Así sin más decidió ser sombra, fantasma, una nadita merodeando por la ciudad. La idea le dio un brinco dentro, fue como un súbito despertar a medianoche, sintiendo latirle apenas el corazón y temblar todo el cuerpo, sin una estúpida razón. Pero fue bastante.
Quiso empequeñecerse para no molestar y ser olvidado. Supuso que de alguna forma eso le serviría. Anduvo fisgoneando por aquí y allá en medio de la masa humana volviendo a casa. No se topó con ningún conocido, según pensó. Subió a su auto y condujo silente consigo mismo, como nunca antes había podido. Ni siquiera parpadeaba. Iba lentamente, sin querer. Ninguna mirada se posaba en la suya. Nada más pasaban frente a él, o lo atravesaban limpiamente. Era como si de verdad estuviese volviéndose invisible al fin. (Para no molestar, pensó).
- Es una buena idea esta cuestión de irse quedando transparente y dejar de hacer sombra incluso. Como que los pensamientos se van quedando en el aire fuera de mí, y ya no tengo que pensar lo mismo de siempre.
El sol le hacía sudar la frente, pero eso apenas le importaba ahora, pues su cuerpo de apoco iba cediendo, arrepintiéndose de existir. El taco se movía con lentitud perfecta, y eso le reafirmaba todo: las cosas tenían que irse quedando detenidas alguna vez, y para él llegaba la hora de la quietud también. Tomó una pista alternativa y se alejó del tumulto de la vida. Se fue vadeando la cada vez más distante locura de la ciudad, y dejó que el camino lo llevara hacia cualquier parte, lentamente. |