sonrisa.
-¿Qué les pareció la historia? Por lo visto no se durmieron.
Por un momento solo se escuchó el trino casi aturdidor de los pájaros volviendo a sus nidos en ese atardecer. Eugenio aprovechó para mirar las frondosas copas que solo dejaban entrever apenas las siluetas de esas aves bochincheras. Al cabo, comienza lentamente Raúl, mientras apoyaba su vencido lomo en la silla...
-Mirá vos el viejito, sin dudas un personaje. Bien pudo ser un genio humilde, de esos que hablabas al principio, Gabriel.
-¿Y, volviste alguna otra vez, aunque sea para escuchar la historia de los cinco magos hermanos? -intervino Eugenio.
-No, nunca más volví. Porque estoy seguro que no existía tal historia de magos.
Para mI, solo existió la humildad de Don Caroly y Hugo...
Y por supuesto, la picardía de Hugito Caroly para salvaguardar la modestia y la genial obra de sus amigos.
… -“Y este es el final de esta única historia”.
Tanto Eugenio como Gabriel quedaron convencidos que Raúl regresaría por otro postre. Ekirne.
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