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He escrito tantas páginas, no sé si todas servirán. Las palabras, pese a todo, se me escabullen y no logro dar con las bisagras de la historia. En los días buenos trabajo desde temprano por la mañana hasta que comienza a irse la luz. Descanso dos veces, para comer, antes de volver a mi rutina maquinal. He llenado diecisiete cuadernos en lo que va desde tu ida. ¿Recuerdas cuando fue? Si fue hace poco quizás es preocupante. No importa demasiado. Tú dirías que no importa demasiado. Continúa, me dirías, aunque continuar no tenga ningún sentido. ¿Puedo seguir así otro tiempo más? ¿Me dejarías seguir otro tiempo más? Claro, continuar, seguir, tú quieres que lo haga, que avance, tienes esa extraña confianza en mí que nadie más.

Algunas veces me detengo en medio de la tarde y salgo a pasear. Afuera la tierra está húmeda y muchas veces, casi siempre, nublado. Camino un poco nervioso y alterado, intentando relajarme pero sin lograrlo. Pero veces sí lo consigo, cuando me quedo estático frente a las pozas de agua, o absorto en los detalles del cerco de madera. No creo que eso importe demasiado, en todo caso. No creo que te importe que te lo diga, o que lo haga. No viene al caso. O quizás te importe, no sé.

Hoy por la mañana estuve pensando algunas cosas. Cosas diferentes a las que suelo pensar. Me relajé respirando profundo, inundándome los pulmones de ese aire tan mentolado que tiene este lugar. ¿Habré respirado estas moléculas antes? ¿Lo habrá hecho otra persona? Me preguntaba. Parecían moléculas de aire nuevas, vírgenes, siendo penetradas por primera vez por mi sentido favorito, aunque técnicamente el penetrado era yo. Me sentí importante y conquistador, poderoso y señor del aire, de ese aire, ese pedacito de mañana débil e invernal. Te hubiera gustado estar conmigo en ese rato, estaba afable y te hubiera abrazado sin pensar que el acto de por sí es un poco estereotipado. Sin pensar ni hacerte sentir que el contacto carnal es un invento de las películas estadounidenses, las mismas en que el beso de reconciliación hace llover (qué majadero, pensarás).

No me aburro en este sitio, aunque no he estado con nadie más desde que te fuiste. ¿Cuando te fuiste? Si fue hace mucho sería preocupante, al menos teóricamente. Podría estar perdiendo mis cuerdas vocales o la capacidad de gesticular. Ya no sería capaz de contarte esos chistes fomes y dinámicos que se me ocurren luego de tener un orgasmo. El peor de los momentos porque me deprimo, ya lo sabes. No sé para qué te digo lo que sabes, es una especie de manía tonta. Me deprimo porque se me vacían los ojos repentinamente, y aunque intentes acercarte, consolarme, y todas esas cosas tiernas, resulta imposible porque me alejo inexorablemente con la corriente de Humboldt mientras tú me despides con un pañuelo desteñido desde algún arrecife patagónico.

No sé tú, pero a mí la palabra orgasmo relacionada a un hombre me da escalofríos. ¿Te pasará a ti con las mujeres? ¿Por qué te conozco tan poco? Hay muchas cosas que me gustaría saber, pero nunca te pregunto, y aunque hables tanto cuando estás conmigo, y yo muy poco cuando estoy contigo, y mucho, cuando estoy solo, caminando por las habitaciones vacías, nunca me cuentas nada íntimo. Tú dices que esas cosas simplemente se saben, y me haces quedar como un niño. Me siento poco conocedor de las personas y de la vida, y un poco anticuado, oxidado. Ahora estoy oxidado y confinado en este exilio en que me dejaste. ¿Cuando vas a volver? Quedan un par de tarritos en la despensa, unos duraznos, unos atunes, luego de eso viene la nada terrorífica. ¿Cómo quieres que escriba si tengo que pensar en el futuro? ¿no te parece contraproducente? ¿Y si sucede algo y no puedes volver, y yo muero de hambre? Sabes que soy un inútil. Te esperaría en el portal observando cándidamente la ruta. Nunca saldría de aquí si dijiste que te esperara, que volverías. Si tú murieras sería fatal y tampoco me importaría comer.

Olvídalo. No consideres lo que te estoy diciendo, aunque no lo estás escuchando, ni tampoco lo estoy diciendo. Aunque lo esté pensando, y redactando así como atraviesan por mi mente las palabras. ¿Cierto que es vergonzoso? Tú me dirás: no, claro que no, no seas iluso, y sigue escribiendo. Para ti, como consejera, el asunto está bastante claro y la fe intacta. Para mí las cosas no son tan fáciles. De hecho, son muy difíciles. Llega un momento en que mi cerebro pareciera estar colapsando, deteniéndose; en que pierdo la noción de lo que estoy haciendo y para qué lo estoy haciendo, y me sobrecoge una sensación que me toma desde el estómago hacia afuera como comprimiendo mis músculos con un alambre bien apretado. Se siente que la sangre se hiela y cambia de color de rojo a pardo, y de pardo a azul. Y aunque deje de escribir e intente hacer otra cosa, como caminar o correr, la sensación no me abandona y empieza a marearme. Me sobrecoge y me hace dudar de todo lo que escribo, del sentido que va adquiriendo, de su finalidad. ¿Dónde estás cuando necesito saber la respuesta a tantas cosas?

Texto agregado el 17-10-2007, y leído por 194 visitantes. (0 votos)


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