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Estaba por meter un pie en el zapato cuando notó que se había puesto una media al revés. Realmente, no era tan fácil distinguir entre lo derecho y lo inverso, pero igual se la sacó, la volteó y se la puso de nuevo. Se sorprendió al ver que otra vez estaba mal puesta, pero después pensó, ¡qué tonta! si al sacársela, automáticamente había quedado al derecho, por lo tanto no tendría que haberla dado vuelta después. Otra vez tuvo que quitársela, pero esta vez no logró invertir el lado del calcetín al mismo tiempo que se lo sacaba, entonces tuvo que enrollarlo nuevamente para extraer la punta que no mostraba la costura, lo que convencionalmente indicaba que ese era el lado correcto. Por fin las medias estaban parejas. Enseguida vino el transporte, tomó rápidamente su mochila, se fue corriendo y subió. Cuando iba caminando por el pasillo entre los asientos, percibió que había olvidado ponerse los zapatos, entonces unos bichos le revolotearon en el estómago y se sentó rápidamente mientras trataba de buscar una solución razonable al problema. Podía esperar que se bajen todos y quedarse escondida en el transporte hasta la hora de salida, pero tenía miedo de que alguien revise el vehículo y la encuentre, entonces la situación empeoraría. Podía armar un escándalo, diciendo que alguien le robó los zapatos, pero prefirió no culpar a nadie. Por fin se le ocurrió pintarse unos mocasines sobre las medias con marcador negro, pero esa no fue una buena solución, ya que, apenas bajó, todos comenzaron a mirarle los pies y a reírse a carcajadas, y eso que se había esmerado mucho en dibujarlos para que parezcan reales. Ella se fue corriendo por la vereda, dando pasos cada vez más largos y más altos, hasta que se echó a volar dando pataditas en el aire. “¡Qué bueno! ¡Cuando llegue a la escuela voy a contarles a mis compañeros lo fácil que es volar!”

–Moni, apurate que ya es tarde – le dijo su mamá por décima vez.

Mónica aterrizó en su cama y abrió los ojos sintiéndose un poco decepcionada de saber que lo del vuelo había sido un sueño, pero aliviada porque ahora podría vestirse como corresponde.

–Moni, apurate que ya es tarde – le dijo su mamá por undécima vez.

Mónica le sacó la nata al café con leche arrugando su nariz respingada y mostrando la puntita de la lengua entre sus dientes. Después comió rápidamente las dos rebanadas de pan con manteca: una zambullida, un mordisco, una zambullida, otro mordisco, y así sucesivamente.

–Moni, apurate que ya es tarde – le dijo su mamá por duodécima vez.

–¡Esperá que me estoy cepillando los dientes! –gritó Mónica, y se le chorreó la espuma de la boca, yendo a parar justo en su delantal. Se miró en el espejo: el pelo recogido con la cola de caballo dejaba en evidencia que tenía las orejas un poco grandes y trató de aflojar un poco el cabello de los costados para que no se notara tanto. Se puso los anteojos y salió corriendo porque ya se escuchaba la bocina del transporte escolar.

El colegio era una gran casa antigua que alguna vez debió ser hermosa. Seguramente perteneció a alguna familia adinerada pero, quién sabe por qué circunstancias del destino, terminó cambiando de función y, luego de varios años de descuido y vapuleo, estaba totalmente arruinada. Todas las aulas tenían grandes ventanas con restos de vitrales, emparchados con placas de cartón prensado. Al cruzar la enorme puerta de entrada uno se topaba con unos cuantos escalones de mármol gastado que llevaban a una antesala por la que se ingresaba a las dependencias de la primaria, en la planta baja, y en la que una gran escalera de madera polvorienta llevaba a la planta alta, donde estaba la secundaria. Ya la habían explorado con sus compañeros, pero no encontraron nada interesante. En cambio, en el sótano -un lugar lleno de pupitres rotos- descubrieron algo fantástico: en una de las paredes podía verse todo lo que pasaba en el patio, como si fuera una pantalla de cine, pero ¡al revés! Cuando le contaron a la maestra y se fue a ver, les dio la explicación científica de lo que ocurría. El sótano tenía unas ventanitas en la parte superior de una de las paredes, con los vidrios pintados de negro. Éstas daban al patio, pero allí quedaban abajo, ya que el piso del patio estaba en un nivel más alto que el del sótano. La maestra les dijo aquella vez: “Como pueden ver, la pintura de uno de los vidrios tiene un agujerito por donde penetra la luz del exterior. Como los colores que vemos son una propiedad de la luz, que es reflejada por un objeto, esta atraviesa el pequeño orificio de la ventana, como una lente convergente, proyectando en la pared interior opuesta una imagen plana pero invertida de lo que se encuentra en el exterior. Eso se llama cámara oscura, y de allí nacieron luego las cámaras fotográficas.” Los alumnos se decepcionaron un poco de que no hubiera magia en el asunto, pero después de eso la mayoría fabricó una cajita perforada como indicó la maestra, lo que resultó bastante divertido.

