Deseaba permanecer ahí, sintiendo la presión de su cuerpo contra el mío y su respiración pausada en el cuello solo un momento más. Cerré los ojos, imaginé su figura y la bañé de luz, de esa luz cálida con la que se visten las cosas amadas en mis pensamientos. La luz que protege de todo, la que abraza y acaricia, con el mismo calor de mis manos.
El beso rescata mi mente y las miradas se encuentran de nuevo. Un fragmento de tiempo queda detenido, perdido en sus ojos, debatiéndose entre sueños y realidades, sonrío ante la idea de no volver a notar la diferencia.
El frio se hace visible a través de los vidrios, arrancando la nieve de todos los rincones, luciendo su grandeza en remolinos blancos. Cada vez más furioso, sabe que pierde su fuerza ante nosotros, tan valientes ahora, protegidos en abrazos que se hacen eternos, con la tibieza del alma como único abrigo, él se vuelve nada.
Deseos antiguos nos construyeron, y nosotros, títeres de aquello que anhelamos un día, nos dejamos llevar. Nos encontramos esta noche con una vieja historia sobre una alfombra blanca, con el fuego iluminándonos la cara, con un millón de caricias, una cabaña y un beso infinito.
Y si al reino de los sueños le pertenece esta noche, nos haremos ladrones y será solo nuestra.
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