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Truco (II)

El problema que había con Cabezón me había tomado bastante tiempo en determinar. Generalmente no me toma mucho para leer a una persona, pero con Cabezón había sido más dificil. Había sido como tratar de leer un libro cuando el viento está soplando todas las páginas y no podés usar las manos. Solo lo había conocido hace unos meses y, aunque no me agradó por lo tanto que hablaba, me cayó como un hombre bastante honesto en su deshonestía. Cabezón hablaba y mentía y hablaba pero siempre se sabía cuando estaba mentiendo. O pensaba que sabía. Y en esto se encontraba el problema: que alguien va a mentir viene sin decir, pero hay que saber leerlos, si no se los puede leer, por el soplar del viento o por las miradas que dan o por lo que sea, de nada sirve conocerlos. Y parece que al Cabezón yo no lo conocía para nada.
Fue el Yanqui el que primero me lo dijo. El Yanqui era de El Bolsón pero su madre, antes de que se murió, había sido de Arkansas o Alaska o Alabama o algo. Le decían el Yanqui por eso, pero en todos los otros aspectos el Yanqui era Yanqui como yo era de Pakistan. Nos habíamos conocido por mucho tiempo, desde que su familia se mudó a Liniers cuando nosotros vivíamos más del otro lado del puente. Y fue él el que me lo dijo: -Cabezón te quiere ver muerto.
Marcelo, un hombre alto de casi dos metros, con pelo oscuro y ojos de buitre, había estado allí con el Yanqui cuando me comunicó ésto. Siendo un hombre de muy pocas palabras, Marcelo, al oír esto, nada más me había dado una mirada que decía: -Y bueno... Vos sabés que hacer.
Pero acá llegaba uno de los problemas. Sí, era verdad que Cabezón me quería ver muerto y sí, yo sabía lo que iba a tener que hacer, pero el problema llegaba en que Cabezón tenía toda la razón para querer matarme. Yo había matado a su esposa. Y no solo la maté, sino no que también la drogué y la violé y la torturé. O por lo menos así decían. Yo no me acordaba de nada.
Después de eso, yo y el Yanqui lo dejamos a Marcelo y hablamos por varias horas acerca de como proceder. Fuímos a un bar no muy lejos de donde nos reuníamos a jugar al truco, pedímos un par de porrones y empezamos.
Entre puteadas y adivinanzas llegamos a varios acuerdos: Cabezón tenía razón en querer matarme, el Yanqui no me quería ver muerto, Marcelo seguro que tampoco, pero sí yo era un hijo de puta por haber creado esta situación porque ahora todos estaban involucrados. Después de tomar un par de cervezitas más llegamos a otros acuerdos también, y seguro que eran los más importantes: si íbamos a hacer algo, tenía que ser ahora y si Cabezón se enteraba íbamos a terminar todos muertos.
-Y bueno, -le dije al Yanqui,- llamalo a Marcelo para que lo invite a un truco esta noche en el bar. ¿Te parece?
Sonriendo, el Yanqui me contestó: -Me parece.

Continuará...

Texto agregado el 26-03-2004, y leído por 124 visitantes. (0 votos)


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