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- Cuando las cenizas del último Sabio Griego fueron disueltas por las aguas del mediterráneo, la Madre Naturaleza hechó sus maldiciones sobre el resto de los hombres por haber sido incapaces de comprender su condición divina de ser, a pesar de los celos de Urania, descendientes directos de Afrodita y Dionisos. Despreciaron los dones maravillosos que el Universo les concediera y quebraron, con su cobardía y su indiferencia, la armonía que debía reinar en la tierra hasta el final de los tiempos. Sentenció la Madre Naturaleza que un hombre habría de nacer, en iguales condiciones a todos los demás, pero con la diferencia de serle dado el poder de dominar al resto de las especies, incluyendo la propia, para robarles su grandeza y su inmortalidad. Los hombres se verían, entonces, condenados a combatir eternamente a este monstruo, hijo suyo, que habría de confundirlos hasta la locura, dándoles a beber la insignificancia y la normalidad, convirtiéndolos en seres indistintos y sin gracia, que no pasarían de ser para el Universo más que parte de la cadena alimenticia. El hombre, pues, nació. Pero llegó el día en que cansado del olvido y de la renuncia de los corazones, decidió enseñarle a su pueblo, a través del dolor, que el ser dioses es una facultad de los hombres que tienen todos por igual, y habría de enseñarles también, a costa de su propia sangre, que la igualdad fue una gracia que se les otorgó junto con la razón, y que el error de haberse dejado vencer por ejércitos de su misma naturaleza era imperdonable. Tardarían muchos años y vivirían bajo el yugo de cientos de dioses falsos antes que pudieran comprender la lección, sin embargo, en los años venideros habría de recaer sobre ellos la maldición otras mil veces, haciéndola interminable, pues no se cansarían nunca de equivocarse - .

No entendiste nada, ya sé.

- Que es muy fácil inventarse dioses, que nosotros mismos tuvimos la culpa de dejar que otros iguales nos aventajaran, es eso, y no estoy hablando solo del imperialismo y de la religión, estoy hablando de que siempre nos inventamos dioses porque nos tienen convencidos hasta el cuello de que no somos nada. Aquí, en la tierra, somos hombres, y somos grandes. Que no somos más que parte de la cadena alimenticia, y que venimos siendo menos que nada en el universo bueno sí, eso sí es cierto, pero aquí en la tierra somos dioses hermano, y no nos hemos dado cuenta, por eso nos pasamos la vida llorando. Para ser dioses aquí en la tierra es necesario aceptar de una vez y para siempre que no somos sino una semilla entre las miles que hay esparcidas por todo el universo -

Me di cuenta que seguías sin entender, entonces te dije que lo olvidaras y te pasé un escrito poético, luego, te mostré el cuento que había escrito hacía unos días para que lo leyeras. Entonces tomaste las hojas, echaste un vistazo y te sentaste a leer. Cuando acabaste, con una expresión de incredulidad al verme tan pequeña, preguntaste: - ¿Tu hiciste todo esto? -. Yo no soy presumida pero, al verte allí, sosteniendo mis hojas con cara de estúpido, te respondí: - Sí, pero eso no es nada, hay otros que sí son largos -. Era verdad, y eso que no te estaba hablando de su contenido, sino de su extensión. No te diste cuenta pero estabas una vez más propagando la maldición, te estabas levantando dioses. Volviste a mirar las hojas, leíste nuevamente unos cuantos renglones y de nuevo preguntaste - ¿en verdad lo hiciste tu sola? -.

Te dije que si. Entonces bajaste la mirada como pensando y tratando de lanzar una gran pregunta dijiste: - ¿Pero las personas que escriben es porque están tristes?-. Al escucharte aquello me dieron unas ganas tremendas de reír, porque me dolió claro, pero no lo hice y en cambio te respondí muy doctamente con absoluta tranquilidad: - No necesariamente. Algunas personas escriben porque tienen mucha imaginación y se les facilita, pero sí, hay casos -. Nadie nunca hubiera podido siquiera sospechar que mi necesidad por las letras hacía mucho que había sobrepasado los límites de la tristeza.

