Porque me lo pidieron, subo de nuevo este bizarro relato. Saludos.
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Creo que exageré un poco, ¿pero no es acaso ese el trabajo del escritor?
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Hay unas quince personas sentadas alrededor de una fila de mesas. Ellos no lo saben, imagino que varios lo sospechan, pero yo estoy ahí para asistir a esa reunión de “cuenteros”. Paso de largo para recargarme en la barra, y le pregunto algo al bar-tender.
Sé que si asisto a la reunión, me costará trabajo escuchar las conversaciones, que ha habido disputas entre algunos de estos personajes, y que la mayoría de los presentes ignora mi existencia; pero no voy a permitir que el malvado de Juevesanto salga triunfal también de ésta. Si algo tiene qué decir o hacer, que lo diga o haga en mi cara y ya nos confrontaremos.
En la mañana, lo primero que pensé al levantarme, fue en la reunión, que se llevaría a cabo en el Sanborns de los Azulejos. El primer obstáculo que tuve que enfrentar, antes de mi recurrente miedo a los espacios abiertos y la invasión de extraterrestres con orejeras rosas, fue encontrar algo que vestir. Me di cuenta de que no sabía qué atuendo sería el indicado. Nada muy presuntuoso, nada muy descuidado.
No soy bueno en esas cosas
Segundo obstáculo. Llevo meses sin cortarme el cabello y éste no tiene forma, por mucho que agregue gel y lo mueva de un lado a otro. Debo ir con un estilista, algún experto que sepa su trabajo y no haga demasiadas preguntas.
“Los de Zona Rosa son buenos y no hostigan demasiado”, recuerdo la recomendación que me dio mi viejo amigo, Bartleby.
En mi auto, saliendo de la estética de Zona Rosa y bien acicalado, mi contadora Maribel me habla y me recuerda que nuestra cita es a las siete. Yo le miento, asegurándole que no la había olvidado. También me recuerda que en la noche, la desgraciada noche, cuando el firmamento de la ciudad da la apariencia de un infinito techo oscuro, debo visitar a Álvaro Enrique.
Estoy en las afueras de Bellas Artes y considero la opción de arrepentirme, alejarme de la reunión de “cuenteros, de todo peligro y olvidarme del asunto. Sin embargo, me doy cuenta de que hasta ese momento no me han venido mareos ni fobias, ni he visto algún objeto volador no identificado (OVNI) con extraterrestres de orejeras rosas. Debe ser buena señal y concluyo que por lo menos valdría la pena echar un vistazo.
El lugar está lleno de turistas. Con sus cámaras digitales toman fotos a rincones y marcos de la antigua construcción donde está instalado el ahora restaurante-cafetería-fuente de sodas-bar, Sanborns de los Azulejos. Las esposas e hijos de los turistas, de tez blanca-chapeada, vestidos con ropa de tonos pasteles, posan sonrientes a las cámaras. No puedo confiarme. Cualquiera podría ser el enemigo.
Llego al bar y entro. Inmediatamente sé cuál mesa es de la reunión de “cuenteros”, pero salgo sin haberlos mirado fijamente. Reviso los dos pisos del Restaurante de pies a cabeza y las diversas estancias, antes de regresar.
Al primero que observo es a Mosco, un hombre de aspecto serio pero que de vez en vez sonríe. Se encuentra en una orilla y se ve un poco alejado de los otros. Imagino que está tomado, o cansado, o segregado por alguna disputa interna. Después confirmaré una de mis teorías. Es de lo poco que alcanzaré a escuchar en el tiempo que me encuentre ahí.
Me le acerco y le pregunto sobre la naturaleza del evento y afirma lo que yo ya sabía. “Sí, aquí es la reunión de “cuenteros””. Jalo una silla, me presento nervioso y a casi todos les parece desconocido mi nombre clave, Lio_Mendez.
El resto de los asistentes se presenta y algunos nombres me suenan familiares.
Tlacuilo, el boxeador, es mucho más alto y robusto de lo que imaginaba, trae una barba de candado y viste ropa de cuero y gafas oscuras. Pichón de elefante usa anteojos –debe trabajar en el departamento de inteligencia-, sus pantalones traen figuras asiáticas y en su blusa están dibujadas las dos Fridas, que contrastan con las gruesas pulseras de oro en sus muñecas. Síntoma tiene arracadas en las orejas, nariz, cejas y labios, sonríe pelando los ojos de cierta incredulidad malvada y trae un mechón rojo en el cabello, que en la coleta se ve más llamativo y fosforescente. Blackelk es un hombre de barba blanca, tiene finta de ser un experto –un elemento antiguo- y me llama la atención su impecable chaqueta café de gamuza. Inssomnia, de ojos azules y movimientos elegantes, es amable pero siempre retacada; trae a un invitado, que la obedece y satisface en todos sus caprichos. Icnocuicatl es delgado pero de cuerpo correoso, fuma y ve con mirada peligrosa; es tal y como me lo había imaginado, por lo que había oído hablar de él. Prinzessin, el ángel delicado e inocente de la reunión, platica con Icnocuicatl, arreglándose las mangas de su suéter de casimir. Sabré que Prinzessin me había respaldado en otra misión, cuando días después me lo diga por medio de un mensaje satelital.
