EL BESO SANCIONADO.
Poco subía de peso. Por más miradas que diera al espejo cada día, las curvas se negaban siquiera a asomar por entre su ropa uniformada de estudiante. Todo era tenue en ella.
Esa era una parte. La otra prueba de sus tormentos diarios era su rostro innegable de adolescente transparente, con su cabello largo recogido en una trenza, no siempre ordenada y simétrica.
Sus ojos grandes y profundos eran hasta ese momento, limpios de artificio, pero carentes de gracia seductora y la línea que daba forma a su rostro fino, no tomaban el carácter de la bella mujer que tanto ansiaba.
¡ Demasiado delgada! tal vez la falta de gracia que a si misma se otorgaba era debido a su cuerpo aún fino como el de una niña, con músculos suaves producto de su etapa de crecimiento y al futuro tipo físico que tendría.
En la profundidad de sus pensamientos y deseos a Rosella no le importaba, no le desagradaba ser liviana como pluma y correr como un celaje cada día atrasada al colegio.
O trepar de vez en cuando, atraída por el fruto maduro de un durazno o de un ciruelo.
La casa de su amiga Lita, quedaba a una cantidad de cuadras que para ella, constituían un reto, en cuanto a la rapidez conseguida por sus piernas largas y morenas. Varias veces a la semana, recorría esas distancias porteñas.
Eran parte de los últimos vestigios de su infancia, que se aferraban aún a ella antes de hacer entrega formal de su territorio a la edad siguiente.
Era el todo, la suma de todas las cosas: la edad, la transformación de su mente, la desorganización que se producía en ella sin saber como enfrentarla
Había algo más, algo secreto y maravilloso, que atormentaba este crecimiento paulatino y lento, que sus cercanos observaban con paciencia, a veces con enojo y mucha tolerancia.
Al ser el hogar de Rosella un hogar abierto, muchas personas circulaban casi siempre en busca de su padre, infatigable deportista y dirigente, apoyador de jóvenes y una persona tan atractiva como una barra de oro.
Así lo conoció. Un día cualquiera, corrió junto con el perro al sentir el llamado en a puerta, y al abrir, por primera vez en su vida, se olvidó de todo, quedando en blanco como la hoja de un cuaderno.
Observó de lejos que movía los labios, y haciendo un esfuerzo logró entender que su padre era el objeto de su presencia en la puerta de entrada.
Siguió como una hambrienta, cada paso que el bello dio por el corredor camino al escritorio paterno, y el aroma de su presencia le llegó con la fuerza e intensidad de un golpe frontal e ineludible.
Desde allí todo cambió, Rosella sólo pensaba en esos ojos obscuros que la miraban sin registro, en esa voz que le hablaba sin esperar respuesta y en esas manos cuyo calor y tacto le eran desconocidos.
Espió cada visita, aguzó los oídos ante toda comunicación telefónica con su padre, y recorrió tristemente y con calma desconocida el trayecto desde su hogar a sus otros destinos.
Perdió su impulso, y toda energía fue encausada hacia los territorios secretos de ese apuesto descendiente de italianos que la ignoraba en forma absoluta. Y entonces, con la argucia de todas las Evas de este mundo, y dejándose llevar además por la guía de sus instintos, puso a su perro como talismán para atraerlo…y ¡oh!...algunos resultados fueron visibles.
El moreno, siempre parco en palabras, pareció algo animado, y un detalle tras otro acerca del fiel animal, produjo un acercamiento que si bien carecía de rasgos románticos, era mejor que nada.
Y ese fue el inicio de la adoración a toda prueba de Rosella, por este Ángel de piel morena y espaldas de deportista..
El perro fue el señuelo, pero Ángel no picó en la forma deseada. Y si bien se dignaba a ser su amigo, no ocultaba delante de Rosella las miradas y suspiros que unas curvas ajenas y pronunciadas le provocaban .
Pero Rosella no desistía, era demasiada la perfección que veía en ese rostro, en esas piernas de jugador, en ese porte inusual.
Amaba cada palabra y expresión de Ángel y sus rutinas y costumbres eran conocidas para ella.
Superada en parte su inseguridad, por su extrema delicadeza física, planeó una aparición fortuita en la ruta diaria del magnífico. Y fue así, que conociendo su camino cercano al mirador mas bello de Valparaíso, se cruzó simplemente a la hora última del atardecer de un día de Noviembre y fue nuevamente el nombre del noble perro el motivo de charla.
Hábilmente detuvo el paso de ambos, y con la dulzura en la cara y el terror más grande en su corazón, consiguió que Ángel, mirara junto a ella las aguas del Pacífico, casi invisibles a esa hora, y más oscuras a cada minuto que pasaba.
Instalados ya junto a la baranda del mirador, cerca uno de otro, sólo escuchaba el rumor apagado de la voz de él y el compás enloquecido de su corazón….
Nunca habían estado tan cerca, jamás lo había tenido al alcance de su propia piel. Rosella moría de amor…
Y como un premio de los Dioses mas benignos, que hacían que sus piernas largas y trenzas de colegiala se trocaran en una noble apariencia y en una cabellera de sueños, él, al fin, se volvió hacia ella, e inclinándose, presa de un embrujo que no lo atrapaba por completo, puso sus labios sobre los de Rosella quien sólo partícipe del milagro, tragaba aire como una moribunda.
¡¡¡¡Alto ahí!!!!
Un vozarrón duro y en inevitable cercanía, mas una luz de linterna, apuntando de forma cruda y violenta, puso fin a la caricia tan anhelada.
¡¡¡¡Ustedes dos!!!!
El carabinero, perfectamente ebrio, se plantó ante ellos, y con una autoridad que no admitía réplica, ordenó:
¡ Por ofensas a la moral !: ¡ LOS DOS PRESOS!!
Octubre de 2007
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