Lleva hombres de miel, que ruedan sobre las pieles, lentos, viscosos y dulces.
De paja, secos, soporte de cuervos listos, intuitivos.
Hombres de verso, ojos limpios, trajes de cordero, ganas impías.
Trae los hombres de bruma, asesinos de sueños, destructores de mares bravíos.
Amantes marchitos, clandestinos, hechiceros y hasta buenos maridos.
Carga en su bolso, traidores tostados en hornos finos, infieles, violentos peregrinos, de esos que dejan la estela de sus pasos en los míos.
Brujos y blandengues, de amores escondidos, también los tiene exclusivos, de esos que dicen amarte por los siglos de los siglos.
Lleva en oferta los tibios, de promesas insolubles y doble vida, reptiles y resentidos.
Pedantes con sus esposas, amargos y destructivos, con curvas fuertes o líneas rectas dependiendo del destino.
Al final de cada tarde, el vendedor retorna con los brazos vacíos.
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