2. UN ENCUENTRO INESPERADO
Aquel día fue muy tranquilo, el sol estaba en su punto más alto y señalaba que era la hora de comer. María paró en seco y cerró los ojos, una suave brisa cálida movió sus cabellos y de su pecho, que era donde se encontraba el amuleto, comenzó a salir una oscuridad que acabó con todo lo que se encontraba a su paso, creando un inmenso claro en aquel bosque enmarañado.
Era curioso ver como aquel ojo, igual emanaba luz que oscuridad cosa que, bajo el parecer de María, le daba cierto aspecto de inestabilidad. De pronto María observó que quizás los mitos acerca de la gran variedad de bestias que allí había no eran del todo ciertos. Miró hacia todos los lados, pero no vio más que arena y bosque a lo lejos. De repente, María vio como una humareda salía de más adelante, en el bosque. Ninguna Sika había logrado penetrar en el bosque hasta donde ella lo había hecho. Esa humareda sólo podía haberla causado alguien que tuviera que profundizar en el bosque por pura necesidad, alguien como el joven Siko. Invocó por segunda vez su amuleto y tras el haz de oscuridad, vio un riachuelo, y un poco más allá del río un bosque normal y corriente, sin maldiciones sobre él. Sin pensarlo María fue todo lo deprisa que pudo hacia el lugar, deseando ver junto a esa fogata al joven de nombre desconocido al que ella creía amar, sin pararse a pensar que estaba demasiado lejos ya de su pueblo y que nadie habría podido llegar hasta allí sin la ayuda de un amuleto como el suyo. El lugar sin embargo estaba ya abandonado, no había nadie, pero sí quedaban brasas suficientes como para reavivar el fuego.
Era el momento de buscar comida. Buscó en el río, de agua azul cristalina como el cielo. Era la primera vez en su vida que veía algo tan bonito, la luz del sol, el agua clara de los ríos, árboles y plantas verdes, flores de miles de colores, descubrió todos los colores que desde su territorio no se podían contemplar, pero ¿qué podía comerse de allí? Cogió un puñado de esa hierba verde que nunca había visto crecer en sus pobres tierras, pero al cabo de haber comido una gran cantidad de ellas vio que no saciaban su hambre. Probó las flores, incluso el fango de aquellas tierras, estaba realmente hambrienta.
De pronto escuchó un ruido, y notó como comenzaba a temblar el suelo. Se acercó lentamente temiendo encontrar algún enemigo, y ocultándose entre los ramajes descubrió a una enorme bestia merodeando la zona. Indefensa, María fue corriendo al claro que ya conocía para pensar qué hacer con ella.
En aquel claro pensó en destruir a la bestia con el colgante, pero tenía demasiada hambre y no la quería hacer desaparecer. Quizás, después de todo, aquella bestia fuera comestible. Mientras pensaba, la bestia se acercó al claro e iba ya tras ella. El monstruo estaba lleno de escamas, y se asemejaba a un troll gigantesco, le salía un líquido azulón de la boca. Aunque por el tamaño de la bestia, tendría comida por mucho tiempo, pensó que ahora la supervivencia era más imprescindible que saciar su hambre. María comenzó a correr y a gritar, pues del miedo no podía coger su colgante de manera segura, ya que hacía muy poco que lo tenía y no sabía bien cual era la manera propicia de emplearlo sin riesgos. Hasta que se giró y pudo contemplar que la bestia había desaparecido y en su lugar había una hermosa mujer empuñando un arco. Durante unos instantes, la princesa María se quedó en blanco, contemplando el marrón de sus ojos y su extraño cabello oscuro, con manchas blancas. Las vestimentas eran similares a las de su pueblo, por lo que creyó que era una Sika perdida, que había logrado salvarse del bosque Ciego.
- ¿Te perdiste? – dijo aquella mujer.
- No, se muy bien adonde voy.
- Está bien, pero hace unos segundos parecías necesitar mi ayuda- dijo la mujer en tono irónico, obviamente no había reconocido a la princesa Sika
- En realidad sí, necesito ayuda.- dijo María -Si pudieras darme un sitio en el que dormir y algo que comer te lo sabría agradecer.
- Está bien, sígueme, te llevaré a la aldea, no es bueno adentrarse sola en el bosque.- le dijo la desconocida. María se extrañó al oír lo de aldea, pero continuó con ella, ya que parecía de fiar. Su madre le había ocultado tantas cosas que quien sabe si las tribus Sikas tenían colonias en el exterior del bosque.
Luna, que así era como se llamaba aquella mujer, le llevó a una aldea mucho más desarrollada que la suya. Nada más poner un pie en la aldea, el ojo de Minina comenzó a levitar. María se asustó y Luna junto a ella, así que para no alertar a nadie puesto que todos eran allí desconocidos, decidió guardárselo en un bolsillo.
Llegó a casa de Luna, era una chica muy amable. Le habló de unas hierbas que untaban en aquellas flechas que lanzó a la bestia y le obsequió con unas cuantas de ellas y un enorme arco, advirtiéndole que no saliera de la aldea sin él.
Aquella noche, Luna la llevó a un edificio del pueblo, donde podrían hablar, beber jugos de frutas y fumar.
- Toma, pruébalo, respira el humo- le dijo. Hacía buen olor, y se dispuso a probarlo. Al principio sólo le causaba una tos terrible, que hizo que ambas estallasen en carcajadas ante su inexperiencia. Al final de la noche, y tras haber fumado varios cigarrillos de aquella hierba, María empezó a sufrir los efectos de aquella droga junto a su amiga, y acabaron hablando de cosas de las que luego no recordarían nada.
