Para la incomparable Anita Cecilia


Si hubiera que elegir palabras para describir sus escritos, uno debería ingresar subrepticiamente al Olimpo y robarle a las deidades parte de ese líquido divino, de ese codiciado néctar, para dárselos a probar. Ello os daría una meridiana pista de la exquisitez de su lenguaje, de la fluidez huidiza de sus construcciones, del sabor inconfundible de sus enigmas, de la belleza inmaculada de su prosa. Su verbo prodigioso reinventa los nombres de los objetos y aún aquellos más humildes se recubren de gloria gracias a la mágica iridiscencia que de sus palabras emana. Leer su prosa poética equivale a sumergirse en una catarata de sonidos melodiosos y no importa cual sea nuestro destino final, si al sucumbir inmersos en las torrentosas aguas de su talento innato, estamos siendo protagonistas de un hecho prodigioso. Leedla y recreadla, ella es sonido, fuerza y luz, es un candil que se estremece por los desvaríos de su pasión y quien ose tratar de profanar su pródiga obra, ya sea con epítetos o cobardes ridiculizaciones, corre el riesgo de perderse en oscuros laberintos por toda la eternidad…