Historia de un duende
02 de noviembre de 1890
Hace un par de horas llegamos a nuestra nueva casa. Es lo suficientemente grande para una familia de diez personas, aunque nosotros sólo somos dos. El cuarto que me asignó mi abuelo tiene buena vista, se ve toda la cuidad: los edificios coloniales, las angostas calles por donde circulan los carruajes, los árboles de aquel jardín que se están moviendo por el viento. Mi cuarto aún no tiene muchos muebles, apenas si tiene la cama en la que estoy en este momento, y un viejo armario del siglo XVIII. También hay un mueble donde guardé las pinturas de óleo y acuarela.
A un lado de mi cuarto esta el de mi madre y padre, pero esta vacío pues ellos andarán fuera de la cuidad. Después de ese sigue el de mi abuelo, y hay vacíos; en el piso de debajo de la casa hay más cuartos, la sala y la cocina.
Ya es tarde, quizás las 11.30 y aún no tengo sueño, tampoco quiero apagar la luz, pues tengo un poco de temor. Y luego ese armario arcaico que da la impresión de como si fuese a salir algo. Siento emoción porque entraré a un nuevo colegio. Bueno, ya viene mi abuelo a contarme una de sus historias para dormir. Éste ya es muy grande de edad, ya necesita un bastón para andar, es un gran cuentista, me fascinan sus historias de duendes y de brujas. Ha publicado varios libros de literatura infantil.
Nos vemos hasta mañana.
03 de noviembre de 1890
Hoy entré a mi nuevo colegio, es grande y de arquitectura barroca. Hay muchos alumnos de diferentes países. Los maestros han resultado agradables, sus clases me han gustado, sobre todo la de artes. Lo único malo es que son muy estrictos, no permiten llevar libros que no estén permitidos por la Iglesia. Me di cuanta de eso, pues ahora llevé un libro de duendes y de hadas que me regaló mi abuelo y Sor Patricia me lo quitó. Ella es alta y robusta, porta su hábito impecable, su voz es intimidadora.
Hoy conocí a una compañera que se llama Melissa; es pequeña de estatura, de tez blanca, y de unos ojos maravillosos: negros y melancólicos. Dice que se parece a su madre. Le gusta la poesía, tiene 10 años y dice que su padre es el mejor poeta.
Hace unas horas terminé la tarea de artes, me dejaron una pintura de acuarela. Me gusta cómo quedó, es de un paisaje donde hay dos árboles que se les están cayendo las hojas y bajo de ellos seres fantásticos.
Bueno, ya es tarde, son las 11,40 y ahora al parecer mi abuelo no vendrá a contarme una de sus historias.
Casi olvido escribir que ayer cuando estaba por dormir se empezaron a escuchar unos ruidos en el viejo armario, parecían venir de lejos. Y ahora en la mañana que lo abrí sólo miré polvo.
Por hoy doy terminado este día.
04 de noviembre de 1890
Me fue mal en la escuela, Sor Patricia me regañó por no aprenderme un Padre Nuestro en su clase. Me dejó en el patio dos horas, el sol estaba muy fuerte, es por eso que ahora mi pálido rostro se mira rojo. No quise comentarle de esto a mi abuelo, pues él me castigaría también.
Otra vez se escucharon ruidos en el armario, no creo que haya vuelto a ser mi imaginación, pues también escuché unos susurros. Sentí mucho miedo y me tapé con mi cobija, empecé a sudar y a rezar. Pasaron como veinte minutos y se me fue quitando el miedo, me destapé y encendí la luz. Así es como me dormí.
Espero que esta noche no sea así, y que venga mi abuelo a contarme sus historias.
05 de noviembre de 1890
Hoy la clase de artes fue maravillosa, la profesora nos dejo pintar lo que quisiéramos. Pinté con óleo un retrato de mi abuelo, de fondo un bosque lleno de hadas y duendes. Me felicitaron pues fue la mejor pintura. Mi compañera Melissa pintó un santo que no recuerdo el nombre.
Ahora no me castigaron. Eso es bueno.
Ayer en la noche, mi abuelo me contó una historia hasta que me quedé dormido. Fue un buen día. Ya es tarde, no tengo mucho que escribir, y tengo sueño.
