La calle está desierta, a lo alto un cielo plomizo me recuerda la infinidad de esta noche. Camino desvariando y sube el dolor a través de mis talones descalzos. Todos los rincones me reciben sin hospitalidad. Busco cobijo en algún hueco oscuro de esta ciudad, pero ella me obliga a deambular sin rumbo, sin sitio de llegada, sin salida. Camino sobre esta vida laberinto sin esperanza alguna, entonces llega la luz. Ese carro se me acerca con un chirrido estridente. Un golpe seco. Fin del camino.

El cuarto está desierto, a lo alto un techo blanco con la lámpara que apagué hace ya varios dias. Duermo y despierto consecutivamente y se me mezclan ficción y realidad en trozos intermitentes que dibujan mi estado depresivo. Nadie se acerca, nadie llama. Estoy sola. Sobre la mesa hay un frasco a medio destapar, me he obligado a soltarlo en cada intento. Camino sobre esta vida laberinto sin esperanza alguna, entonces llega la luz. Tomo el frasco y lo vacío en mi boca. Trago y muerdo mis labios fuertemente mientras mi cuerpo lucha por expulsar el líquido. Tiemblo convulsivamente, cae el frasco de mis manos. Un golpe seco. Fin del camino.

Muerte. Muerte.