Y la visión me llevo a través de campos y reinos que jamás se han visto. Hasta el lugar donde existe el borde del mundo y se encuentra la puerta hacia otros lugares donde el hombre nunca podrá viajar.
Llegue al portal del mundo, donde nadie puede cruzar había dentro o fuera, por que así lo dice el pacto ancestral. Y me ví en el portal, atado a sus cuatro esquinas por muñecas y tobillos, mirando al vacío campo fuera del portal, esperando la agonía de quien es inmolado por el bien del los demás.
Fue entonces que una legión de demonios más numerosa que los hombre vivos y los muertos de todos los tiempos juntos, se levantó frente a la puerta y me exigió el paso. Me ví a mí mismo, temeroso de lo que ellos pudieran hacerme, pero mucho de lo que harían al cruzar y les negué el derecho de entrar. El señor de los demonios furioso ordenó los peores martirios para mí, pero aun así, jamás pudieron bajarme de mis ataduras, ya que los edictos del pacto ancestral no lo permitían.
Aun agonizando, pero sin derecho a morir, seguía sujeto al pórtico, negando el paso a los demonios. Finalmente pude ver al señor de los demonios, furioso ante mi perseverancia, clavar su espada en mi corazón tan fuerte que se rompió. Repentinamente el silencio gobernó en el campo y en sus filas, ante el prodigio que pudimos atestiguar.
En mi pecho herido una flor de luz se abría y de ella emergió un gigantesco dragón, con cuerpo de serpientes, crines de caballo, garras de león y cuernos de ciervo y subió a los cielos mientras declaraba que la inmolación se había cumplido y el primer sello se había roto. Luego bajó hasta mí y me presentó el juramento de lealtad como un sirviente, mientras mis ataduras eran liberadas, anunciando que mi sacrificio no apagaría mi vida, ya que mi sendero no era el del cordero y tampoco el del león.
Inmediatamente la segunda flor de luz se abrió en mi pierna derecha y el cielo se iluminó, mientras en una nube descendía galopando un gran león de melena de fuego rojo, cuerpo escamoso con pezuñas y un largo cuerno entre sus ojos, bramando se posó frente a mi y declaró que el segundo sello se había roto. Inclinando sus patas delanteras, presentó una máscara de nácar con la forma de mi cara y se echó a mis pies, anunciando que era la hora que caminara por el mundo con mi verdadero nombre.
Entonces de mi pierna izquierda en ese nació la tercera flor de luz, y desde los desiertos grises tras las cordilleras mas allá del valle frente al pórtico llegó un demonio alado, cabalgando sobre los vientos que regía anunciando que el tercer sello estaba roto, se presento ante mí como rey de los espíritus del vientos y me entregó el que sería el cetro y estandarte con que debía avanzar entre mis enemigos.
En mi brazo derecho la cuarta flor se abrió y desde las arenas del desierto llego el gigante malicioso, que bajo el sol engaña a los hombres y bajo la luna murmura en el canto de los escarabajos. Su cuerpo era del tamaño de tres hombres de piel gruesa y oscura, vestidos como los hombres de los oasis. Frente a mi se inclinó y declaró que el quinto sello estaba roto y me entregó un escudo con la forma de un diamante y el tamaño de un hombre.
Ví como en mi brazo izquierdo se abría una nueva flor, mientras la tierra era sacudida y se abría un abismal lago de fuego frente. De él surgió un diablo de fuego, de grandes alas y piel roja, una larga barba de oro y brazos fuertes, con cuernos y pies de carnero, anunciando que el quinto sello se había roto. Saludándome prometió su sabiduría y fuerza a la causa que yo siguiera mientras me entregaba una espada de empuñadura carmesí y blanca hoja.
Cuando la sexta flor se abrió en mi cuello por sobre mi espalda, el cielo se hizo negro como el aceite de piedra, los vivos lloraron y las almas descarnadas errantes en los páramos del valle aullaron de tristeza mientras del cielo negro un ángel bajaba. Vestía una túnica negra y tenía alas hechas de noche, mil lenguas recitaban el nombre de todos los hombres que estaban en su hora de llegar y de partir, incontables ojos miraban en todas direcciones abriéndose unos, mientras otros se cerraban para nunca más ver nuevamente la luz, incontables brazos se movían y escribían en un libro sin parar, al llegar frente a mí susurró que el sexto sello se había roto y que la hora estaba cerca, y poniendo un manto carmesí sobre mis hombros, se elevó nuevamente al cielo.
Cuando la séptima flor se abrió en mi frente bajé del cielo desde donde era espectador del ritual que sufriría o ya había sufrido antes que el pacto ancestral se recitara y me presenté ante mí mismo. Tras mirarme a los ojos, me acerque a mi cuerpo que ahora llevaba la máscara de nácar en su cara, el estandarte en su mano izquierda, el escudo colgado a la espalda, la espada en la diestra y el manto en los hombros. Caminando entre los dioses y demonios que trajeron los regalos y presentaron sus saludos, me acerqué a este mi cuerpo renacido y acercándome a su oído le dije nuestro verdadero nombre; más antiguo que la vida y la muerte, la luz y la sombra o el bien y el mal y le anuncié que el séptimo sello se había roto. Para después entrar en él a través de la flor en su frente e iniciar el peregrinaje hacia mas allá de todo.
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