María es una atorranta -mediocre-. Lo es, porque la inspiración le escasea hasta para bajar sus calzones.
Recordó el día miércoles que era mujer, cuando esa gentil señora la llamó para confirmar la hora al doctor:
-"¿Podría usted venir el viernes a las 17:00 horas para hacerse el control ginecológico?"-
Al cabo de asentir, María cortó el teléfono con un “muchas gracias” y se sintió aterrada. No era el trámite de sentarse en el caballete y abrir las piernas para ser examinada lo que la horrorizaba, sino el parecido sentimiento entre ese toqueteo y el de las visitas que recibe en su cama.
María no es paga. María se frustra cada vez que moja sus labios, y se diseca, cada vez que en carnes la adentran. El ginecólogo es, envuelto en su bata verde -que es verde, no por nada- el más cruel de los hombres, el despertador en su olvido, de marcar con una cruz el casillero femenino.
Tetas y útero la hacen fisiológicamente hembra; y le duelen los pechos, y le duelen los ovarios, al comprometerla. No es un dolor físico -que podría no ser tan doloroso-. Es una molestia que no saltea ningún mes, y se instala por más de cuatro o cinco días... Una molestia de la que ningún tampón logra impedir su destilación...una molestia que, ¡es tan molesta!, que no permite ser compartida:
-“¿De qué sirve la caja física generadora de vida si cada vez que mis entrepiernas se inundan, en mi corazón hay sequía?”. -se dice María.
Se pierde María en su rutina. Día a día, pasa y… pesa; se avecina un pantalón, distinto, con secreto nuevo, pero no diferente. Iguales a las bolsitas que se llevan los niños al irse de las fiestas de cumpleaños generadoras de resignadas expectativas al compás de la invariable "sorpresa-desilusión-yo-ya-lo-sabía" que tienen por contenido.
Siempre sola, aunque rara vez, sin compañía.
Es difícil de decir si en su aceptación de la media-mierda-mediocridad, hay un dejo o totalidad de resignación... o si, María es flujo que apuesta en su corriente por dar con aquella historia como de las que ya no hay sombreros ni guantes ni sobrevivientes.
María es la contradicción que significa aceptar el vacío en forma repetitiva, en la búsqueda de la excepción que la reviva.