Converso con una mujer de personalidad misteriosa, pero que me da confianza y que se presenta como Zicaru. La conversación se alarga y ella me cuenta que lleva siete años trabajando de recepcionista en una casa de citas. Odia su trabajo, pero con el dinero atiende la enfermedad de su tía abuela enferma y paga el curso de adiestramiento de sus catorce pastores belga. Por eso ahora quiere cambiar de giro. De Pishuz nunca la oiré presentarse. Así me pasará con varios, incluyendo a Etoile_blue y Xoloitzcuintle, de quien después me enteraré -por voz de Bartlebymex-, es experto en el cambio de identidad. De Asesina_Serial, no tiene sentido describirla; no podía existir una mejor manera de nombrarla. Cuando me ve, me atemorizo y sé que con ella no debo jugar. Sonríe al detectar mi temor.
El tiempo pasa y después de realizar el protocolo, Síntoma, la líder que nos ha reunido ahí, nos avisa que es hora de hacer “La Tarea”. Sé que no estoy preparado, pero no soy el único.
Quisiera escapar y olvidarme de todo. Dejar esta vida atrás. Mas no voy a ser el primero en huir.
Me relajo cuando Prinzessin, después de haber leído su reporte, decide marcharse, moviendo con ritmo sensual la falda de su fino vestido. Me agrada su desfachatez de abandonarlo todo, una vez cumplida su labor.
Trato de escuchar lo que alguien más lee, pero me es imposible. No traje el dispositivo especial que me permite oír conversaciones a larga distancia. Al que escucho con mayor claridad, es al joven Aquí_estoy, que hace rato llegó, guardando una de sus navajas en su pantalón, para sentarse cerca de mí. Me agrada lo que explica de su trabajo. Percibo que tiene talento para la profesión en la todos nosotros estamos hundidos hasta el cuello.
Tlacuilo ha levantado la voz, mientras Blackelk le da indicaciones que no acepta. Pichón trata de calmar al boxeador, y los que nos encontramos en el otro lado de la mesa, no intervenimos. Un grito me hace caer en cuenta que hablan sobre el caso “Juevesanto” y trato de cuestionarlos al respecto. Bartleby me sujeta para que no me envuelva en aquel pleito. En eso, la discusión es interrumpida cuando las miradas se dirigen hacía la puerta del bar. Un sujeto con botas de pico, cinturón de hebilla de plata, sombrero y con una mujer alta en cada brazo, irrumpe ante la desconcertada vista de todos. Es Josedecadiz. Todos creíamos que había muerto. El silencio nos envuelve al ver a uno de los más afamados agente ahí, cuando de repente una risotada sale a los cuatro aires.
¡José! –grita Tacuilo de la emoción, olvidándose de la disputa.
Inssomnia se levanta y por un segundo pierde la postura para correr y saludar al charro. Todos quieren oír la historia de su escape de las islas negras, de su “perro muerto”: clave que se utilizó en la misión que Icnocuicatl perdió su brazo derecho.
Mientras ellos están distraídos con los detalles del relato, veo que desde el baño Prinzessin me hace señas. Al levantarme, Josedecadiz me pregunta a dónde me dirijo si está a punto de quitarse la ropa para mostrar sus 20 centímetros de cicatriz. Doy cualquier excusa. Llego y ella ya no está. Me ha dejado una nota en la que me advierte de un terrible peligro y confirma mis sospechas: “Varios han decidido cambiar de bando”. Está escrito con una elegante letra en un papel rosa y perfumado. Por mi mente pasan los rostros de cada uno de los “cuenteros” y sospecho. ¿Será Xoloitzcuicle? ¿Asesina? ¿Etoile con su facha de inocencia y audacia?
La mesa se ha vuelto un desorden. Ha llegado Regina_Mojadita y el consumo de alcohol ha transformado la reunión en fiesta. Tlacuilo discute de nuevo, pero ahora con Síntoma y Blackelk. Es una imagen extraña, porque por un lado bailan y ríen, y por otro casi se pelean siendo que Aquí_Estoy e Icnocuicatl han sacado sus armas y las han puesto sobre la mesa en señal de advertencia, y todo esto sin que logre escucharlos claramente. Veo a Mosco y, efectivamente, como lo había sospechado antes, está tan borracho que en un exagerado rugido lo oigo vomitar sobre la mesa. Esto lo veo desde el baño, cuando una voz llama mi atención. Es Pishuz. Me dice que urge salgamos de ahí, porque Juevesanto se acerca. Me niego. No quiero huir. Quiero ver a ese desgraciado y cobrarle de una vez por todas lo que ha hecho. Pishuz me pide que confíe en ella, dándome la clave secreta que tengo con Bartleby. “Preferiría no hacerlo”.
