Caminaba, después de haber bajado del bus. Perdida en medio de esta gran ciudad, debía buscar mi camino. Todo el mundo sabía para dónde ir, raramente…yo no.

Así te encontré, entre figuras de madera y muebles antiguos. Era un espacio grande, salones lo rodeaban, gente iba y venía… hasta que te vi. Entre viejas estatuas que me miraban, fui capaz de reconocerte. Parecía un juego de simulaciones, eran tan naturales que podría haber confundido.

Me trataste con indiferencia, y no me importó. Te seguí, y dijiste “tal vez”… no te hice caso, te volví a seguir. Debo asumir que me perturba la confusión y los asuntos no claros, pero no me interesa que estés atado a rituales que vayan más allá de los que mi sentir, a ojos cerrados, aceptaría por toda una eternidad.

Ahora es cuando los nombres y los títulos de nobleza moderna, esos que te indican derechos y deberes, no me importan. Cierro los ojos y soy capaz de abrigar tu olor, increíblemente tu calor inunda mi cercanía cuando te sueño.

Sólo te veo, desde lejos, y juego a imaginar que esa pasión que le entregas a tu oficio me la regalaras por un momento. Podría pasar la vida mirándote, escuchando y sintiendo que necesito tanto que aprender.

Ni siquiera dijiste hola… y yo jamás pensé al bajar del bus, que cerrando los ojos te hallaría.