Frente a frente por fin, tantas fantasías para un único momento, tantas batallas, tanta sangre.
Hoy son manchas en sus ropas, son su escudo y su trofeo.
Lo miró un instante, la destrucción paulatina de sus lazos, de sus hijos y hermanos, no dejó huellas de odio en su mirada, tan pura, tan infinitamente clara y transparente. Punzadas de desprecio le recorrieron la espalda.
En acuerdo tácito con su memoria, sus dedos tocan los trapos que le cubren el cuerpo, el mapa de sus victorias, cada gota seca, descolorida, impregnada. Y ella trae, cumpliendo su parte, todos los recuerdos.
Evocó épocas de muertes rápidas y violentas, épocas de armas filosas y efectivas. Cuando los enemigos eran muchos y no había tiempo de disfrute ni de instinto. Trabajo duro, constante, agotador. Las yemas bajaron un poco, y el contacto con la sangre le trajo sus mejores momentos.
Tiempos de hostigamiento, de estrategias, de goce. El efecto lento del veneno y los síntomas casi imperceptibles, pudría de a poco la esencia de sus almas. Dejándolos vacios, desangrados, rendidos a sus pies.
Todas las guerras se terminan un día, cuando ya no quedan víctimas ni soldados. Y el final los pone hoy cara a cara, mirándose a los ojos.
Tanto empeño, tantos años, tanto camino recorrido para dejarlo solo, vulnerable, accesible.
Difícil encontrar muerte adecuada para un final triunfante, cual más memorable, cual más dolorosa, más placentera.
Permanecía inmóvil mientras el Miedo avanzaba, lo miraba acercarse, lo esperaba. Tan próximo estaba, que por compasión estiro su mano para evitarle el choque. El se desvaneció de inmediato y desde abajo, en la tierra, escucho sus palabras.
El amor es la no muerte, deberías saberlo.
Lo vio alejarse rodeado de fantasmas, se arrastro hacia las sombras. El tampoco moría, perdió una guerra, es cierto, pero no fue la última.
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