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I N U T E R O
Transportada a mis más profundas debilidades me vi envuelta en la cálida placenta materna, la madre tenía aquel rostro amado y el vientre tenía paredes que traslucían el mar de mi puerto, las calles con todos nuestros pasos impregnados, y el sol. Mis pequeñas manos se aferraban con fuerza al cordón que me sostenía, pero con la ingenuidad de una criatura presentía que aquello, cómodo y confortante, no sería eterno. ¿Cómo soportarlo sin ser herida por la ansiedad y la desesperación de quien se precipita a la nada, de cabeza al vacío?. Mi pequeño mundo me arrojaba lentamente hacia afuera y yo no podía soportar tal soledad, tal desesperación… mis manos a veces deseaban llevarse al cuello como una soga suicida aquel conductor de vida que pronto se cortaría, dejándome tan sola y desvalida como nunca antes había estado. Pero yo nunca he sido suicida, todo lo contrario, me siento tan atada a la vida y a mi mundo que temo y soy incapaz de abandonarlo, de morir o despertar en el umbral de la incertidumbre y la nada. Sin embargo llega el momento de nuestro destino en donde podemos leer claramente el final que tememos enfrentar y por mucho que cerremos los ojos y demoremos los desenlaces, el final de la transición siempre llega, estemos preparados o no para la muerte que nace de improviso.
Abrí los ojos del sueño y noté lágrimas en ellos. Él aun sostenía mi mano con fuerza, y el sol me daba la bienvenida bajo el amanecer de un nuevo día.
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Texto agregado el 20-10-2007, y leído por 74
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