Había una vez, un Doctor que era presidente de la republica y le gustaba hacer muchas inauguraciones de obras del estado en campaña reeleccionistas, pero un día se le formó tremendo alboroto en una de esas actividades, llenándose el lugar de confusión y pánico.

En el alboroto decenas de guardias armados hasta los dientes se movilizaban violentamente entre la multitud de civiles que habían acudidos al lugar en busca de la fundita colorá llena de alimentos que el Sr. Presidente acostumbraba entregar.

El Doctor también ayudaba monetariamente a algunas personas las cuales se colocaban en una larga fila para recibir una papeleta de un peso oro.

El presidente tenía problema en la vista desde hacia algún tiempo, razón por la cual siempre entraba un fardo de papeletas de un peso en el bolsillo derecho y en el otro algunas papeletas de cien.

Las papeletas de un peso eran para los pobres que acudían desde muy temprano a la actividad presidencial atraídos por la fundita y el peso, aunque tenían que hacer la larga fila para estrechar sus manos con la del presidente y en ese momento culminante discretamente el mandatario le entregaba el peso, el cual llenaba de alegría a los salientes de la fila.

Las de cien pesos estaban reservadas para personalidades del lugar que acudieran donde el Doctor en busca de ayuda o aquellos dirigentes de oposición que decidieran apoyar al presidente públicamente.

Precisamente el alboroto se originó en la fila de un peso, cuando el primero en la fila recibió su papeleta y de inmediato salió como un loco de la actividad saltando por el camino de un lado a otro como un chivo, el excelentísimo Sr. Presidente al percibir tal actitud de inmediato le ordenó a uno de sus generales que lo detuvieran lo más rápido posible, pero el hombre desapareció con su papeleta en mano, movieron cielo y tierra para atrapar a dicho hombre pero nada, parecía que se lo había tragado la tierra.

El Doctor se mostraba insatisfecho por la incompetencia de la guardia presidencial y suspendió la actividad por el enojo tan grande que tenía, uno de los generales se le acercó al Presidente con mucho cuidado tratando de entender el incidente y le preguntó al oído:

-¿Doctor qué fue lo que hizo el hombre de la papeleta?

Y el Presidente aun muy enojado le respondió:

-No era de un peso, era de cieeeen.