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Inicio / Cuenteros Locales / martin86barker / El Amor no predona (parte III)

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Los ojos de la muerte
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La psiquiatra solo podía ayudar con tranquilizantes. Líz nunca aceptaría lo sucedido.
Ya desde hace muchos años Líz había soñado verlo, inclusive creyó verlo despierta. Una mañana de la semana anterior, mientras esperaba el taxi para ir al trabajo un auto viejo (Ford Falcon, '60 y pico) pasó delante de ella. Sin saber que era lo que la llevaba a mirar la ventanilla trasera mientras ya pasaba delante de ella vio un rostro, creyó reconocerlo primero como el hombre que aparecía siempre en sus sueños antes de despertar exaltada. Ese mismo día mientras almorzaba en la cafetería de la empresa en la que trabajaba creyó ver el mismo rostro reflejado en la mesa pulida. Pero esta vez le encontraba un parecido con Esteban ese primer amor al que temió y huyó de el. Al mirar hacia adelante, ya que la luz le daba en la espalda, no vio más que una mosca que se posó sobre el borde del plato de sushi. Tras hacer un papelón, cuando quiso espantar la mosca y dio vuelta el vaso encima de la mesa con la misma cachetada, olvidó el rostro reflejado.
Eso no pareció grave en ese momento pero tras lo sucedido, tras el suicidio...
Todos los sueños en los que aparecía ese hombre misterioso volvieron, pero esta vez con rostro, nombre y hasta una voz particular, pero ningún mensaje claro.
Obviamente Líz pensó que la fantasía de un hombre sin rostro era algo muy común para una mujer y que el suicidio de Esteban había creado un trauma en ella. Seguramente por eso el hombre de sus sueños había tomado el rostro de Esteban. Nada que el tiempo no cure.
Pero el fantasma estaba libre, ya no era prisionero de sus sueños. Lo había visto dos veces en un día ¡y estaba despierta!
Se acerca la fiesta de fin de año que ofrece la empresa a todos sus empleados. Este año Líz no intentará seducir algún gerente de cualquier sección de la empresa dado que ya hace tres años que hombres diferentes la llevan de la fiesta con promesas ejecutivas y engaños políticos.
Ya está lista para la fiesta, y dentro de cinco minutos el remis tocara bocina en la puerta para llevarla. Aún faltan cinco minutos. Líz prende el televisor para perder un poco de tiempo, al fin y al cabo para eso lo compró. Pero al encenderlo ella siente una presencia en la sala. Al mirar no hay nadie. Husmea en la cocina, el baño, su habitación. Todas las puertas y ventanas están cerradas y no hay madi más que ella en la casa. Seguramente esa extraña sensación es causa del televisor y los nervios por no saber como la van a mirar en la fiesta las demás secretarias envidiosas y los ejecutivos que esperan su compañía. Apaga el televisor con calma y se siente aliviada. Pero entonces siente una mano tocando suavemente su cabello a la altura de la nuca. Gira violentamente para ver quien está detrás de ella pero no hay nadie. Las ventanas estaban cerradas y el aire acondicionado apagado. El terror toma posesión de su cuerpo y la lleva sin saber como a la puerta de calle, solo resta quitar el seguro de la puerta, salir, cerrar con llave y quizás no volver nunca. Pero es imposible siquiera atinar a quitar esa fina cadenita entre la puerta y el marco con el temblequeteo de sus manos. Una fría gota de transpiración corre por su espalda y la sensibiliza a sentir algo que no sabe si es real, pero en el recorrido de la fría gota de transpiración siente algo caliente que le recorre la espalda queriendo alcanzar el sudor. Sin saber como y en total control del terror nuevamente abre la puerta, sale y baja a la vereda. Mirando hacia la calle decide no asercarce a cerrar con llave, entonces ve que el remis ya está en la puerta y se zambulle en el.
- ¿Llega tarde patrona?-. Dice el remisero
- No, estoy en horario.
- Le tendría que cobrar por los siete minutos de espera, pero como ya ha viajado conmigo antes lo dejo pasar. Si la próxima vez pide el coche 16.
- Muchas gracias-. Dice ella mientras trata de entender como es que pasaron más de diez minutos de terror, para ella fueron diez segundos... -Diez segundos- era lo que su mente decía cuando una voz le decía al oído - Cuando mueres el tiempo pasa tan rápido que no podrías contar los días como en vida cuentas los minutos-.
Al mirar la calle Líz se da cuenta de que está a dos cuadras de llegar, pero... Entonces recordó que Esteban le habló al oído cuando solo habían hecho tres cuadras desde su casa. Provablente estuvo desmayada en el asiento trasero de ese coche durante cuarenta cuadras. Entonces esa voz pudo haberla escuchado mientras estaba inconciente y seguramente fue producto de su imaginación.
La fiesta, al fin. Rodeada de gente conocida que sin enterarse le darían protección. Todo se ve muy normal. Charlas con sus compañeras y amigas, chusmerios. Cena en mesas redondas para 15 personas, la mayoría desconocidos (así es como tratan de integrar a los empleados, sientan a los de mantenimiento con las secretarias y los serenos, pero nunca mezclan un gerente). Terminada la cena, comienza la música con un bolero que pocos bailan. Música tropical, y todos a la pista. Ya no hay dolor, ya no hay penas, solo salsa, merengue y champagne.
Líz se siente cansada de bailar, no se anima a ir al baño porque siente que va a estar sola frente a un espejo y ha visto muchas películas de terror últimamente. Decidió sentarse en la barra un segundo, mientras bebía un martini lo ve caminando entre el carnaval de gente. Se refriega los ojos, no para ver mejor, sino porque una catarata de lagrimas está brotando de ellos sin su consentimiento. Corre detrás de el sin saber porque pero a ella le es más difícil atravesar el tumulto que a el. Cuando cruza por el medio de toda la pista, al llegar al otro lado, lo ve. El está con una mano acercándose a la puerta como invitándola a salir de allí. La está mirando a los ojos, quiere decirle algo y ella quiere saber que. La gente al rededor se convierte en humo y la música en viento. Solo están ella, el y Dios. Se acerca a el, teme hacerle daño, teme que el la dañe. Toma su mano y desea ver sus ojos. Son sus ojos la única verdad, nunca mintieron. De alguna forma el rostro de Esteban se ilumina, entonces ella puede ver sus ojos, su alma.


La vida de Líz acabo esa noche.

El cantinero dijo que se desvaneció al bajar de la banqueta en la barra.

Los médicos dicen que sufrió un infarto.

Yo digo que vio el alma de un demonio.

Texto agregado el 30-10-2007, y leído por 89 visitantes. (1 voto)


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