En la fila desordenada todos parloteaban animados; la alegría del reencuentro les hacía olvidar que otra vez comenzarían con la rutina escolar, las clases aburridas, los malditos exámenes... Pero también estaban los recreos y toda una hora después del almuerzo para jugar. La directora frenó el barullo con un silbato y arrancó con su discurso recordatorio de todas las reglas de la escuela, la puntualidad, la obediencia, la responsabilidad, los juegos que estaban prohibidos, etcétera, etcétera, y que ya sabían todos que tres firmas en el libro de disciplina implicaban un llamado a los padres.

Entraron a la clase. La nueva maestra, que se llamaba Josefina, no era muy joven, pero tampoco era muy vieja, no era fea, pero tampoco era linda... no era muy alta ni muy baja, ni gorda ni flaca. Pero sí era muy, pero MUY ABURRIDA. Ningún alumno atrajo su mirada sin brillo perdida en el infinito. No se le desacomodó ni un pelo castaño ceniza de su corte carré. Ese día las horas pasaron lentamente y por un momento Mónica deseó tener el poder de salir volando como en su sueño. La maestra escribía en el pizarrón y ellos copiaban interminables y monótonas lecciones.

Los bostezos continuaron los días y las semanas siguientes y todo hubiera seguido en ese estado infortunadamente fastidioso, si no fuese porque un día Mauricio vino muy eufórico -tanto que el pirincho rebelde de su cabello rojo estaba más parado que nunca y las pecas le titilaban en la cara- con la noticia de que había descubierto un pasaje secreto.

Después del almuerzo se fueron a investigar. Bajo la escalera había una puertita que daba a un lugar donde se guardaban escobas, palos de repasar, baldes y cachivaches. Una de las paredes de ese pequeño recinto tenía una madera floja. La sacaron y entraron en un sitio con el piso lleno de escombros. No se podía ver gran cosa, sólo ingresaba luz desde la abertura por la que habían entrado y era muy poca. Fátima, que era la más miedosa del grupo porque desde chica la habían engañado con cuentos como el del viejo de la bolsa, el lobizón, la llorona y cosas por el estilo, se prendió como una garrapata a Mónica, mientras mordisqueaba nerviosamente una de sus largas trenzas.

–Salgamos de acá, este lugar es asqueroso –dijo Lucía, que odiaba ensuciar su delantal impecable.

–Parece que aquí hay otra puerta. Pero no se ve nada –se oyó la voz Mauricio, que había sido tragado por la oscuridad.

Se pusieron de acuerdo y al día siguiente volvieron todos equipados con unas cuantas velas y una caja de fósforos. Después de atravesar la pequeña entrada fueron encendiendo las velas. Poco a poco se fue configurando la habitación en la que estaban. Era bastante grande e irregular y tenía el piso cubierto de escombros; en una de las paredes había, efectivamente, una abertura, con marco pero sin puerta. Se miraron todos con las velas bajo sus caras, que les daban una apariencia espectral. Alguien dijo “¡Buuuuuuuu!” y todos se rieron, un poco nerviosos.

Atravesaron la puerta como en una procesión. La habitación contigua era cuadrada y el techo era un poco más bajo. Allí también había una abertura que cruzaron ya con cierto temor, entrando en un tercer recinto, parecido al anterior. El techo les rozaba las cabezas. Tenía dos aberturas, una daba a una sala semejante, la otra a un pasillo bastante ancho, pero donde debían caminar agachados. Fátima lloriqueaba pidiendo que alguien la acompañe para volver, pero nadie le hizo caso.

