Ella se sentía sola cuando optó por terminar con su vida. Se encontraba en ese rincón inhóspito del mapa, perdida entre nubes y lagos, en el fin del planeta, donde puedes tocar el cielo con el almay el corazón. Era en ese mismo lugar, donde meses antes había pensado sería mejor dejarse morir, porque su cuerpo podría ser encontrado tarde, y nadie podría rescatarla.




El viento tocaba cada fibra de su piel, ella casi desnuda, en pleno otoño, recorría ese lago todos los días sin tener la valentía de cruzar el puente hacia el bosque de alerces y terminar con todo ese peso en algún acantilado.




Después del diagnóstico que el médico le dió, decidió que, antes de perder la cordura y no saber nunca más de la realidad, prefería morir. A sus 19 años esa decisión no era enfrentada con suficiente madurez y ella lo sabía, pero el sólo pensar que iba a padecer de esa enfermedad y que su mente se iba a atrofiar de tal manera, es idea la consumía día y noche. Esperanzas no habían, eran horas, tal vez días o meses los que faltaban, pero la sentencia ya estaba.




Entre las aguas, un día de noche pensó -¿ Qué haría cuando ya no distinguera si una voz era real o no? ¿Cuando no supiera si quién tiene frente a sí existe? ¿Si es de verdad?. Una cosa es dejar de existir, pero la otra opción es vivir sin estar aquí- pensó.




Sumergió su cabeza hasta las profundidades del lago, y no pudo. siguió avanzando hasta que se cansó de nadar y prefirió volver a la cabaña en la que se refugiaba hace más de un mes, escapando de su familia, decidiendo cuál sería el mejor momento para su muerte.