Un vigía de pasado irlandés, anteojos modestos y cabello desprolijo. Un juez de labios mudos, pero siempre alertas para dar cuenta de toda aquella verdad que intente ser silenciada o, por momentos, encubierta detrás de las prendas mezquinas de la conveniencia. Estandarte del periodismo posmoderno y escritor de talento inagotable, la figura de Rodolfo Walsh aún parece desenfundar, desde el recuerdo, a una pluma certera cuyo destino es el de elevar, sin inhibición alguna, a un oficio signado por la coherencia ideológica y la defensa inclaudicable de la justicia y la igualdad. Y porque, a 27 años de su muerte, su legado lejos está de perecer a manos de las tendencias efímeras de nuestra época. Distante a todo ello, su magistral lucidez aún conmueve a aquellos que, testigos sensatos del tiempo que les toca vivir, entienden a toda expresión sensible como un medio que asegura la evolución positiva de toda sociedad.
Nacido en 1927 en la localidad de Choele-Choel, al sur de la Argentina, a Rodolfo Walsh se debe, entre otras cosas, el surgimiento de la novela de no ficción como un género en el cual lo periodístico y lo literario se fusionan hasta dotar a todo intento informativo, a toda crónica despojada, de un matiz sumamente emparentado con lo artístico. De hecho “Operación Masacre”, obra en la que el autor denunció el fusilamiento clandestino, en 1956, de un grupo de militantes peronistas por dictamen de un perverso gobierno militar, se anticipó en 10 años a la aparición de otros ejemplos de relato testimonial.
Igualmente, dueño de una mirada crítica y sagaz, Walsh fue mucho más que un cronista dedicado a retratar acontecimientos puntuales. La privilegiada clarividencia que distinguió a su labor periodística le permitió desentrañar con facilidad sórdidos procesos históricos y, asimismo, despejar a distintos acertijos que, tallados en el barro de la opresión, opacaron la realidad argentina durante los años en los que el autor llevó adelante su trabajo en prensa. Realidad que forjó en Walsh a un auténtico centinela de la masiva participación social. Y fue precisamente ese rol el argumento que motivó su contribución en proyectos cuyo fin siempre fue el de quebrar el monopolio informativo impuesto por las agencias de noticias nacionales o extranjeras.
Experiencias como la fundación, en 1959, de “Prensa Latina” en La Habana, o la dirección, de 1968 a 1969, del “Semanario CGT”, órgano de prensa del sector combativo del movimiento obrero argentino, dan cuenta del proceder responsable de un escritor que lejos estuvo de desentenderse respecto a las problemáticas que acosaron a los hombres de su tiempo.
Inaugurada la década del ’70, Walsh protagonizará diversas iniciativas de prensa popular como el “Semanario Villero” o la mítica “Agencia Clandestina de Noticias” (ANCLA) Proyectos que surgieron como respuesta al cruento acontecer político que soportaba el país: iniciada en 1976, la dictadura más sangrienta de la historia argentina pugnaba, como en procesos anteriores, por imponer a la población un infranqueable muro de desinformación que permitiese encubrir las atrocidades cometidas por el gobierno de turno.
Será el 24 de marzo de 1977 la fecha en la cual Rodolfo Walsh redactará el más acertado análisis respecto al accionar asesino de un régimen político devastador. A través de su “Carta abierta de un escritor a la Junta Militar”, el autor desnudará las claves de una administración cuya única política era la imposición a destajo de prácticas genocidas y tendientes a sumir en la miseria a los sectores menos influyentes de la sociedad argentina. Así, pondrá al descubierto el macabro funcionamiento de un bloque de poder sustentado solamente en la aplicación sistemática del terrorismo de Estado. Un dominio amparado en la tortura, el homicidio y la desaparición indiscriminada de personas.
Precisamente ese verídico documento, que el escritor entregara en diarios y embajadas, y que sólo fuera difundido por el Buenos Aires Herald y Radio Colonia de la República Oriental del Uruguay, será el último testimonio que el escritor aportará, a modo de texto, a esa biblioteca universal que sólo habitan las obras destinadas a perdurar eternamente. Al otro día de concluida la misiva, esto es, el 25 de marzo, una lluvia de plomo mezquino, disparada en plena calle porteña por un grupo de tareas de la Marina, apagará sin clemencia la vida física de Rodolfo Walsh. Y su cuerpo, esa fuente luminosa de talento, pasará desde entonces a engrosar las listas de desaparecidos que aún duelen en la memoria de los argentinos.
Pero las luchas jamás fallecen de modo natural o perecen asesinadas. Y menos aún en un tiempo, el actual, en el que aquellos que defienden la bandera de la libertad se destacan por su sensible escasez. Porque los hombres expiran, pero no así el caudal de grandeza que, a través de conmovedoras acciones, esos seres se ocupan de grabar en la cultura de un pueblo. Y porque el compromiso ético, la lealtad, y el coraje ideológico, siempre serán premisas de un sueño cuyo único destino es el de culminar en un descansado amanecer de victorias absolutas.
A 27 años de su muerte, el espíritu revelador de Rodolfo Walsh todavía recorre los paisajes y pasadizos de una Buenos Aires que nunca deja de respirar misterio. Y continuará haciéndolo en tanto persistan secretos oscuros que denunciar, verdades violentamente acalladas o periodistas que, recostados en la pereza del beneficio propio, no asuman el compromiso social que el destino les ha asignado.
Patricio Eleisegui
-El_Galo-
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