Todo o Nada: Amar o morir
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Volvía del trabajo como todos los días, y como todos los días, desde hace ya unas semanas, esperaba cruzarla y saludarla como si la conociera. De hecho el veía algo familiar en ella, al pasar a su lado sentía como si una persona que estuviera aburrida de verlo lo saludara con la cabeza y el respondía con una mueca en la boca, casi una sonrisa, y el mismo saludo inclinando la cabeza.
Aún recuerda como si hubiese sido ayer cuando la vio por primera vez, una tarde gris en la que lo único que podía resplandecer era su mirada y su sweater naranja. Quizás antes se hubiesen cruzado ya muchas veces pero sin que uno atrapara la atención del otro o pudo haber sido la primera vez que ella volvía a su casa o iba a algún sitio a esa misma hora todos los días.
Pero hoy era un día distinto, si señor, Esteban estaba totalmente decidido a tomar la iniciativa, "hablarle". Su cabeza estaba muy lejos de la realidad, en algún lugar donde pueden simularse hechos futuros que siempre salen bien sea cual sea el argumento o la situación. Pero las cosas nunca suceden como las imaginamos, es un hecho, y Esteban caminaba divagando en el limbo. No se dio cuenta de que caminaba mirando el piso y un segundo antes de que le dijeran - Adiós - había visto un par de zapatos que abrigaban los pies de una mujer que calzaba aproximadamente 38 y 1/2, entonces su cabeza hizo Clic ¡Era ella!. Solo pudo darle un adiós temeroso y mirarla casi de reojo por temor de que ya estuviese de espaldas y hubiese pasado por su lado sin darle la menor importancia, lo hubiera saludad solo por costumbre, cuando ella ya estaba un metro atrás de el. Pero su sorpresa fue encontrarla de frente a el, parada y mirándolo como esperando algo.
- Hola.- Dijo Esteban, como esperando que algo sucediera y lo sacara a mil kilometros de allí. Seguramente no era eso lo que el quería pero es seguro que se sentía un completo estupido.
- Hola.- Dijo ella y no dijo nada más. El la miraba directo a los ojos esperando que sus luminosos ojos marrones lo sacaran de esa terriblemente incomoda situación. Pero nada sucedía, estuvieron mirándose cara a cara a un metro de distancia por varios segundos que parecían eternos para ambos.
- Como te llamas.- Dijo el mientras sentía que la vergüenza se deslizaba hacia sus pies y la adrenalina le subía a la cabeza.
Después de escuchar su nombre ya había recuperado la confianza y empezó a preguntar sobre ella. Nyha se mantenía misteriosa, respondía solo lo necesario y nunca una palabra demás. Esteban le contó un poco de su vida, su trabajo y... nada más, por el momento su vida era su trabajo y la emoción más grande de su día era camino a su casa cuando saludaba a una mujer de cabello castaño, ojos pequeños y nariz disimulada.
La acompañó unas cuadras y en una esquina ella le dijo que estaba bastante cerca de su casa y prefería seguir el camino sola. El no quiso contradecirla ni presionarla y accedió.
¿Porque no lo dejo acompañarla?, ¿tendría pareja?, ¿estaría casada?. Esteban se interrogaba como si dentro de el estuviera oculta la verdad de esas cuestiones y no pudiera confesarlas. Pero la única verdad sobre Nyha era que no conocía más de lo que ella le dijo. Trabajaba en un diario al otro lado de la ciudad, tenía un perro inútil y muy querible llamado Rick, le gustaba mucho las pastas y el pescado y no tenia muchos amigos.
Siguieron encontrándose todos los días a la misma hora en el mismo trayecto, demorando la llegada a su hogar media hora al menos. Así fue durante una semana hasta el viernes. El fin de semana fue un tanto desolado para Esteban, días y noches pensando en ella y preguntándose si algo sucedería entre ellos y llegó a la lógica conclusión: "Si ella lo iba a aceptar como pareja sería cuando el lo proponga, en cambio si ella no quisiera nada serio con el no lo haría nunca". Solo tenía que tomar coraje y proponer algo juntos.
El lunes se encontraron como de costumbre y el abordó el tema casi sin perder tiempo -Creo que me estás enamorando.- Ella lo miró y le dijo "Yo temo lo mismo, pero..." tras un breve silencio de esos en los que parece detenerse el tiempo y mientras todo comenzaba a acelerar de nuevo hasta conseguir su ritmo normal, y mientras el intentaba comprender, le contó que estaba en pareja, llevaba una vida mediocre, ordinaria, pero nada de eso la hacia infeliz. Entonces le pidió un tiempo para pensarlo, eso era muy alentador para Esteban.
- ¿Cuanto tiempo?
- Una semana.- Dijo muy segura de lo que hacia.
