Ansiedad
Faltan sólo cinco minutos para que ella llegue. No estoy seguro de haber hecho lo correcto, no sé si se puede decir que algo es correcto en las cuestiones del amor, sólo sé que ya no podía seguir viviendo sin ella, que la desesperación me hizo tomar el teléfono y pedirle que viniera al parque y que nos encontráramos bajo el viejo sauce, aquél que nos vio comenzar nuestro camino hace ya tantos años.
Debo calmarme, me siento sobre la banca de madera, la misma que nos ayudó a hacer flotar nuestros cuerpos cuando nuestros labios se conocieron.
Ya es la hora y aún no aparece. Siempre fue muy puntual, ¿será que no vendrá? La ansiedad me carcome, me mantengo sentado, pero no puedo dejar de mover nerviosamente los pies. ¿Qué le diré? ¿Qué me dirá ella?
Necesito relajarme, me recuesto sobre el césped al lado de la banca, aquél pasto siempre verde que hace años se amoldó a nuestros cuerpos, mientras éstos rodaban alegremente como un solo ser.
Mis dientes rechinan, no lo puedo evitar, no los controlo. Mi mandíbula parece haber cobrado vida propia, se mueve independiente de mis órdenes, cada vez más rápido y presionando más fuerte los dientes entre sí. La fricción entre los dientes superiores e inferiores produce un calor que se me hace insoportable. Una gran chispa salta desde mi boca hacia la base del sauce. El calor de esa chispa debe ser causado por un amor ansioso o por algún otro tipo de magia, porque el tronco comienza a arder casi de inmediato.
El árbol, el césped y la banca arden bajo ese maligno fuego que salió desde mi boca. Corro buscando protección. Mientras me alejo del lugar, me doy cuenta que con ese fuego se consume también mi última posibilidad de reencontrarme con ella. Mi ansiedad estropeó todo una vez más.
La humedad de mis lágrimas se confunde con la de los familiares labios que me despiertan. El aroma del césped siempre verde bajo nuestros cuerpos me recuerda mis buenos momentos y me olvida mis malos sueños, esos que la ansiedad me hace soñar de vez en cuando.
Jota |