Una ciclo vía se bambolea bajo mis pies, sobre mis zapatos. Llegó tarde, demasiado tarde. Logro bordear la ciclo vía y la ciclo vía logra rodear la plaza.
Un haz de luz se hace presente dentro de mis ojos, me exalto, pero no del todo, estoy llegando tarde y pocas cosas me importan más que ello.
Un zumbido intenta, sin antes obtenerlo, partir mis oídos, hundirlos, demolerlos. Un zumbido espeluznante que a duras penas me deja seguir en mi ruta. Acto seguido, un olor a muerte, a humo, a radiación empieza a penetrar mis orificios nasales. Tengo muchas ganas de estornudar, pero mi cuerpo no se deja vencer tan fácilmente.
Hace calor, un calor infernal que abraza mi piel, pero mi corazón, mis intestinos, los pulmones, la boca están heladas, hielan. Esta dualidad interior-exterior produce una gran fricción metafísica entre mi ser y mi contexto, pero estoy muy ocupado y debo de llegar al laburo.
La plaza se siente vacía, la hamaca se menea inmóvil, junto a un tobogán sin gravedad, una calesita sin fuerza centrífuga. La física se ha encargado de reunir todas estas soledades en la soleada y oscurecida plaza.
No siento mis pasos, se metamorfosean en silencio, se cuelan entre las notas de un rompe-portones, de una bomba de estruendo, de un petardo, o todo eso a la vez. No se porque hay tanto bullicio, la gente como yo esta muy ocupada para semejante revuelo.
Mis pasos siguen pero mi cuerpo no quiere avanzar, hace una hora que estoy a tres metros la esquina, la hija de puta me esta haciendo perder demasiado tiempo.
El verde césped se esta ennegreciendo, los árboles se están desnudando y los animalitos desmayando.
Una pared se revela y muestra su tatuaje diurno.

Hoy hay fiesta en el cielo
Fiesta de un aburrimiento absoluto
No deja por eso de ser fiesta
Fiesta de oscuro y sombrío luto…

Mis ocupaciones no me dejan seguir la lectura, hace ocho horas que tendría que haber entregado un informe, el jefe hoy si que me mata, me mato en ese estúpido trabajo y así me lo pagan, matandome.
Un globo ocular se despierta en el cielo, dice ser el ojo de Dios, mira asustado, despavorido, empalidecido (a pesar de ser solamente un ojo). Sin tener medios para evitarlo, deja caer una lagrima que rodea su mejilla invisible y se transforma en lluvia. Rocío de madrugada que empieza a besar mis labios, pero estos estan muy resecos para sentir tan bella alabanza.
Estoy en un pozo profundo, la ciudad esta vacía, yo estoy vacío, nadie se acerca, no siento mis pies, estos no desean avanzar, mi lengua degusta hollín, mis ojos ven una plaza desolada y habitada por niños en llamas, mi nariz huele un olor a humo y muerte insoportable, mi mano siente el peso de una maleta pulverizada y mi oído escucha una radio encendida.

“Hace poco tiempo un avión americano ha lanzado una bomba sobre Hiroshima inutilizándola para el enemigo. Los japoneses comenzaron la guerra por el aire en Pearl Harbor, han sido correspondidos sobradamente. Pero este no es el final, con esta bomba hemos añadido una dimensión nueva y revolucionaria a la destrucción”

Pero estoy muy ocupado para tener en cuenta esas banalidades, hace veintisiete horas que debería haber llegado con el jefe y haberle entregado mi informe. Veo el reloj, hace una semana que son las ocho y quince.