–¡Cuidado! ¡No me vayas a quemar la cola! –le dijo Alfredo a Mónica, que por momentos se le acercaba peligrosamente.

–¡Y vos no vayas a tirarte uno, porque ahí sí que va a haber un incendio! – le contestó ella.

José se rió con un soplido, se le apagó la vela y frenó el tráfico hasta que la pudo encender de nuevo.

El pasillo tenía algunas aberturas hacia otras habitaciones. Las fueron explorando una a una. Mauricio se percató de que tenían algo que parecían ventanas, selladas con ladrillos sin revoque, semicubiertas por los escombros.

–Tengo la sensación de haber estado aquí antes –dijo Mónica.

–Yo también –dijo Mauricio.

–Y yo tengo el pelo lleno de polvo y telarañas- dijo Lucía preocupadísima, alumbrándose un mechón con la vela.

Siguieron caminando como viejos encorvados, saliendo luego a un espacio más amplio, entrando en otro más pequeño, y en otro pasillo y en otra habitación y en otro pasillo.

–Estamos perdidos –dijo Fátima asustada, cuando de repente todos comenzaron a sentir como si estuviesen siendo succionados. A medida que se adelantaban la corriente era más fuerte, hasta que se les apagaron las velas, se agarraron unos a otros de donde pudieron y se vieron envueltos en algo así como un torbellino, como un agujero negro… o una media que se da vuelta...

Cuando acabaron de girar estaban desparramados en el patio, mareados, despeinados, llenos de polvo. Nadie se percató de esta aparición intempestiva, ya que en ese preciso instante sonaba el timbre y todos corrían a clase. Se sacudieron y arreglaron como pudieron y entraron a su aula. No podían creer lo que les había pasado y hablaban a los gritos, como locos.

–¡Silencio! – dijo la maestra, pero nadie le hizo caso.

–¡Silencio! – gritó de nuevo, y nada.

–¡Sileeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeenciooooooooooooo! –se oyó de repente una voz de soprano impresionante y los últimos retazos del vitral de la ventana se quebraron. Todos se quedaron boquiabiertos mirando a la profe, que con las mejillas encendidas y los ojos brillantes exclamaba:

–¡Yo sabía que podía llegar a esa nota! Lo que pasa es que nunca me animé a practicar por miedo a que escuchen los vecinos.

Ahí mismo salió al patio y se puso a cantar el fragmento de una ópera. Todos comenzaron a salir de sus aulas.

–¡Bravo! ¡Bravo! –gritaban los otros maestros y todos la aplaudieron calurosamente.

Después de eso la directora se sacó los zapatos y comenzó a dar pasos de ballet. Un profesor le dijo que era una gorda ridícula, ella le tiró del cabello y se quedó con un peluquín en la mano. El profesor se puso a llorar mientras todos se reían a carcajadas y un nene se hizo pis de tanto reírse. Lucía, gateando sobre la tierra de un cantero, llegó hasta un charco de barro que se formaba debajo de una canilla. Comenzó a amasarlo con cara de éxtasis, pasándose después las manos por el delantal, la cara y el pelo. Mónica y Mauricio se miraron escandalizados cuando descubrieron que Fátima estaba dando saltitos sobre la muralla.

–¡Déjenme! –gritó, cuando fueron a rescatarla. -¡Yo no tengo miedo! ¡Tengo que practicar porque voy a ser equilibrista y trapecista!

Mónica, parada sobre la muralla, sintió de pronto unas enormes ganas de tirarse.

–Mauri, vas a ver que si yo me tiro desde aquí voy a salir volando.

–¡Cállense! ¡Ustedes están completamente locas! – dijo, y él, que era el más osado del grupo, se echó a llorar como un bebé, chorreando mocos.

Desde un recóndito sitio en sus aturdidos cerebros recibieron, sin embargo, una orden de contención. Sentados sobre la muralla pudieron ver a todo el colegio descontrolado: los alumnos de la secundaria habían despedazado sus cuadernos y lanzaban una lluvia de papelitos, dos profesores se agarraron a trompadas, tres maestras que jugaban a saltar la cuerda comenzaron a pelearse a los gritos porque una hacía trampa.

