El Jocote.
Viernes por la tarde, cerca de las 2; salimos mis dos hermanas menores con mi papá y mi mamá hacia Teustepe; la alegría de mis hermanas no era tanto como la mía. En la casa de las Sánchez, hacia donde nos dirigíamos, había un enorme palo de jocote, yo podía escalarlo y tener mas posibilidades que mis hermanas para comer más, he ahí la mas alegría personal que de hermandad.
Después de un cambio de ropas o quizás un ligero baño nos dirigíamos en la Station Wagon de mi papá, solo unos 20 Km. nos separaban del festín, no más de media hora y estaríamos saludando con educación y amor a las anfitrionas nuestras. Teustepe siempre se caracterizó de poseer un calor terrible a todas las horas del día, en un rincón del patio de las Sánchez, quizás en el mas fresco, estaba mi adorado palo de jocote. El calor no existía en esos instantes para mis hermanas, ni para mí; que muy apresuradamente corrí como niño moto hacia donde estaba mi antojo.
Desde muy niño; cuando llegaba a la casa de la Yeye, con mis primos y primas nos dirigíamos a comer jocote, algunas veces escondidos de las tías que vivían en esa casa, ese palo de jocote ha dado muchos frutos e hijos, uno de los cuales es el que actualmente sigue en la casa de mis padres, la antigua casa donde niños hicimos muchas travesuras. Armando, mi hermano, una vez encaramado en é y comiendo y comiendo por horas, no se bajaba; hasta que se le vino el accidente. Con su salida de baño, encaramado en el palo comió hasta no más poder, se le vino un dolor en el estómago, un rápido y fuerte retortijón, en cuestión de segundo se cago, sí se cago, se le vino una diarrea rapidísima, que ni tiempo de bajar le dio, que clase de diarrea que mis hermanas y yo nos pasamos riendo de él durante días por la “cagada” que le había pasado.
Ese es uno de los tantos recuerdos que tengo de ese patio que me vio crecer y reír. Hoy a esta edad que cargo encima me da tanta nostalgia recordar todos esos gratos momentos que desearía regresar a mi infancia y disfrutar todo de eso miles de veces para poder llorar de tanta alegría compartida con mis hermanos y mis primos.
Al empezar a cruzar el patio, se me venia a la mente que los jocotes de donde las Sánchez son de los tronadores, mi predilectos después de los jobos, en mi casa son de los invierneros que no llevan tanta “carne” como estos. Ese calor de Teustepe se mi estaba disipando con cada paso que plantaba en el patio fresco y amoroso de las Sánchez. Mi estomago bailaba de alegría y placer cada vez que pasaba bajo un hoja cualquiera, ese patio estaba lleno de tantas plantas y árboles que valía la pena en mis adentro imaginarme que me encontraba en lo mas profundo de un bosque donde los Boy Scout podríamos instalar una casa de campaña u dormir placidamente. Cada centímetro que avanzaba sentía mas fuerte el olor de los jocotes penetrando como punzón en mi nariz.
Ya se han de imaginar que el saludo que les dimos a las Sánchez fue rápido para no perder tiempo en la recogida de jocotes, y así de rápido fue nuestra impresión al ver el suelo totalmente alfombrado de jocotes, verdes, rojos, sazones, grandes, pequeños, medianos, dulces de sabor y dulces de placer. Fuimos con mis dos hermanas recogiéndolos del suelo y a la boca, para qué enjuagarlo o lavarlos si lo único que tenían era una pequeña capa de polvo en su tierna piel, para qué cuidarse de una enfermedad si mi papá es médico y nos puede curar – pensábamos comúnmente en nuestros interiores. - Ese sabor de dicha fruta lo levo horita mismo que escribo esto; en la punta de la lengua y mi mente está viajando delicadamente hacia ese momento de felicidad con mis hermanas menores. Teustepe donde de broma decíamos que un camello se podía morir de sed, donde los jícaras le dan sombra a las cabras y el bello río Malacatoya es mas bello que en cualquier otra parte de mi tierra.
