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Quise extirpar de raíz aquel tronco que tanto afeaba mi jardín y para ello, utilicé un hacha, chuzo, serrucho, combo y cincel. Sacar ese tronco salió más difícil de lo que pensaba y como recurso desesperado, intenté quemarlo. Me premuní, para ello, de una caja de fósforos y papel arrugado que inserté en sus ranuras. Las cerillas se acabaron y ni siquiera logré que una mísera llama chamuscara su roída corteza. Eso provocó en mí, tal estado de exasperación que rechiné mis dientes, (siempre que me ocurre un contratiempo, hago lo mismo). Pensé en ese desgraciado evento que devasta enormes extensiones de bosques por el simple reflejo de un vidrio sobre la hierba reseca, hice mención a ese microbús que siempre aparece cuando no se le necesita y –por el contrario- se hace humo cuando más se le requiere. Cientos de situaciones exasperantes desfilaron por mi afiebrada cabeza. Rechinaban y rechinaban de dientes ante la memorización de aquellas odiosas paradojas. Una chispa saltó producto del restregar de mis caninos. Preferí salir a dar una vuelta para evitar seguir angustiándome con el asunto. Más tarde, cuando regresé, mi casa estaba convertida en cenizas…
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Texto agregado el 19-10-2007, y leído por 242
visitantes. (5 votos)
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Lectores Opinan |
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19-10-2007 |
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muy, bien a ratos ese tronco me exaspero tanto que me recordoa edgar allan poe, pero el final como siempre es un golpe a la mandibula y puf nok aut juliojeda |
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19-10-2007 |
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Este relato me hizo recordar a ese dragón intruso que irrumpía en mis sueños de infancia: "Una chispa saltó producto del restregar de mis caninos"... Pero también veo en este cuento una gran moraleja: mientras más corten nuestras ramas, nuestras raíces más se aferrarán a su suelo... Mis ***** para su autor.
Anua |
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