El portero monologaba un discurso político incoherente y a cada rato lanzaba hurras al partido anarquista: “Compañeros y compañeras, ha llegado la hora de soltar nuestros impulsos más indómitos en pos del orden y la justicia de los marginados y los locos, de respetar a los sapos que están en las veredas, a las arañas que están en el cielorraso, a las cucarachas en las mansiones de los burgueses, a las hormigas en los jardines del palacio de gobierno, a los microbios de los hospitales públicos, de abrazarnos al ideal de los relegados y dirigirnos por las sendas jamás trazadas de las verdades ocultas por la niebla de la razón, de construir los edificios que tengan el sótano en la azotea y la azotea en el sótano como corresponde desde el principio del fin, de luchar por el establecimiento de la jornada laboral de ocho minutos y treinta y dos segundos, de trazar una línea de puntos de aquí hasta allá y de allá hasta acullá y más allá para dividir el espacio en partes iguales que no pertenezcan a nadie y puedan ser cruzadas por cualquiera a cualquier hora, de tomar el desayuno a la hora de la merienda y almorzar a la hora de la cena, de arriar hacia arriba e izar hacia abajo la bandera de la anarquía. ¡Hip Hip! ¡Hurraaaaa!”

Una maestra hablaba en una lengua indescifrable, arrodillada en la glorieta junto a la estatua de Jesús, que seguía imperturbable con el gesto que representaba la frase “dejad que los niños vengan a mí”: “Intrus delimis transi vostram tentis suam, sip orcuentu datri mentis, orkut simis soni verrum caltris des pertul suxi dam orestis taramen. Delis cuaspir telis adrenolim comistrum.”

Parada sobre una silla, la maestra de preescolar recitaba un extraño poema, que se transcribe a continuación, si bien su lectura es por completo prescindible ya que puede ser pasado por alto sin hacer mella al relato. En caso de ser leído es necesario hacerlo en voz alta, con ademanes grandilocuentes y si es posible encima de una silla.

“Oh! ¡Divina podredumbre de las alcantarillas
que emanas tu fétido y embriagador perfume,
efluvios alucinógenos que se hunden en la incorpórea
presencia de la noche enmascarada!
Tendrás que recurrir a la palabra más antigua
sin otro anticipo que una indómita lengua húmeda,
sin otra particular seña que la serpiente venenosa
de una cueva oscura y sin salida a la intemperie.
No dejes de pestañear un instante siquiera
si te permites adular al hombre intrépido
que auguró la dicha de no incurrir en el abandono
casi inaugural de las facinerosas estelas imperiales.
No podrás arremeter en su contra por más
que intentes elucubrar tenebrosos argumentos
además de sufrir las intempestivas incontinencias
de un verborrágico ulular sin razón aparente.
Saltos epigonales de primigenia intensidad antagónica
que entrecruzan la estela inframundánica sin un recorrido
aparentemente preciso ni probablemente posible.
Debes ahuyentar las ingerencias de un ordenamiento
al discurso efervescente y diáfanamente oscuro
de la traducción directa del subconsciente limpio y turbio.
No podrás interpretar la imposibilidad de su presencia
en una desmedida pregonización de trámites inconclusos
sin la debida y esmerada filtración de sus horrendos fines
ante la superficie imperturbable, recóndita y apacible
de la locura.”

Algunos alumnos corrían de una punta a la otra del patio con los brazos cruzados sobre el pecho chocando a todos los que se encontraban en su camino, otros llenaban de graffiti las paredes con tizas y crayolas, realizando enmarañados dibujos de línea ininterrumpida que enlazaban figuras de extraños animales y plantas con maquinarias inverosímiles. Alfredo destrozaba las plantas del cantero, José pateaba los basureros desparramando los desperdicios por todo el patio, el profesor pelado se había puesto su camisa a modo de turbante y su campera como capa, y con un palo haciendo de sable luchaba con un contrincante imaginario. La maestra continuaba rompiendo vidrios con sus agudos, la directora seguía con su ballet y su peinado lleno de spray se había transformado en la copa de un cocotero.

–¡Todo está patas para arriba! ¡Mami! ¡Maaaamiiii! – dijo Mauricio, sin parar de llorar.

–Bajemos –dijo Mónica, se paró sobre la muralla y, tomando a sus compañeros de los codos se lanzó al aire. Moviendo las piernas como una rana atravesó volando todo el patio y aterrizó en el corredor.

