Vas caminando con el mundo en tu espalda, que ni siquiera pesa menos que tu pasado. Como queriendo olvidar, hace siglos te tatuaste una sonrisa, y es todo lo que muestras a cualquiera que pase por ahí. Nadie ve otra cosa que tu cuerpo perfecto, la gente no nota las cicatrices, los moratones, el dolor. Los brazaletes para ahuyentar las miradas que curiosas intentan dar un vistazo a tu realidad, los comentarios fuera de serie, las tonterías y los chistes que los hacen reír para despistarlos. Los lentes de sol de vez en cuando, ocultando hábilmente los ojos hinchados y rojos de llorar, que ya no ven nada a su alrededor, la nariz tapada por fumar que no presencia otro olor que el de la pestilencia de este mundo, que te dañó completa y antes de florecer ya te había marchitado. Tus manos, temblorosas, no tocan otra cosa que no sean ruinas, sobras, de lo que quedó de ti. Y te engañas a ti misma hablándole de amores a tus amigas, diciéndole a tus padres que comiste en el colegio y que no tienes hambre, mientras te destiñes, te desgastas en tu realidad. ¿Hasta cuando más sufrimiento, si a la final la única que no te quiere eres tu misma? ¿Quién te enseñó tan ferozmente a odiarte de esa manera, siento tu la única culpable a tus ojos? ¿De qué manera ayudarte, guiarte, darte esperanzas para que sigas el camino que hace tanto dejaste atrás? ¿Cómo hacer para que oigas mis gritos suplicándote que te dejes querer, que me dejes ayudarte a devolverte la luz, si tienes tan golpeados los oídos que ya no oyes nada? |