Como un toro, o una ballena urbana; gime, grita y padece con sonidos de muerte, llevando dentro de sí miles de pasajeros. Avanza torpemente, como un elefante moribundo. Se detiene y empieza de nuevo con sus sonidos de caos.
Mis primeros días en la ciudad los pasaba impresionado, tapandome la cara para respirar con miedo, esperando a que no haya ni un carro cerca para cruzar la pista; extrañaba el mar, la arena caliente, la arena mojada y fría, el viento limpio, aire puro. Extrañaba los helados de Fresia, y hasta las cocadas de Gallito, las cuales antes no me gustaban. Extrañaba los días sin olas, los días con olas, las tardes en soledad, las gaviotas.
Estar entre construcciones bulliciosas respirando gases tóxicos, amontonados y apretujados, disfrutando nuestro metro cuadrado de libertad. No me acostumbraba a tanta publicidad. Solo en el camino de mi casa a la universidad sentía que viajaba: primero a un banco, para luego estar en una tienda de ropa, comprando un televisor y postulando a otra universidad, ropa barata hoy, oferta mañana, teléfonos móviles del futuro, Dios está en ti.
Y yo, dentro del Bus-ballena moribunda, pensando en el silencio, cada día más lejano. Pensando en las clases, los trabajos grupales...¡cómo odio los trabajos grupales! En seguida perdía el control de mi mente, y ya estaba maldiciendo: por qué vine acá esto es el infierno, huele horrible me voy a envenenar con tanta cochinada...
Esquina bajo. Dejo en mi asiento mi actitud taciturna, mi mirada confusa y mi mente ofuscada. Bajo del micro escuchando mi respiración y la bulla infernal de la ciudad. Espero que no haya ni un carro alrededor, el animal de fierros viejos y humo contaminante pasa delante de mi y empiezo un nuevo día, extrañando el aire puro, el mar, el silencio.