–Obviamente, lo que está pasando aquí es totalmente absurdo –dijo, muy segura de sí misma. –Esta no es la escuela que nosotros conocemos. Ese pasaje secreto nos ha traído a una dimensión diferente de la realidad, como si fuera el resultado de un movimiento profundo y semiconfuso de resortes del subconsciente tocados por nosotros en sincronía directa o indirecta con elementos sensoriales del mundo exterior, por cuya función o ejercicio la imaginación, exaltada automáticamente, ha quedado liberada de las normas técnicas rígidamente controladas, haciendo que ninguna clase de prejuicios o miramientos cívicos, históricos, académicos o de cualquier otra índole puedan cohibir el impulso imaginativo– agregó, no tan segura esta vez de su descabellada explicación, basada en argumentos que seguramente habían quedado grabados en su mente provenientes de alguna de sus incursiones en la enciclopedia Encarta. Por supuesto, nadie comprendió una sola palabra de lo que había dicho.

Mauri pudo controlar su llanto y se secó los mocos con la manga de su guardapolvo. Entonces dijo:

–Creo que deberíamos reunir a todo el grupo y entrar de nuevo en el pasadizo. A lo mejor así podemos regresar a la normalidad.

Tuvieron que zarandear un poco a los compañeros, que andaban como hipnotizados haciendo tonterías por ahí, y fueron todos hacia la escalera. Cuando revisaron el cachivachero ¡no tenía ninguna abertura! Era imposible quitar las maderas. Tampoco se rompían al patearlas, como si tuvieran un muro detrás. Casi en el instante en que todos comenzaban a descontrolarse de nuevo, a Mónica se le cruzó una imagen por la mente, como una ráfaga intuitiva:

–¡Vamos al sótano! ¡Agárrense todos! –y los llevó volando antes de que pregunten por qué.

Cuando bajaron, vieron el jolgorio que se desarrollaba en el patio proyectado en forma invertida sobre la pared.

–¿Y ahora qué hacemos? –preguntó Lucía, chupándose un dedo lleno de barro.

Mónica apoyó la mano sobre la “pantalla”; se percató de que no era sólida y sintió una leve sensación de absorción.

–Esta debe ser la salida –dijo, acomodándose los anteojos. –Agárrense de las manos y crucemos.

Un remolino vertiginoso los echó de nuevo en el lugar subterráneo lleno de escombros. Por un momento entraron en pánico, porque estaban en la más completa oscuridad. Mónica trató de hacer memoria y comprendió por qué ese sitio le había parecido conocido. Tenía el mismo plano de la escuela, como si estuviese volteada hacia abajo y rellenada con escombros. Dedujo que estarían en la zona próxima al sótano y trató de trazar en su mente el mapa de regreso. Todos la siguieron, caminando como ciegos, chillando cuando alguna telaraña les rozaba la cara.

Cuando por fin lograron salir del lugar, se miraron todos. No había nada extraño en ellos; incluso el guardapolvo de Lucía estaba limpio. Volvieron al aula y retomaron las clases aburridas, y peor aún, después de la tremenda experiencia vivida, obviamente, no lograron prestar atención a nada de lo que decía la maestra.

Cuando ya estaba por llegar la hora de salida, a Mónica se le ocurrió preguntar:

–Profe, ¿a usted le gusta la ópera?

Desde el infinito, la mirada de la maestra dio una vuelta y descendió sobre Moni lanzando chispitas y encendiendo su cara pálida. Su corte carré se despeinó un poco cuando dijo entusiasmada, con una voz cantarina:

–¡Sí! ¡Me encanta!


