En un diminuto rincón de un desierto vastísimo y árido, hay un edificio de baja altura, forma cilíndrica y hecho de marfil, en cuya entrada está presente una fuente ampulosa, que entraña el sacrosanto poder de apagar por largo tiempo la sed de los peregrinos que surcan el desierto, mas para hallarla es menester andar muchos kilómetros, padecer los embates de lo agreste, la intensidad de un clima seco que justamente les provoca una sed extrema que no puede ser saciada por mucha agua que lleven consigo.
Bajo esa férrea condición, se dirigen al edificio de sobria apariencia, en el cual habita una deidad femenina, concretamente una criatura de cuerpo delgado y bien proporcionado, torso sensual, manos muy delicadas y que posee dos cabezas, y cabello de tono cobrizo. Hescídea es su nombre.
Hescídea gozaba de gran adoración en tiempos pretéritos, pero decidió apartarse, entregarse a la soledad como refugio y como relax. Con calma flemática permanece en su morada, aguardando el arribo de los viajeros que buscan ansiosos la fuente divina.
Todo aquel que llega al templo, se encuentra sin saberlo con Hescídea, la miran atentamente a sus cuatro ojos rasgados y sucumben ante una mirada que les fulmina las facultades sensoriales, y solamente si es varón Hescídea sale a recibirlo. Entonces el viajero bebe para combatir su sed, repta poseído por los efluvios de la voluptuosidad serena de Hescídea y queda narcotizado por el agua mágica. Y en consonancia con la mansedumbre del aire, uno a uno los hombres van marchando hacia la fuente, pausados y sumisos, y se enfrentan (sin saberlo) a la presencia de Hescídea, que les resulta sorpresiva por ignorada.
Comienza la odisea entrando en el espacio desértico y finaliza en el templo de Hescídea, que cuida el elixir misterioso para la sed que los atormenta, y con sonidos tenues, sincopados, casi inaudibles, con su íntegra presencia, los hipnotiza y domina, no sin servirse de su agua divina.
Hescídea es una diosa bicéfala, sagaz y solitaria que bebe el agua de su propia fuente, espera ser visitada por los ingenuos hombres, los captura, y luego los mantiene prisioneros, a su merced en su templo, su Olimpo particular; allí en donde nadie sabe que ella reside. |