Algún descuido, quizás el sonido del jocote al caer fue que hizo que apuntara mis ojos hacia una gran manto negro en el suelo, justamente pegado al escusado nuevo del patio, ese manto negro aflorando a ras del suelo, sostenía el jocote mas grande y jugoso que pudiera haber visto antes, los jocotes de mi casa eran de tamaño llamémosle normal, el de donde las Sánchez eran del tamaño de una guayaba, gigantescos. Imposible no distinguir eses color rojo sobre el fondo negro que le chineaba, imposible ... era tan grande que creo que no podía entrar a mi boca de joven en desarrollo, si así era de grande más grande ha de ser su sabor, su textura, - ¡Ve por él!- escuchaba salir de mi estomago.
Casi a silencio me aparté poco a poco de mis hermanas, como cazador en corto movimiento me les fui alejando, al impulso que no sé de dónde me salió; me abalancé hacia el jocote, mi cara llena de alegría suspiraba cada microsegundo en que más cerca estaba de él, ahora me imagino mis movimientos de ese entonces en “cámara lenta”, de la misma forma que corría “El Hombre Nuclear” el de los 6 millones de dollares. Suavemente como tigre de bengala mi garra derecha se abría para asir perfectamente la fruta, solo tres pasos me separaban del jocote, en cada movimiento mi cintura iba con dirección hacia abajo, y mi mano derecha alargándose cada vez mas para poder llegar antes que cualquier otra persona me ganara (nadie venia detrás de mi), pero el egoísmo de hermano era más fuerte que cualquier otra cosa. Dos pasos y mi pie derecho apenas tocó el inicio del manto negro que cuidaba de “mi” jocote, mi cintura más baja mis rodillas flexionando y mi mano ya solo a un pequeño paso de la bendita fruta, la pared del escusado nuevo me hizo recordar muy tarde; el lugar del anterior, al mismo tiempo que mi pie izquierdo estaba a unos pocos centímetros del manto negro lo mismo que mi mano del jocote, un fuerte olor a creolina y a gas penetró mi nariz, la pared no se había movido. Era la construcción nueva, la vieja esa sólo cubierta por un gran manto de creolina y diesel y gas y gasolina y alcohol y…, ya muy tarde todo el peso de mi cuerpo penetró en la cama negra del suelo de igual manera que yo corría en cámara lenta así se fue hundiendo mi cuerpo en aquella masa espesa de mal olor y sabor, el jocote lo tenia frente a mis ojos, no caso le hice, en un santiamén gire todo mi cuerpo al lado izquierdo como tratando de esquivar un pelotazo, con esa rapidez antes de hundirme totalmente logré tocar tierra “firme”, mis hermanas sólo me observaban, con el susto en sus cara llamaron a mis padres; éstos al verme, en sus ojos leía toda la desgracia que me había pasado.
De la misma manera que entré de rápido así mismo salí, todo mi cuerpo se lleno de todo, desde mis zapatos a mi camisa todo se inundó por dentro y por fuera. Con una pequeña manguera una de las Sánchez me fue mojando poco a poco de un lado del otro, con paciencia logro quitarme lo más que pudo hasta poder ser agarrado y quitarme esa vestimenta que hoy no recuerdo ni su color. La frescura del agua bañó mi cuerpo, al quedarme sólo en calzoncillos las risas de mis hermanas me hicieron recapacitar todo lo sucedido, una de ellas me mostró un jocote, grande, rojo, hermoso y muy posiblemente jugoso y riquísimo. Me trajeron una vestimenta de Rudy, el pantalón largo tuvieron que cortarlo para que me quedar, la camisa fue de don Luís, grande como la salida de baño de mi hermano, sin calcetines y sin zapato llegue a mi pueblo. Por la noche ya todos mis amigos sabían de mi agraciada aventura, en son de bromas se tapaban las narices, no me tocaban, se me apartaban, durante días fueron bromeando conmigo.
En estos últimos años le digo a mi ahijada, siéntase orgullosa porque usted es la única niña que tiene un padrino que por ir en búsqueda de un jocote se fue al escusado y hoy le cuenta la historia.
Para aquella misma noche al llegar a la casa mis hermanas tendieron su amor, me regalaron el jocote que causó mí desdicha de aquella tarde, el placer de la aventura de hoy. Lo tomé con el mismo amor que ellas me lo entregaron y sentados con mi papá y mi mamá los tres hermanos viendo la tele disfrutamos del jocote seguido por unos nancites encurtidos que mi mamá nos dio. Esa noche dormí feliz.
Octubre 22, 2007
3:27 p.m. |