NO ME OLVIDES EN TU MUERTE
Ya no tiene sentido que lo niegues, Hugo, si ambos sabemos que vos siempre habitaste la ficción. ¿Acaso no recordás aquella ocasión en la que afirmaste que de grande ibas a jugar en primera y en la selección? ¿O cuando me dijiste, con un inocultable orgullo, que ibas a conseguir un trabajo estable y salir adelante? Pero no, nunca cumpliste lo que dijiste, siempre viviste entre falsas suposiciones y porvenires. Ah, no, esta vez no voy a creer lo que decís, que estás muerto, que ya no voy a ver nunca más a ese Hugo; el Hugo de las mil salidas, la sonrisa amplia, los hombros gachos, las zapatillas gastadas y ese humor siempre tan ácido y oportuno. Nunca lo abandonaste, ni siquiera durante estos últimos años, cuando parecía que la leucemia finalmente te iba a consumir y que te ibas a apagar.
Sí, ahora lo recuerdo, cuando nos llegó la noticia de tu cáncer, el desgarro y el pesar que nos causó. Fuiste vos el que se ocupó de levantarnos el ánimo a todos, tomándotelo con tu humor de siempre, que a las mujeres les gustan los pelados y entonces la enfermedad no podía ser del todo mala. Y sin embargo lo fue, avanzando lenta e inexorablemente, devorando hasta la última gota de tu ser, devorando todo salvo tu jovialidad, y vos negándote a aceptar la realidad; ya va a pasar, asegurabas. Me cansé de oírlo, querer convencerme de que alguna vez dirías la verdad, y al mismo tiempo saber que era otra mentira. Admito que fue casi un alivio escucharte diciendo que estabas muerto, al menos ya no repetirías que mejorarías; pero no me pidas que me lo crea. ¿Cómo voy a confiar en tus palabras si nunca me hablaste en serio? Sólo ahora te veo serio Hugo, ahora que estoy inmóvil a tu lado y vos me instás a que vocifere que estás muerto, que la leucemia finalmente pudo desdibujar la sonrisa de tu rostro.
No te entiendo Hugo, no entiendo esta mirada, esta mirada que nunca antes había visto, que nunca se vio reflejada en tus ojos. ¿Será que es verdad, que realmente falleciste, que no volveré a escuchar tu risa, tu leve canturreo, tu alegre silbido? Me rehúso a aceptarlo, por más grave que sea tu rostro, no para que luego te rías nuevamente y alcances a decir entre carcajadas que volví a caer en una de tus bromas. Ah, qué ingenuo que sos, todavía no sabés lo bien que te conozco, no recordás que crecimos juntos; siempre con una pelota al lado; los mates que compartíamos en esos atardeceres calurosos; cuando en la adolescencia te reías porque siempre atrajiste más a las mujeres. Pero entonces, ¿por qué no sonreís de una vez por todas, por qué no paran de caer lágrimas por tus mojadas mejillas, por qué continuás sollozando, por qué me pedís que no te olvide en mi muerte?
|