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Santiago Franco se encontraba mirando sus viejas cartas de sus amistades que no veía hace años, cuando las lágrimas cruzaban su rostro. Se veía triste, cansado y hastiado. No parecía ser la persona que comúnmente era. Tantos años en el exilio debieron de haberle afectado en su cabeza. Su forma de mirar hacía la calle había cambiado drásticamente en el último tiempo, parecía como si no fuera la misma persona. Fue entonces cuando llegó Ofelia, su querida y apreciada amiga de barrio. Ella lo miró con sus ojos y lo hizo dejar de pensar, lo hizo hacer un corte general en cada palabra que pudiera estar cruzando su mente. Ofelia, era para él, como un ángel lo es para Dios, como un profeta en esta enorme oscuridad en la que se encuentra metido desde que se fue de su país natal. Y más que nunca en estos días necesitaba de alguien que fuera una antorcha; una luz cuando la nostalgia lo atacaba.

Lo tomó de la mano y caminaron juntos por la calle. Conversaron de cada cosa que fuera necesario hacer; cada tema que se les viniera a la mente. Era obvia la gran relación y el enorme cariño que los unía. Ofelia era para él, la imagen de la perfección femenina, la máxima presentación que podía verse en una persona. Santiago era para ella, un gran amigo; una persona en la que podía confiar cada vez que lo necesitara, sin siquiera pedírselo. Ella sabía que cada vez que se encontrara triste estaría ahí, presente, él; y por lo mismo, ella se sentía obligada a devolvérselo. Era una relación de reciprocidad, de amor y de entrega mutua. Sin embargo, era notoria la diferencia de disposiciones que cada uno presentaba hacía el otro, y eso era algo que todos notaban.

El parque parecía chico para su caminata de aquel día. Sus cortos, pero constantes pasos recorrían el lugar con rapidez, sin dejar espacio para el descanso ni para la completa observación de lugar. La gente pasaba a su lado, y los miraba con completa extrañeza, la situación los hacía reír, “Será que están celosos”, pensaban. Sin embargo, esa tarde, Santiago estaba triste, y no había nada que lograra hacerlo olvidar lo que estaba sucediendo. Sus largos y penosos recuerdos de aquella noche, cuando vio sufrir a su familia, cuando supo lo que le esperaba no podía salírsele de su mente, era como si algo lo obligara a mantener la mente en aquellos oscuros recuerdos, que había creído desechar hacía muchos años. Habían detalles que faltaban a cada uno de sus imágenes.

Por más que las palabras de Ofelia entraban en sus oídos, no podían hacerlo dejar de presenciar una y otra vez esa serie de ilustraciones en su mente. Al contrario de lo que habían sido siempre, esta vez, faltaban piezas, y no podía recordarlas. Caminó al lado de su amiga, pero no estaba con ella en realidad, sólo en presencia, pues su mente se encontraba muchos años atrás. “Creo que será mejor que nos sentemos, ¿No?”. Ella lo siguió y lo miró con preocupación. Noto en el instante que Santiago había vueltos a sus antiguas cavilaciones, y eso la preocupó hasta el límite, “De nada ha servido todo lo que he intentado de hacer. Soy una pésima amiga”. Él, por su parte, no podía notar estas reflexiones que se producían en el interior de ella.

Ambos se encontraban absortos en sus pensamientos, cuestionamientos y propios conflictos existenciales. Nuestro hombre, trataba de hilar sus recuerdos, y su compañera intentaba comprender porque no era capaz de ayudarlo. Las imágenes de sus pensamientos eran claras durante la mayoría del tiempo, mas, de un segundo a otro, todo cambiaba, todo dejar claro, para ser opaco, poco nítido. Mientras más se centraba, más se concentraba ella. Actuaban al unísono. Estaban completamente conectados, eran el uno para el otro; más que eso, era una misma persona.

De pronto, y sin previo aviso, las partes sin comprender de los recuerdos comenzaron a tomar sentido. La opacidad dio paso a una imagen completamente clara y nítida. Comenzó a comprender que las partes que había decido eliminar voluntariamente de su cabeza eran las imágenes en las que estaba Ofelia ahí dentro. Pero no entendía, ¿Qué hacía Ofelia ahí adentro? Ella no es de ahí, no la conocía, no existía en esa época. No es posible que hubiera recuerdos en que se presentase ella de un tiempo pretérito, de un tiempo en el que fuera en su país, o ¿Sí? Y si lo era, ¿Cómo?

El parque, los árboles, el pasto y el cielo azul, todo, con sus colores vivos y llamativos. Todo el lugar tenía un olor a naturaleza. No había nada que no encajara en ese espacio perfecto, sólo el mismo Santiago. Él, era lo único que no calzaba en ese gran espectáculo. Sus ojos cerrados y sus manos en su falda lo hacían parecer dormido, y así se había quedado. Su respiración denotaba una tranquilidad, una serenidad que llamaba la atención. Todo era paz, luz y claridad, hasta que un gran ruido lo despertó. Lentamente fue abriendo sus ojos. Pero ya no escuchaba a los árboles moverse con el viento, ya no sentía ni su olor, ni el calor del sol golpeando su espalda, por el contrario, sentía un frío que le calaba los huesos. Se encontraba en otro lugar, y eso era algo innegable.

¿Qué es ese lugar? No es lo que recordaba. No era el lugar donde había cerrado sus ojos por última vez. Se levantó e inspeccionó el lugar. Era blanco, monótono, y hasta un poco húmedo. Al otro lado de donde estaba parado vio un papel, o algo pegado a una de las paredes. Se acerco, y más que un papel, era una placa. La leyó con cuidado:



“Precaución: usted se encuentra con un ezquisofrénico.
Nombre: Santiago Franco.
Posibles personalidades: Ofelia, Santiago, Eyre”.


FIN

Texto agregado el 21-10-2007, y leído por 97 visitantes. (0 votos)


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