SE ARRIENDA



Al levantarme de la cama sentí un gustito ajeno en la boca, muy pocas veces mencionado en forma agradable. Lo vi colocarse cuidadosamente la camisa dentro de los pantalones, que valieron tres veces más de lo que me dejó, como si los segundos que gastaba en sus lentos movimientos sirvieran para que sus pensamientos se ordenaran para la mentira que diría al llegar a su hogar, con hijos y esposa.
Se dio vuelta antes de abrir la puerta y sus ojos recorrieron la habitación como buscando si había dejado algo olvidado y después se marcho sin pronunciar palabra.
Arreglé la cama dejándola tan estirada como la de un soldado experimentado, tomé un vaso de agua, algo que siempre hacia después que ellos se iban. Abrí la cortina que me alejaba del mundo exterior y en la vereda de al frente un letrero que se prendía y apagaba anunciaban la vacante en mi cama.
Al salir del recinto el hombre de traje chocó con otro cliente que venia entrando, pero sus ojos escaparon de cualquier reconocimiento porque estaban en tierra de nadie, en el lugar donde no se hacían amigos ni se mencionaba que alguna vez fue visitado.
El nuevo cliente con una chaqueta de cuero y cinturón metálico se dirigió a mi lugar, su pelo largo llegaba hasta la cintura de un liso extremo tan hermoso como cualquier mujer desearía, entró a mi habitación y me vio sorprendido. Cuando uno lleva esta vida hace tanto tiempo, se da cuenta el significado de los silencios, así que lo lleve donde otra puerta estaba abierta y le anuncie a mi compañero que tenia un cliente para él. Cuando volví a mi habitación pensé en todos los diferentes hombres que había atendido desde que empecé a trabajar, ninguno tenia algún factor en común pero todos llegaban al mismo lugar; a una cama con olor a sexo ajeno.