Andrea Piccardo

Texto agregado el 18-10-2007, y leído por 827 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
01-11-2007 Cuando hierve algo en la olla ésta desborda, asi leí tu cuento en un crescendo de imaginación que por momentos hizo saltar la tapa de la olla. Imaginación a todo galope que en ciertos pasajes conviene refrenar para dejar la carrera sin obstáculos. Te felicito. ha sido un gustazo ninive
20-10-2007 Me gustó este cuento, me recordó a los cuentos de Cortázar donde los protagonistas son niños. Muy interesante. Tiene pasajes muy divertidos y pasajes cómicos. Me encantó este cuento. Muy bien por los detalles sutiles, la trasnformación de la maestra aburrida cuando le preguntó Mónica si le gustaba la ópera. El discurso del portero anarquista, la explicación ensiclopédica de Monica, son pasajes que me encantaron y me hicieron reir. Creo que este cuento, con algunos arreglos mínimos puede llegar a ser un cuento, digamos, publicable, yo creo que los lectores de once años por ahí, o los más chicos, lo van a disfrutar mucho; igualmente los adultos que conservan aún su espíritu soñador y libre de esquemas en su interior. Saludos, amiga!!! romquint
20-10-2007 La idea es estupenda, y aunque la estructura es un poco confusa y hace que se pierda un poco la elegancia, es un texto bien desarrollado. Eso sí, la típica falta de los americanos: "trató de aflojar un poco el cabello de los costados para que no se note tanto", por "trató de aflojar un poco el cabello de los costados para que no se notARA tanto" (no es una crítica a los americanos, que nosotros las decimos más gordas, eh?). Lo mejor: el conseguido delirio colectivo del colegio al revés. Magnífico. Es, en suma, un cuento muy interesante. chorizoensalchicha
20-10-2007 ¡Que tenías razón al decir que era un poco largo, la tenías !!! Sin embargo lo has escrito de manera tan interesante y absolutamente original que "casi" ni me di cuenta del detalle, jájáa...pero, (siempre un pero) estoy en un todo de acuerdo con Sofiama que me sorprendió en su opinión, tan acertada y evidentemente conocedora. Siguiendo apenas lo que comenta, te podría salir excelente!!! IGUAL 5 * MujerDiosa
19-10-2007 Bien, he leído tu cuento con mente muy abierta. No creo que sea un cuento para adolescentes, sino para adultos niños (como mencionaste en tu invitación), ya que siendo una historia de corte fantástico, el adolescente podría perderse en la trama, puesto que los recursos que tu has usado para darle ese carácter de fantasía a la obra, podría hacerlo perder cuando la trama se empieza a desarrollar. Cuando haces la introducción del cuento y hablas de una media que Mónica- el carácter principal de la obra- se pone al derecho y al revés y luego termina pintándose en la media un mocasín con un marcador y que cuando ella sale del bus los otros niños se ríen de ella por lo que hizo, etc., solamente un lector ávido y adulto nota que vas a hacer una comparación entre un mundo que pertenece a la tercera dimensión y otro que pertenece a una dimensión espacial diferente a la que los seres humanos estamos acostumbrados; por ello, mi aseveración de que éste es un cuento para adultos. La orientación que le das a la trama para establecer la disposición interna del relato es excelente: me refiero a todo lo acontecido en el sueño de Mónica, sin embargo, creo que las acciones que soportan esa trama que quieres desarrollar es pesada para el lector, ya que utilizas muchos elementos a la vez: lo del portero, lo de la maestra que hablaba en latín, lo de la maestra de pre escolar subida en una silla recitando (que por demás es muy largo lo que recita), lo de los alumnos que corrían de una punta a la otra, lo del remolino, entre otros, pudieran cansar al lector, puesto que son muchos recursos usados a la vez. Esto es un poco peligroso hacerlo cuando de fantasía se trata, ya que el lector tiene, por obligación, que situarse en algo que no es común y corriente, y tantos elementos juntos lo pueden cansar, y por ende, abandonar la lectura. Creo que en tu afán por reforzar la trama, te excediste en el uso de muchos elementos a la vez. A pesar de todo ello, tú logras culminar el conflicto de una forma fresca y agradable a partir del momento cuando los niños salieron del lugar y notaron que no había nada extraño en ellos, hasta el final de la obra. Desde el punto de vista lingüístico, como siempre te lo he dicho, tienes un gran dominio y conocimiento de la palabra. Desde el punto de vista creativo, eres ingeniosa, y eso, me encanta. Mi recomendación es que por ser éste un buen tema que estás manejando podrías acortar un poco la sucesión de los acontecimientos, porque todo ello transcurre en un lapso muy corto, por lo que la temporalidad (una de las características de una buena narrativa) no está acorde con los acontecimientos que se desarrollan (me explico: hay muchos sucesos para tan poco tiempo), y esa es la razón por la cual los estados de ánimos de todos los personajes que intervienen en tu obra, se sienten como una tormenta que avasalla al lector. De todas maneras, tu imaginación vuela muy alto y eso no lo hace cualquiera, así que muchas estrellas para ti. Sofiama
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