Aquel día en el que enferma y sin esperanza, la soledad se despertó, satisfizo su causa y naturaleza. Sabía que su destino estaba marcado y se resignó a que jamás se complementaría con el tiempo, el silencio o el viento; caminaría aparejada a todos ellos, sin que se percatarán de su presencia.
Aunque sabía que todo aquello se configuraba para hacer de ella la témida, la indeseable, la incomoda, en fin, la que nadie quiere tener como compañía, mientras la convertía en un signo de penumbra y desolación.
Así comenzó el día y paso la tarde, sin lograr descubrir la razón de su existencia; hasta que en su afán de sentirse identificada, descubrió que había ciertos momentos que la hacían ser , que la hacían andar con un paso más ligero.
Se dio cuenta que distante pero presente, no se entromete con el sujeto que camina en círculos con aire enfadado, ni siquiera para críticar;ni obliga a despertar la inquietud de viajar entre la imaginación y los libros que seguramente alimentarán su mente y corazón. En suma, halló en si misma, que su existencia es minúscula al lado del universo, pero indispensable para servir de complemento.
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