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LIBERACIÓN


La lluvia, impertinente, picoteaba la calva de Jonás mientras alargaba sus pasos en dirección a casa. Unos tramos más de camino y acabaría de mojarse hasta el tuétano.

Pero no le preocupaba tanto la lluvia como la tormenta que preveía con su mujer.

No había hecho nada por evitarlo, la mula sintió la vital llamada de la sangre y corrió en un trote desacompasado pero febril hacia el campo vecino. En su afán por encontrarse con el burro que portaba en su lomo a uno del pueblo, no distinguió las matas de hierba que ocultaban una gran acequia seca y cayó en ella torciéndose el cuello y muriendo desnucada.

Los gritos de Jonás llamando a su animal alarmaron a su vecino quien dio vuelta a su grupa para ayudar, pero todo fue inútil.

En su larga caminata bajo el aguacero recordó la paliza que le diera su padre cuando muchacho al haberse dormido mientras cuidaba el ganado; las ovejas, libres del pastor y del perro que dormía junto a él, buscaron felices la frescura y la ternura de aquellos tallos de trigo aún verde del campo contiguo.

El guarda, la multa, la vergüenza en el pueblo y los correazos, sobre todo, dejaron heridas en su cuerpo y en su alma que aún no se han borrado. Todavía siente un jamacuco al recordarlo.

La que está cayendo.- Pensó mientras la cortina de agua le dejaba ver, a lo lejos, el autobús que se dirigía a la capital, después de recoger pasajeros por los pueblos aledaños.

Imaginaba a su mujer atizándole con lo primero que encontrase a mano. Ya lo había hecho otras veces. Y siempre contenía su irritación y se escabullía como podía hasta que se le pasara el pronto. Luego se subía al granero con la bota de vino bien llena y sobre esteras de esparto o sobre el grano, daba rienda suelta a su ira entre trago y trago a sabiendas de que la parienta no podía escucharle desde el cuarto bajo.
Cuando vaciaba la bota y su ira contenida, se echaba alguna manta vieja por encima y dormía la curda hasta que una patada le despertaba por la mañana. El gallo parecía reírse de él cuando anunciaba el alba.

Con la ropa empapada y chorreando de pies a cabeza, llegó al pueblo y al doblar vio al autobús esperando. Pensó que le esperaba a él y sin encomendarse a Dios ni al diablo, sintió una raya en la frente que tachaba todo y subió, pagó su billete a la capital, escuchó el sermón del conductor sobre el agua que le iba a dejar en el asiento y caminó hacia el fondo del vehículo. Se sentó en el suelo para no mojar la butaca y al mismo tiempo que no pudiera ser visto por la mujer, no fuera que se le ocurriese pasar por allí en ese momento.

No miró a nadie de los que subieron, no contestó a nadie, enmudeció con miedo. Sólo el fuerte pitido del autobús al salir del pueblo le mandó un poco de calor al estómago.

Se acurrucó en el suelo detrás de dos asientos y se durmió.






Texto agregado el 27-10-2007, y leído por 360 visitantes. (18 votos)


Lectores Opinan
16-01-2008 La violencia doméstica como se le llama ahora no surge así porque sí, que en ella interviene toda una serie de desventuras y factores que van desde la penuria y la mala educacíon hasta el desnucamiento de una mula. Lo más importante, esencial, de esta historia, como en los buenos cuentos, no está en lo que se cuenta, sino en lo que no se dice y el lector se figura. azulada
27-11-2007 Un cuento que emociona y deja un sabor amargo en la boca. La penuria del pobre y el maltrato familiar,la mansedumbre y la resignación. He visto muchas cosas en este cuento porque no lo es, es una historia de vida y el final es un escape hacia la libertad. Como siempre, un placer leerte. Un beso y mis estrellas. Magda gmmagdalena
16-11-2007 Estupendo relato cargado de matices vitales. Enhorabuena Alejandro_1007
14-11-2007 Guau! siempre leerte es un placer y una lección de vida. Una vez más, aprendo tanto contigo, de tí, de tus letras y de tu persona, saliendo por ellas como una sutileza que emociona. Saludos y estrellas!***** cromatica
13-11-2007 un cuento con "fundamento", Juan, una manera excelente de ponernos frente a la disyuntiva personal del albedrío. naju
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