- Zicaru te estará esperando en el estacionamiento de Bellas artes en un Cadillac Blanco –me dice, volteando alrededor para asegurarse que nadie nos observe.
Lo dudé un segundo, pero la clave ha difuminado cualquier rasgo de desconfianza. Es hora de dejar que la suerte me guíe.
Bajo las escaleras y, en el Cadillac, veo a Zicaru un tanto nerviosa. Al subir, la tranquilizo. Ella quisiera estar con sus catorce perros y atender borrachos en la casa de citas, en lugar de encontrarse ahí.
- ¿Sabes quienes nos han traicionado? –le pregunto.
Pero no hace falta que responda. Una pandilla de malhechores se ha parado enfrente de nosotros y traen en brazos sangrando a Mosco y a Bartleby. Son Tlacuilo, Etoile_-bleu, Pichon, Regina, Icnocuicatl y Aquí_estoy. Veo en sus rostros la maldad. Ha cambiado la expresión de sus caras.
Zicaru y yo bajamos del auto con las manos en alto ante sus advertencias. No obtendrán información de nosotros. La poca que sepa Zicaru o la mucha que he ido almacenando en años al servicio de Gik, se irá a la tumba antes de traicionar al equipo. Veo salir a Juevesanto con su faz de degenerado acompañado –dolorosamente- de Josedecadiz.
Estamos perdidos y lo sabemos. El estacionamiento ha sido cerrado para acribillarnos. Juevesanto trae un guardia negro y alto, al que se acerca y besa en los labios, para después reírse de nosotros. Me da asco su hipocresía.
Han desenfundado sus armas y se disponen a dispararnos. Cierro los ojos y espero lo peor, sabiendo que nadie puede ayudarnos, porque nadie sabe que estamos ahí; sin embargo, repentinamente la voz de Blackelk se escucha del otro extremo del estacionamiento. Los refuerzos han venido para darnos la posibilidad de pelear. Inssomnia se ha puesto su traje pegado de batalla, Síntoma carga dos cuernos de chivo, Xolo saca sus espadas samurai, Prinzessin hace sus movimientos de karate. Ellos son los mejores peleando, pero aún así será difícil vencerlos. Juevesanto se ve confiado por contar con el respaldo de nuestros antiguos colegas, hasta que Síntoma prende un artilugio que lanza una onda directa al cerebro del enemigo. Ellos, excepto el negro y Juevesanto, caen de rodillas, quejándose del dolor en sus cabezas, y yo siento que debo de intervenir, pero Blackelk me pide paciencia. Cuando ha cesado el ataque de ondas, nuestros viejos colegas recobran la conciencia y en su expresión se nota un cambio. Han sido liberados del encantamiento perverso de Juevesanto.
Ahora sí, tengo frente a frente a uno de los peores villanos y es hora de que pague por sus crímenes y por lo que hizo a los otros “cuenteros”. Pero antes de que me le acerque, su amante el negro alto me lanza una granada de puntas, permitiéndoles escapar. Pienso perseguirlos, pero varios han sido heridos.
Ya en el hospital, me encuentro satisfecho al ver que ”loscuenteros han recobrado su voluntad y nadie se encuentra grave. Pregunto a Síntoma cómo fue que nos encontraron y dice que recibió una llamada de Garvas, previniéndoles... Ah, ese Garvas. Nadie sabe bien si es de los malos o los buenos, pero hoy cumplió con nosotros.
Al regresar a casa, me doy cuenta de que en mi celular he recibido varias llamadas de Maribel, mi contadora, reclamándome por no asistir a la cita. Trato de salir para ir a su despacho, pero en el cielo veo varios objetos voladores que muestran, por sus ventanas, extraterrestres con orejeras rosas. “Tal vez con ropa oscura no noten mi presencia”, pienso y trato de salir a la calle, pero al dar el primer paso me mareo y no puedo enfrentar aquel largo espacio que es la calle. Sudo y un temblor se acumula en mis brazos. No veré a Álvaro Enrique y no recibiré noticias sobre el paradero de Juevesanto. Espero que por lo menos los agentes de nombre clave: Astolfo y Carlosbloom, luego me den instrucciones.
Miro mi casa y se encuentra más vacía que de costumbre. Mi gato no aparece y hace frío. Es una ironía que la tv sea mi compañera fiel, recargada en su eterno e inamovible trasto. El teléfono está a mi alcance y no tengo a quien llamar. El silencio invade la realidad y disipa la fantasía. Una estrella fugaz se ve en el cielo y desaparece con rapidez, como un intento de chispazo fiel. El firmamento parece un infinito techo oscuro que cubre mi soledad y abraza la locura.
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