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Cajeros automáticos, ladrones y celos de estación.

Este es el caso. Estoy sentado en un bar, es cerca del mediodía, un tipo suele a estas horas robar el cajero automático que vigilo. Soy policía civil, trabajo vestido de hombre de barrio para poder hacer el trabajo que hago. Para poder meterme en un bar, con una pistola junto al pecho, y comerme una pizza mientras espero a mi presa. Mientras mi presa, espera, en algún lado, y sin saberlo, su calabozo.
No sé el nombre del tipo. Apenas si conozco su rostro por las imágenes de la cámara del cajero. Se que está por aparecer. Hace un mes que vengo a este bar, a vigilarlo, a esperar de agarrarlo con las manos en masa. Ese es el caso. Sin embargo, eso no es lo más importante. Lo más importante es mi novia. No mi novia, su persona, si no lo que me camina en la cabeza sobre ella. Tiene treinta y dos años, hace ya dieciséis meses que salimos; pero en su vida, en lo que va de su vida, ha sido la mujer mas promiscua del mundo. Me enteré de esto mucho tiempo después, no por casualidad, si no por boca de ella (lo que es peor). Ya la quería cuando me enteré de que había atravesado la ciudad de cama en cama durante años, y se me han mezclado los sentimientos, un amor impetuoso y un agrio resentimiento hacia su pasado. Inextricables celos hacia su historia han ido creciendo en mi como una espesa tela de araña. Mastico un mordisco de mi pizza, miro hacia el cajero, vigilo, pienso.
Es él. Es el muchacho. Lo veo. Aparece doblando la esquina, se ha sentado sobre un auto, justo a la entrada del cajero. Tomo un sorbo de gaseosa y me preparo. Si entra en el cajero me zambullo tras él. No entra. Se queda ahí, sentado, esperando como yo lo espero. Yo pienso, yo siento, no puedo evitar sentirme uno más al lado de mi novia. Un transeúnte en una larga historia de amores desenfrenados. ¿Estaré con ella el resto de mi vida? ¿Podrá serme fiel? ¿Me abandonará desesperada persiguiendo una nueva ilusión? No puedo evitar sentirme un número más, un efímero recuerdo, un trofeo tal vez, un trámite. Pero la amo. Me encanta mirarla mientras duerme, la suavidad que despliega al dar vuelta las páginas de un libro mientras lee, me gusta la mirada en sus ojos cuando enrosca los tallarines en el tenedor, son cosas simples, son esas cosas que hacen al amor, además de que tiene el mejor trasero de la vía láctea.
No puedo evitar la amargura que me despierta saber que estuvo en más camas que camas tiene un convento o un regimiento de bomberos. El muchacho se levanta del auto. Mira alrededor. Camina hacia el bar en el que estoy.
Estoy sentado en la barra. Sobre una banqueta. Desde acá veo perfectamente el cajero. Desde acá veo perfectamente como el muchacho camina y se acerca al bar y entra y se sienta a mi lado en la barra. Él me mira. Tengo miedo que se de cuenta que lo estoy persiguiendo. Después pienso que no, que es imposible; visto una camisa floreada tropical y pantalones y zapatos blancos. Parezco un cantante de cumbia, no parezco un policía. Él me mira, me sonríe, pide una cerveza.
-que lindo una cerveza a esta hora - le digo para sondearlo.
-Si, no hay placer que se le parezca – me dice, muy simpático,
muy correcto. Ni sospecha quién soy. Me alivia saber que no sabe nada. El muchacho no tiene pinta de choro. Parece un estudiante de universidad, un vendedor de celulares, simpático, agradable, educado. Por momentos sospecho de que sea él. Es más, me incorporo, voy hacia el baño, saco las fotos y comparo, reviso; sí, es él, no hay duda. Vuelvo a la barra.
El tipo agarra el diario. Lee la primera página.