06 de noviembre de 1890
Anoche sucedió algo anómalo cuando estaba a punto de dormir. Mis ojos estaban por cerrarse del cansancio cuando se volvió a escuchar el chillido en ese viejo armario. Primero se escuchaba como un simple silbido a los lejos, después se fue acercando hasta volverse insoportable. Por el temor, mi corazón empezó a latir con fuerza, y empecé a sudar un poco. También tocaron las puertas de ese horrible armario, y fue cuando empecé a rezar y me tapé con las cobijas; intenté gritarle a mi abuelo, pero por el miedo no pude hacerlo.
Al parecer, mi abuelo no escuchó este prodigio, pues en la mañana, en el desayuno, no comentó nada. Aunque me parecía que él sabía lo que pasaba, pues en su rostro se delataba un artificio cuando le cuestionaba sobre lo ocurrido ayer.
La escuela cada vez es mejor, Sor Patricia me regaló un Cristo que he puesto en la cabecera de mi cama. Así no volverá a escucharse nada.
Bueno, ya son las 11, 50 y me empieza a dar sueño.
07 de noviembre de 1890
Cuando iba a dormir coloqué una lámpara a un lado de mí para cuando se escuchase ese ruido desconocido la encendiera y buscar respuestas a mi curiosidad. Mi decepción fue que esa noche no se quisieron expresar los seres del más allá. Esperaba curiosamente recostado en la cama, estaba tapado con la cobija hasta la cabeza, pues a pesar de mi curiosidad tenía algo de miedo. Me cuestionaba qué pasaba, por qué ese ruido salía de ese lugar, por qué sólo se escuchaba en la noche y qué era lo que lo provocaba.
En la mañana, una vez más le cuestioné a mi abuelo que sí algún día había escuchado un ruido extraño; cuando él me contestaba, su voz me decía que nunca lo había escuchado pero su rostro me decía que sí.
Me siento alegre porque ya mañana regresa mi madre y padre. Ahora podré contarles todo lo que me ha sucedido.
Bueno, ya viene mi abuelo a contarme una historia para dormir.
08 de noviembre de 1890
La noche es gélida y ya es hora de dormir. Hace un rato mi abuelo abrumado se fue a su cama despidiéndose con un “buenas noches”, y yo quedé solo en la sala sin querer ir a dormir pero tenía que hacerlo., ya que siento algo de temor por lo que ha estado sucediendo. Ayer ya estaba casi dormido cuando el ruido ignoto me quitó el sueño, aumentaba violentamente, y yo enredado por el miedo. No sabía que hacer, sólo temblaba y sudaba en mi cama cubierto con la cobija hasta mi cabeza, estaba a punto de gritarle a mi abuelo cuando sentí que algo subía sobre la cama y de súbito una voz femenina me dijo: “No temas pequeño, acaso no crees en los cuentos de hadas. Mírame, sé que tienes curiosidad de saber quien soy”. Sentí un poco de confianza al escuchar sus palabras. Al mirar enfrente, allí estaba esa horrible criatura sobre mi cama: era pequeña, como de treinta centímetros de altura; su ropaje era sucio, viejo y policromo; su rostro cadavérico con una enorme sonrisa; su mirada tenía un brillo tan grande que me dio escalofríos; su nariz puntiaguda al igual que sus orejas; también sus manos eran cadavéricas con enormes uñas. Traía una especie de flauta con la que provocaba ese sonido chirriante que quizá para él era música. Sentí que moría de tan grande susto. “No temas, tu abuelo también se asustó al verme por primera vez", me dijo con su voz estremecedora.
Él sólo quería que lo conociéramos, compartir con algún humano su historia. A pesar de ello, era rechazado por su cruel imagen. Yo fui uno de los que lo rechazó, entonces el duende se sintió desestimado, le salieron unas lágrimas de sus ojos brillosos, y se fue hacia al armario en el que sólo se pueden entrar seres fantásticos, se fue tocando su música chillante.
Al parecer el duende sigue buscando a alguien con quien compartir su soledad en aquel mundo que quizá es tan oscuro que el mismo duende teme estar ahí.
Por ahora no iré a dormir a ese cuarto, me quedaré en la sala sobre este sillón violeta.
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