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Me despertó el sabor amargo de la zopiclona. Temprano. Temprano y tarde. Tarde, suficientemente tarde para revivir, sin ninguna razón más que respirar sin saber porque. Sin saber por qué vivo aún, sin comprender lo que sucede y sin querer comprender nada más, sin querer seguir buscando razones... Buscando solamente el final, el final de todo, el final de sentir tanta miseria... Miseria y tristeza en los ojos que viste, los ojos en que te enfocaste. Mis ojos, que cada vez que parpadean ven los tuyos fijos en ellos; mis ojos que se detienen en tus labios y mis oídos oyendo tu voz que no deja de decirme su belleza. La belleza perdida en el espejo y mi mirada quebradiza, húmeda y cansada de llorar.
Lágrimas. Lágrimas porque ya no estás, porque han pasado horas, he vivido, me he reído y sin embargo nunca dejé de llorar. Lágrimas entre el constante grito silencioso de mi alma, lágrimas en mis ojos que te gritan que regreses. El grito de mi voz muda...
Un grito de mi voz en silencio. Mi alma quebrada, cayendo gota a gota, porque te ví morir y mis manos fuertes se volvieron pequeñas. Porque ya estoy de regreso en casa, aún sin ganas de continuar, perdida en el reflejo que me muestra el traidor vidrio pintado. Inmóvil, congelada y muriendo incinerada en la imagen de tus manos y las mías, en cada segundo y respiro de nuestra vida... esperanzada aún en que despertarás en mi mirada, en que volverás a la vida, en que despertarás mis ojos y que sus lágrimas no serán más que el cemento que los repara...
Impotente, agua en mis manos. Agua desde mis manos hacia mi rostro y mi rostro aún el mismo, aún el mismo traidor riendo frente a mí, refleja sólo mi alma destruida. Agua entre mis manos, agua que no las limpió de la ira que termina con el reflejo de mi tristeza, de tu ausencia... Mi rostro en pedazos, en el suelo y ya no hay en mis manos sino sangre y más lágrimas. Y el sonido de tu risa hoy está perdido en mi llanto, y la música en mi universo no existe.
Pero vuelvo a respirar, vuelvo a suspirar.
Temprano. Siempre es temprano. Siempre es suficientemente tarde para volver a desear mi muerte. Mi muerte y morir por la tuya.
Amargura en mis labios. No es la zopiclona.
Zopiclona... dos. En mis manos heridas, entre sangre y cansancio. Dos, espero demasiadas para morir en el sueño otra vez. Para mañana ver pasar otro día sumergida en tu muerte.
Dos, para mañana volver a verte pasar, o a tu sombra. Para volver a sentir el aroma de tu esencia en el aire, vivo todavía.
Dos pastillas, para despertar una vez más con su amargo sabor, armar otra vez las piezas desordenadas de mis ojos... Para recordar, llorar, y eternamente morir.

Texto agregado el 23-10-2007, y leído por 100 visitantes. (0 votos)


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