-Hay algo nuevo – le pregunto
-Nada nuevo, no se puede vivir sin plata como siempre – me dice
-Y sin amor tampoco – le digo
-El amor puede esperar, el amor trae más problemas que la inflación
Creo que tiene razón, pienso para mi. Este tipo ha cometido siete asaltos a mano armada en este mismo cajero. Es hora de atraparlo. Tengo ganas de sacar el arma, ponérsela en boca, pegarle unas cuantas patadas y llevarlo al calabozo. Pero no puedo. Tengo que agarrarlo en pleno acto. Me da asco su perfección. Como disimula ser lo que es. Mi novia tampoco parecía tan puta. No es puta. Es lo que pienso a veces, pero no es puta. La frialdad de este tipo es una puta frialdad. Esta bebiendo una cerveza en frente de donde en unos momentos va a robar, como si estuviera en una jornada de descanso, como en un día domingo, o feriado. No parece incomodarlo nada, ni siquiera hablar conmigo.
-Tiene razón, el amor trae muchos problemas – le digo
-Los celos sobre todo – me dice
No sé como ha hecho, pero ha acertado en la raíz de mis problemas. Siento una sensación rara. Miedo de que me descubra. Es imposible.
-Si, los celos, los celos matan – le digo, me pido otra porción de pizza – quiere una - le digo al tipo
-No, gracias – dice - ¿usted es celoso? - agrega después-
-Hasta la médula, soy tan celoso como hincha de banfield, y le digo que a banfield lo sigo a todos lados.
-¿tiene mujer, novia, esposa, algo? – pregunta el muchacho.
-Novia – le digo
-¿Y le tiene celos?
La conversación me causa un sentimiento ambivalente, por un lado tengo todo el tiempo ganas de partirle la botella de cerveza en la cabeza y guardarlo donde tiene que estar guardado, por otro lado esto se está haciendo interesante. Él se ha pedido unos maníes y come y toma cerveza.
-Celos a ella no, no me da razones para ser celoso, es buena mina, pero a su pasado, su pasado es turbio, su pasado me despierta unos celos de elefante
-¿Qué es separada y se ve con su ex marido?
Podría haber sido una posibilidad, pienso. Pero no.
-No, mucho peor, se ha acostado con media ciudad – le digo casi susurrando
El tipo se ríe, casi a carcajadas, ahora si me da ganas de reventarlo a trompadas.
-Disculpe que me ría – dice – pero ha sonado chistoso – se nota mi cara de enculado, él se da cuenta – le pido que me disculpe – insiste
-No pasa nada – le digo, aunque sí pasa, pasan muchas cosas, pero no es cuestión que eche todo a perder por una pavada. Finjo una sonrisa – Está todo bien -le digo – ¿no le parece a usted motivo para sentirse celoso?
-y… debe ser duro, encima usted debe ser uno de esos tipos que viven indagando en el pasado y carcomiéndose la cabeza con pensamientos oscuros ¿o no?
-No, no, para nada, al contrario, ella tiene la manía de contarme sus historias, y todo porque quiere ser sincera me dice
-Linda forma de ser sincera – dice el tipo sonriendo – y encima ya me lo imagino a usted pensando, los otros la habrán tenido más grande, le habrán dado mejores orgasmos, todavía tendrá fantasías con sus recuerdos
El tipo tiene razón. Yo pienso esas cosas a veces. Tiene razón y me da bronca. Después me tranquilizo. Pienso que en cierto modo me estoy burlando del tipo. No tiene ni idea de quién soy. No sabe que lo tengo servido en un plato. Esa idea me da sosiego.
-Además de que se debe maquinar – sigue el tipo agregando – de si no se cruza a alguno de los machos de tanto en tanto, de que esa mujer va a ser la madre de sus hijos, de si sus amigos se enteran de su trayectoria, es más, pensará en la posibilidad de que uno de sus amigos haya sido parte de la trayectoria.
-Tiene razón – le digo, casi triste se lo digo. Estoy esperando que el tipo me diga que no pasa nada, que el pasado pisado y que no hay que condenar a nadie por lo hecho o vivido, pero no, el tipo dice – usted se debe sentir uno mas al lado de ella, uno mas en una larga lista de tipos, que ya de tantos, ni identidad tienen.