A la mañana siguiente, Luna fue a la habitación de María y la despertó con un ligero movimiento. María, que con un tremendo dolor de cabeza había recobrado el sentido, pegó un grito en ese momento y le empujó con fuerza.
- ¿Es que acaso no sabes quien soy? ¿Es que no conoces mi autoridad? ¡Nadie toca a la princesa María!- dijo mientras se incorporaba.
En este momento, Luna se dio cuenta de la realidad de la situación, y corriendo llamó a sus dos hijos, y les dijo que se escondieran bien y que no sufrieran por ella. De pronto Luna abandonó la casa a gran velocidad y María, sin entender nada, salió al exterior para disculparse ante ella. Nada más salir, a la claridad de la luz, pudo ver la estatua que reinaba en la lejanía. En el centro de la aldea, Una gran fuente lucía un busto de la diosa Unipuma.
Se hallaba en el poblado enemigo, eso explicaba el porqué levitaba el ojo de Minina. En ese momento volvió a levitar, con tanta fuerza que salió de su bolsillo y se colocó en el pecho de María, esperando a que ella lo deseara, para empezar una masacre total contra aquella aldea.
A la entrada de la aldea, la reina Miranda enseñaba a montar a caballo a su hija Shalía, paseando por los límites del bosque. María topó de pronto con ellas, no sabía de su identidad, así que siguió corriendo, pero la reina Miranda se le acercó.
- ¿Hacia donde te diriges?- dijo Miranda.
- Soy la princesa María, del reino Siko. Me dirijo hacia los templos de Minina y Unipuma y hacer libres a mis tribus. ¡Y ahora o me das tu caballo o te elimino aquí mismo y acabo con todo tu reino!- Dijo María nerviosa, atemorizada había preferido dar el primer paso y descubrirse antes que ser descubierta, empuñó su amuleto, y amenazó con usarlo contra la reina y su hija.
- ¿Por qué no lo haces de una vez? Si en realidad lo que deseas es acabar conmigo y con mi pueblo, ¡hazlo ahora!- y en ese momento María, indecisa, comenzó a guardar su amuleto. La reina Miranda ofrecía confianza, no parecía que le fuera a hacer ningún daño, y además, siempre podía volverlo a sacar.
En esos instantes se empezaron a escuchar una serie de tiroteos y gritos. Ambas, muy preocupadas se apresuraron a ir hacia la aldea.
- Deprisa, Shalía escóndete. Y tú, seas quien seas, coge ese caballo si quieres.- Dijo la reina agitada. María cogió el caballo, pero en lugar de abandonar la aldea, se aproximó hacia el lugar del que venían los ruidos, pero al llegar allí observó junto a Miranda a un grupo de hombres armados destrozando el pueblo. A sus pies yacía el cuerpo de Luna sangrando por el cuello, y con su arco próximo a sus manos. Seguramente no le dio tiempo a atacar a aquellas personas.
- ¡Son Bakals! Y esta vez vienen bien armados. Dijo Miranda. María había oído hablar de ellos. Para su pueblo, los Bakals eran peores incluso que las Nanditas, pues éstas, aunque enemigas, no efectuaban ataques contra su pueblo desde hacía siglos. Sin embargo, los Nakals, con su moderna tecnología, habían conseguido adentrarse en su aldea numerosas veces. Así que María creyó oportuno hacer uso del ojo de Minina.
Miranda temió por su pueblo, creyó que primero haría desaparecer a los Bakals y después acabaría lo que ellos habían empezado, pero no fue así. María empuñó su amuleto, y cerró los ojos, y con un gran fogonazo de luz, hizo desaparecer a más de la mitad de los Bakals. María se preparó para un segundo ataque, cuando se escuchó un fuerte gruñido y todos los Bakals salieron corriendo. Una de las nanditas se acercó a Miranda
- Mi reina, no disponemos de flechas, no tenemos defensas – le dijo a Miranda. Entonces se dio la alarma en toda la aldea, aquello parecía su fin. Fue en ese momento, cuando una horrible bestia, de ojos azules y de cuerpo duro como una roca, irrumpió en la aldea, pero María sacó de nuevo el amuleto, lo empuñó en su pecho y cerró fuertemente sus ojos deseando hacerlo desaparecer. El amuleto sin embargo ya no respondía, sólo parecía desear acabar con la aldea de las Nanditas. María por el contrario sólo pensaba en cómo poder ayudar a aquel pueblo que tanto estaba sufriendo, y recordó las flechas que Luna le había regalado. María levantó su arco, preparó una de sus flechas, y recordando las clases de tiro que le impartieron de pequeña, disparó una de sus flechas hacia el enorme cuerpo de la bestia, que comenzó a pararse en cuanto la flecha penetró en su dura piel. La bestia cayó sin causar demasiados daños y desapareciendo lentamente en un huracán de cenizas.
- Muchas gracias.- Le dijo Miranda sonriendo. Hubo un incomodo silencio y luego prosiguió - ya sabes que no has de permanecer aquí. Por habernos salvado, y por parecer de confianza, te perdonaré la vida, pero que seas la primera y última Sika que entra en mis tierras.- La princesa María, con un gran deseo reprimido de acabar con su insolente vida, se fue de allí con el caballo que le habían ofrecido, adentrándose en un nuevo bosque que no conocía.
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