Me balanceo como un péndulo, a veces mis oscilaciones son más fuertes que otras, el centro de mi alma respira con energía y no me atrevo a mirar hacia abajo, me mantengo firme en mi mesotes favorito, donde las puntas de mis pies son libres y mis brazos pueden sentir el dulce viento que viene del norte. Dedos y palmas tocan mi torso , me empujan , me sostienen, de pronto resbalo y creo caer pero no es así, intento tomar lo que encuentre a mano para salvar mi pellejo, del que doy cuenta ha sido víctima y victimario de duros golpes y de cariño flameado.
Algo siento en mi rostro, humedad, como el rocío de esa mañana que entendí todo. Cada parte de aquello, total y completamente cuando al unísono lancé al mar del olvido la ira, la pena y el perdón como prometí. Sólo sé que esa vez tenía zapatos como nunca los había tenido puestos. Supe la forma de caminar con ellos y ganar años sin cumplir siquiera uno. Aún creo que me cuesta despegar mis ojos entre la tempestad y la calma. La llovizna se acerca, otra vez creo caer y es que después sólo es silencio, de esos que ensordecen y el extracto de tu belleza cae a pedazos frente mío aunque a veces intento reconstruir. Somos de pasión y papel, de errores y mostacillas, de libros densos, películas y baruchos. Totalmente frescos, de hielo, ron y clichés.
Acabo de terminar mi cigarrillo que está destinado a caer de mi boca hacia el vacío, mis ojos recorren su camino, guauu, por un segundo creo haber podido ver el fondo del abismo.