-Lo peor es que la amo – le digo y me quedo en silencio. Me pido otra porción de pizza, ya van siete con esta, voy a reventar. Me miro en el espejo que hay más allá de la barra, detrás de las botellas de vino. Me miro en la camisa floreada. Parezco el rey de la bailanta. Suena mi celular. Es mi novia. Escucho su voz. Me derrito. Me encanta su voz en el teléfono, es la voz de una tierna cachorrita que me envuelve con su encanto. Me dice que me extraña. Que ahora esta por comprarse unos zapatos. Puedo imaginar sus hermosos pies en esos zapatos, puedo imaginar su magnífico trasero bambolearse mientras camina con zapatos nuevos. Puedo verla caminar por el shopping mirando vidrieras. Por qué ha tenido ese pasado me pregunto con rabia. Me dice que esta noche va a hacer fideos al pesto, como a mi me gusta, con albaca y nueces, y que vamos a comer y después, después “la cochinada”, me dice, pícara, sensual, atrevida. Corto el celular. El tipo se ha ido; la puta madre.
Como en un reflejo palpo mi arma, en la cartuchera, bajo el brazo. Dejo el dinero de las pizzas y la gaseosa sobre la barra y me arrimo a la puerta. Me asomo. Ahí esta el tipo. Otra vez sentado sobre el auto, frente al cajero. Me apoyo en el marco de la puerta y enciendo un cigarrillo. Fumo. Lo observo. El tipo también saca un cigarrillo. Fuma. Se da vuelta, me mira, una sensación de terror se apodera de mi, me descubrió me digo, el tipo levanta la mano y me saluda, lo saludo. Respiro aliviado. Me meto otra vez en el bar. Busco un lugar desde donde verlo. Con el diario me tapo el rostro y lo vigilo. Una mujer camina en dirección al cajero. El tipo la está mirando, la sigue con la mirada. Se da vuelta, mira en dirección al bar, no me ve, se incorpora y saca un revolver de la cintura. La mujer se mete en el cajero, y él, pistola en mano, atrás de ella. Salgo corriendo. Cruzo la calle a toda velocidad. Saco el arma. Estoy junto a la puerta del cajero. Espero que salga. Tengo más adrenalina que sangre en las venas. Respiro agitado, trato de mantener la frialdad. Me tiemblan un poco las piernas, pero el pulso no, piso fuerte, el temblor de las piernas desaparece. Él tipo sale del cajero. Hijo de puta, manos arriba, le digo.
La cara del tipo: indescriptible. Pero vos…, me dice. No puede creer que yo sea quien soy. Ha dejado el arma en el piso y tiene las manos en la cabeza, tiene los ojos grandes como dos huevos fritos, está pálido. Lo empujo contra la pared. Llamo a mi apoyo. Llegan dos o tres compañeros. Lo esposan. Toman el arma. Tratan de calmar a la mujer que grita como si la hubiesen violado. El tipo está boca abajo en el piso. Una patada. Le pego un zurdazo junto a los riñones. Tiene los ojos rojos de la bronca. Se da vuelta, tu novia es una puta, me dice, y se ríe, le pego otra patada. Lo levanto y lo llevo hacia el coche. Mientras caminamos pienso en mi novia. Pienso que debe estar probándose los zapatos nuevos. Recuerdo su voz, su dulce voz en el teléfono. Me estremezco. Lástima por su pasado. Lástima que se haya acostado con media ciudad. Pero esta noche vamos a comer fideos al pesto, como me gusta a mí, y después “la cochinada”, como le gusta decir a ella.






















Texto agregado el 29-10-2007, y leído por 542 visitantes. (13 votos)


Lectores Opinan
01-03-2008 Excelente narrativa Sebastian, *****Te felicito. sagitarion
15-11-2007 Primeramente felicitarte y darte todas mis *** y posteriormente decirme que tienes una capacidad y unafluides narrativas incribles, me encanto cuando compaginas perfectamente las ideas del policia sobre su novia con el dialogo del ladro. Yo tambien pense que seria otro final quizas por estar acostumbrada a obviedades, por lo que tambien te felicito por el final. Eres muy bueno joysma
10-11-2007 +++++ chapoo
07-11-2007 Potencia narrativa y fluidez en el texto. Felicitaciones. Máximo islero
03-11-2007 Muy buena. Hacía tiempo no encontraba un manejo tan fluido de los diálogos. Logras una buena tensión y mantener en suspenso al lector. Feliciades adso_demelk
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