-Esta bien, nos veremos el lunes próximo aquí mismo.
Se despidieron con un abrazo y unas palabras al oído.
Ella se fue caminando muy lentamente, seguramente meditando camino a casa y disfrutando el aire fresco. Esteban estaba muy intrigado por saber donde vivía la mujer que le quitaba el sueño, el hambre y a cambio le daba ganas de vivir 24 horas solo por verla al menos media hora. La siguió desde lejos por miedo de ser descubierto y la vio entrar en una casa de barrio a seis cuadras de donde se habían encontrado. Al verla cerrar la puerta sintió un puñal clavándose en su corazón, ¡no la vería durante una semana!
Ya puedes imaginar la semana que pasó Esteban. Se había vuelto un completo desastre, casi no dormía, casi no comía y casi no vivía. Pues no tenia razones para hacer nada, nadie lo esperaba el día siguiente a la salida del trabajo. Solo tendría que soportar esa semana para ser feliz el resto de su vida con la mujer que amaba y eso era lo único que lo mantenía vivo. Aparentemente ella había cambiado el recorrido hasta su casa para que no se encontrasen. El, en cambio, era fiel a su trayecto con la esperanza de verla antes de lo acordado pero no fue así.
El lunes Esteban se retiró con 10 minutos de anticipación del trabajo y la esperó en el lugar donde se habían encontrado por última vez. Esperó, esperó y esperó. El tiempo parecía no pasar, pero su reloj no mentía, una hora de espera, pero la esperanza seguía ahí con el. Tras dos horas y media de espera y ya con los ojos llenos de lágrimas, sin vergüenza por que la gente lo viera llorar, se dio cuenta de que ya no vendría.
Pero el sabía donde vivía y como encontrarla. Se sintió muy solo, abandonado. La desolación se convertía en una prisión y buscó donde refugiarse. Entro en una iglesia, el lugar no era como lo recordaba, era oscuro, triste, casi una tenebrosa cueva de angeles. El párroco lo vio sentado en la última fila llorando y con los ojos perdidos en la imagen de Dios crucificado, se acerco a el y le pregunto que le sucedía. El lo miró y no encontró en su sotana ni en sus ojos el alivió que necesitaba. Solo le dijo "Perdón" y salió de allí corriendo. Sin saber lo que hacía fue a su casa directamente al placard y de el piso de este sacó una caja de zapatos, la abrió y la tiró sobre la cama, de allí sacó una bolsa de papel madera. Besó una foto de sus padres ya muertos que estaba sobre la mesa de luz y salió corriendo nuevamente sin siquiera cerrar la puerta.
Ya muy agitado llegó a la casa de Nyha, tocó timbre y atendió un tipo de baja estatura y de aspecto bastante descuidado.
- Usted es el marido de Nyha.- Preguntó Esteban sin dejar que el hombre pregunte si quiera quien era.
- Si, soy yo.
- Donde está ella.- Dijo muy exaltado y con un tono de voz que desconocido para el.
- Quien es usted.
Ya sin ganas de responder nada Esteban tomó la bolsa de papel madera del interior de su abrigo y sacó de ella un revolver, lo puso en la naríz del hombre y le dijo "Quiero ver a Nyha". Nyha que escuchó el alboroto ya se dirigía hacia la puerta.
- Solo dime que eres feliz así.- Gritó el sin dejar de apuntar la naríz del esposo de Nyha.
- Si lo soy.- Dijo ella muy segura.
Esteban que aún estaba en el umbral de la puerta la miró a los ojos, temblando quitó el revolver de la cabeza de el hombre confundido que, literalmente, no entendía nada, lo puso en su cien susurró algo que ni Nyha ni su marido entendieron y se disparó en la cabeza.
La ciudad entera se conmocionó con el hecho, la televisión, los diarios y la gente hablaron de ello al día siguiente. Nadie pudo escapar de la noticia, ni siquiera Líz, una secretaría en una importante empresa. Tomaba café en el descanso y quedó admirada al ver en la tapa de el diario Ciudad (en al que Nyha trabajaba) la foto de un cadáver, así de crueles son los medios. Pero más admirada quedó al ver en el desarrollo de la noticia, en la página central, la foto de alguien que le parecía familiar. Tomó el diario y corrió al baño, dejando el café sobre la mesa, y se miro al espejo. Era la foto de Nyha. Se parecían tanto una a la otra que Líz solo tuvo que taparse el flequillo para creer que la de la foto era ella misma. Entonces se sentó en el piso y leyó que debajo de la foto del cadáver decía: "Esteban Mestre". Lloró sin parar hasta que una compañera de trabajo la encontró tirada en el suelo, con el diario empapado en lágrimas. Líz, sin dejar de llorar, con la mirada totalmente extraviada le dijo: "Es mi culpa".
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