No sabes lo que me hubiera gustado decirte que sí, sí, hay casos, muchísimos, en que las personas escriben porque necesitan un lugar donde derramar su sangre para no dejar rastros evidentes a su paso, que escriben porque es su castigo, su maldición particular, además me hubiera gustado decirte que tu pregunta fue exacta y hasta inteligente y que efectivamente ese era mi caso, pero no te lo dije, no te lo dije porque no eras tu quien yo quería que fueras, y aunque no tengo derecho de pensarte distinto de lo que eres, pues no eras sino tu, un chico de oficina bien peinado y con la camisa por dentro, un chico que no habla de evolución sino de progreso y lo encuentra en trabajar fuertemente para poder comprarse un carro, y más adelante tal vez tener un casa propia, trabajar para ver si algún día consigue conocer el Sun Raise Resort en Bonaire, o al menos un casino para pobres en Las Vegas, sin imaginarse jamás que el trabajo también hizo parte de la maldición de la Madre Naturaleza y que lo normal sería que se diera solo a nivel artístico o para bienestar de todos los hombres, más no como el medio de producción que más han acumulado los capitalistas, pues por si no lo sabes, el hombre explotado hoy en día también constituye capital. Y puede que para ti esa vida suene grande, son tus dioses, pero para mi no eres sino el chico que después de las cinco dirige un grupo de danzas folclóricas y que no tiene el alcance suficiente para comprender todo lo que pasa aquí adentro, el caos interno generado por el caos eterno del Universo. Y lo que te entregué no fue más que una curiosa historia que se podía mostrar, que se le puede mostrar a cualquiera, yo nunca te hubiera dado nada que no pudieras comprender. Espiabas lo que yo estaba haciendo, así que antes de mostrarte el cuento te di a leer un pequeño preludio poético escrito por otro demonio. Cuando acabaste solo dijiste – ah, bonito – y yo supe que te había dado a leer en africano. Entonces para no hacerte sentir mal te dije – yo aún no lo he leído, pero no te fijes de a mucho porque lo escribió una amiga mía y mi amiga está loca, mejor lee esto, es más bonito – y te entregué el cuento. Te conté que se me había ocurrido una tarde en que no pude dormir pero en realidad traía la idea desde hace tiempo. – Lo de la Puerta es cierto, me lo contó mi tío – te dije, pero no seguimos hablando porque ya eran las doce y tenías que salir a almorzar. Eso me salvó de tener que darte mas explicaciones sobre cosas de las que ya preguntabas demasiado y no me interesaba hablar y antes de que resolvieras invitarme contigo (y evitando así el riesgo de que durante el almuerzo se te ocurriera que a largo plazo yo pudiera ser tu querida esposa) me despedí sonriendo.

Tal vez si hubieras sido otro me habría quedado y te habría explicado todo cuanto quisieras saber de la Puerta y hasta de la historia del hombre, es más te habría enseñado a preparar el Vino de Vepolia y te habría dicho que bebiendo solo dos copas se puede llegar hasta Irmal, el lago donde están las Damas Verdes que son las hadas de las esmeraldas. Te habría contado que todas mis divagaciones las construí sobre la Biblia de Lilith, la primera mujer y el primer vampiro, y te habría revelado además el secreto de que Lilith es Vilma, mi amiga, la que escribió el preludio, y que contrario a lo que cree mi mamá los símbolos en las paredes de mi cuarto y la marca del infinito que tengo en el tobillo derecho no tienen nada que ver con ritos satánicos. Pero estás muy lejos de poder entender a Pynk Floyd, de sentir a Kurt Cobain, de aceptar que lo que es malo no es el egoísmo del hombre sino creerse que son seres de razón cuando precisamente la Madre Naturaleza los maldijo por no utilizarla equilibradamente, y de entender que los hippies no son solo vendedores ambulantes sino artesanos, hombres que sin plena conciencia de los hechos optaron por ser libres pero terminaron en las garras de la podrida sociedad y sus malas políticas económicas. Así no habría sido posible hablarte de la tristeza por la que preguntaste, mucho menos contarte cómo es que nace la prosa cuando de repente escuchas el aletear de un caballo que vuela en medio de las cincuenta gotas del nuevo sedante nervioso que acabas de ingerir.

Eras tu, y no tenías porque ser otro, pero yo tampoco tenía porqué quedarme, si me hubiera quedado todo me habría dolido más, mirarte y saber que nunca te enterarás de los espejos de la seducción, ni de la canasta de peras, no sabrás quién le pintó estrellas a la noche ni para qué rey marino trabajan los gusanos de seda, no sabrás tampoco que cerca de tu casa hay un lugar que se llama la Loma de las Libélulas donde habita el mejor panadero del mundo, ni que tu presencia me deprime más cuando me doy cuenta de que yo también busco dioses porque pertenezco a esta especie maldita, y que eso significa que contigo tampoco voy a hacer el amor ni a contarte bajo las estrellas de la Puerta 33.

Soatá, Junio 3 de 2003

Texto agregado el 25-03-2004, y leído por 383 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
13-04-2005 me fascinó, un lindo escrito. Que pena que no fueran el uno para el otro. El era él, pero tú nunca fuiste tú, siempre bajo el manto.... "pero aquí en la tierra somos dioses hermano, y no nos hemos dado cuenta, por eso nos pasamos la vida llorando" :) BRUNET
26-05-2004 Me gusto. Gatoazul
04-04-2004 De veras que me impresionó, mujer, este trabajo tuyo. Es la segunda ves que lo leo, pero en esta ocasión, para dejarte un comentario. y mis aplausos. (Entiéndase estrellas) torovoc
 
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