“¿Qué churro de vida es ésta? No estoy dispuesta a seguir así” dijo y se dejó caer al suelo. Auuaa; tampoco había gran altura, quizás medio metro, el caso es que a la alcayata le dolió todo y se quedó un rato allí recomponiéndose del impacto. “¿Qué haces? ¿Estás loca? Sabes que lo que quieres no tiene ningún sentido” arguyó una de las otras como buenamente pudo pues se encontraba tras una enorme lámina a color del río Guadalquivir.
La alcayata cogió aire y dijo muy seria “¡basta ya! Lo de ayer fue lo último, ¡colgarme ese horrible mamotreto de madera que me hizo hasta doblarme!; esto no es vida, desde ahí atrás, clavada en la pared no veo, no siento, no vivo…no soy nada, sólo un objeto, para ellos sin vida, que tiene una función muy determinada. Ya me cansé, quiero ver mundo, rodar por él, oler nuevas cosas y no ese asqueroso ambientador de pino silvestre, escuchar el ruido de los coches en la calle y los pajarillos en los árboles y no la voz de pito de ese desquiciado niño chillón ni los ladridos de ese perro pulgoso al que parece que el rabo le saldrá un día disparado de tanto moverse. No me da la gana de quedarme más aquí, estable, inmóvil, viendo cómo se me va la vida en sujetar…y encima ¿para qué? ¿Recibimos, acaso, un “gracias”, un “enhorabuena”? nooooo, nada de eso”.
Las demás casi tiran las láminas de Van Gogh y Monet, muy horteras (todo hay que decirlo) que sustentaban. Esa loca de la alcayata no llegaría muy lejos con esa actitud. Cada cosa tiene su lugar y su función; desde luego ellas, no iban a cambiar eso.
“Bien, me voy, si quieren sujetar ese horripilante cuadro a punto de cruz, que se busquen una chincheta, esas son de lo más sumisas y desde que las empezaron a hacer de colores no hay quien mantenga una conversación con ellas, son de lo más esnob. Os echaré de menos” y dicho esto, empezó a rodar por el suelo hasta que sus compañeras la perdieron de vista.