Flaco alzo la vista y vio la casa de dios profanada, el pasto seco y edificios luminosos inimaginables por dentro.
Vio dos niñas felices porque la madre se había ido y ahora podrían prender dos cigarros a escondidas.
Flaco sintió el eco de las bocinas a eso de las siete de la tarde, producto de los micreros que quieren llegar a sus casas, a su mujer y a su hijo. Al te y a las noticias de las nueve.
Flaco miro hacia el lado y vio gente caminando ensimismada en sus zapatos, en las vitrinas, en los traseros colegiales y en el reloj. ¿Qué pensaran mientras miran el suelo-cemento, la vereda, el semáforo? ¿Pensaran que justo, en ese instante hay un flaco pensando en que pensaran?
Se sube algo bueno a la micro, entonces, mira y no evita las ganas de reír. Entran las ganas de sentarse al lado, pero demasiado tarde, el asiento lo ocupan.
Después de todo, piensa que esta bien ahí (la resignación) puede ver todo.
Ya se está haciendo tarde, el cielo oscurece y la gente cierra ventanas y vitrinas.
Hasta mañana.
Flaco mira al infinito y no encuentra mar, ni gaviotas, ni requeríos, ni nada. Ve en cambio, un cartel gigante donde tampoco se avecina el mar, si no que una enfermera culona anunciando una farmacia que quita cualquier dolor.
Flaco no sabe si cerrar los ojos e imaginar el mar y tratar de oírlo, o quedarse con las pupilas bien abiertas mirando el trasero voluptuoso.
Se queda con el trasero, pues cualquier día, en cualquier lado, puede imaginar el mar, a demás, el ruido de viernes por la noche no lo dejara escuchar la marea.
|