Quizás para los otros fue más fácil, o al menos, llevadero. Imagino que los sucesos fueron el verdadero despertar del alicaido periodismo regional que por fin tuvo una noticia que reportar (dejando de lado el protagonismo absoluto que las protestas de comuneros mapuches por el aeropuerto habían alcanzado o la producción de papas en Carahue). Para mí, no sé si lo fue tanto. No sé si ahora, en este, digamos, refugio, me sienta de algún modo seguro. Tampoco fue fácil alcanzar el lugar, tuvimos nuestra cuota de acción y emoción; yo tuve que disparar el rifle a postones y mi hermano cargó el bate de béisbol con clara intención bélica.
Vi desde cerca cómo la resistencia era aniquilada en el cerro. Cómo se luchó con real encono, y como esos mismos comuneros resistían ahora contra los rubios como alguna vez lo hicieron contra el ejército de Chile y antes contra los españoles, y aún más atrás, tan atrás que memorias escritas no hay, en la guerra contra el expansionismo inca (como si los otros tampoco fueran expansionistas).
Creo que lo más emocionante fue el principio. Ver en la tele como la región cobraba relevancia, la gente por el messenger preguntándote cómo estaba todo, los weblogs atiborrados de mensajes de sujetos morbosos que querían tu visión de los hechos. Resultaba bastante patético y un poco penoso, al menos en ese entonces; y fue esa farandulización del conflicto la que me hizo ignorarlo casi del todo después, hasta que, por supuesto, fue inevitable.
Cuando ellos invadieron Lonquimay desde el paso Pino Hachado, entendimos que la cosa iba en serio. Los argentinos se descubrieron como colaboradores secretos del régimen ruso, como alguna vez lo fueron con los alemanes, alegando justicia histórica por la contribución de Chile con la Inglaterra de la Guerra de las Malvinas. De Lonquimay en menos de un suspiro cayó Malalcahuello, Curacautín y todos los campos aledaños. Los rusos se metieron hasta en Conguillio, con tal de eliminar toda vigilancia de la zona cordillerana, demostrando así una planificación matemática, y haciendo gala a la tenencia de los mejores ajedrecistas de la historia. No sé si es verdad o no, pero se llegó a pensar que tras las maniobras principales estaba de consultor Anatoli Karpov.
Lo que sí es del todo cierto es de la inoperancia del gobierno regional. En ese momento, en vez de atacar en grande, con el batallón más que dispuesto del regimiento Tucapel (en su mayoría conscriptos idealistas), prefirieron el diálogo, cuando a todas luces los rubios venían a aniquilarnos. Se escudaban en que todavía no había un solo muerto, que la gente de la zona cordillerana comenzaba a llegar a salvo a Temuco tras una gélida pero no violenta expulsión de los rusos. Decían que si atacábamos primero llegarían por mar, y que si caía Puerto Saavedra, y rodeados por las dos cordilleras, no tendríamos nada que hacer salvo morir con relativa dignidad. La historia esclarecerá esta inoperancia, que algunos atribuimos a oscuras razones; no faltará el que diga que en tan desesperada situación salvarte a ti y un puñado de los tuyos vale más que mil chilenos. En parte la gente se quedó tranquila por la intervención de la seremi de Gobierno Regional sra. Filomena Oñate, también psicóloga, que en el momento nos lavó el cerebro hasta el punto de convencernos de que los rusos venían en son de paz, incluso promoviendo la inclusión de un programa de doce puntos sobre "Políticas y Acciones de Gobierno para los Pueblos No Originarios". ¡Cómo pudimos ser tan idiotas!
Nadie escuchó la voz beligerante de los comuneros mapuches y los estudiantes de la UFRO, entre otras cosas, porque vivían reclamando por leseras. Alguien hace poco nos recordó un famoso cuento infantil, "Pedrito y el Lobo", extrapolándolo a lo que nos pasó a ese momento. Si no hubieran estado tan desprestigiados, si no hubieran reclamado siempre contra el invasor, contra la injusticia, si las palabras invasor e injusticia no hubieran sido más que unos conceptos lavados, por ellos, para nosotros, algo sin significado y que causaba bombas lacrimógenas muy desagradables cada cierto tiempo, más de alguno se hubiera unido a la famélica resistencia que realizaron.
Pero a pesar de todo, creo que la principal razón de por qué duramos tan poco, de por qué fuimos exterminados como ratas de la faz del planeta, fue que Chile nos dio la espalda. En su momento, el fervor patriótico llenaba de ira al país desde Arica a Punta Arenas, y todos acordaban traer al ejército a rechazar al invasor. Sin embargo, todo comenzó a cambiar cuando a través de varios comunicados internacionales Rusia manfiestó que su conflicto no era con Chile, sino con la región, y en los mismos discursos, dio lectura de la dotación militar que ya estaba alojada en Zapala y Neuquén. Para que tamaña mentira, que con el tiempo se esclarecería como tal, se creyera, fue de vital importancia la participación del lider político san carlino Juan Soto Petrushovski, pero de aquel oscuro personaje prefiero no referirme.
Lo realmente insólito ocurrió tiempo después, cuando Rusia atacó la octava región, argumentando que el conflicto era sólo con los distritos sureños, y que nada tenía que ver con el país, y Chile le creyó. Y digo, aparte del palmetazo motivacional que significó esto, la principal repercusión de este evento fue que el regimiento Tucapel fue retirado de la zona, "dado que pertenece al ejército de Chile, y la república de Chile, como país soberano y con una economía de crecimiento del 19%, no desea entrar en guerra con la superpotencia de Rusia", leyó ante nuestra perplejidad el vocero de gobierno de turno.
Quizás lo único positivo de esto, fue la creación de un sentimiento regionalista, y el linchamiento público de la seremi Oñate (noticia que dio la vuelta al mundo; incluso encontrándose el video de la muerte en YouTube). Pero a pesar de eso, ya era demasiado tarde: Lautaro, Victoria, Melipeuco, Vilcún y Cunco ya estaban bajo poder militar extranjero.
Los últimos días de Temuco libre se vivieron con un sentimiento de nerviosismo y emoción. Varios decidieron emigrar adonde fuera posible, adonde los rusos no estuvieran interesados. No servía la cordillera, que tenía potencial turístico, aparte de contar con un remanente de rusos que esperaban a los que intentasen entrar a Argentina (aunque algunos imbéciles partieron para allá, ¡Argentina! ¿cómo tan desinformados?), ni tampoco la zona lacustre, que pese a no estar invadida aún, probablemente sería el siguiente paso por el mismo argumento, por lo que varios tendían a huir hacia la costa, a la desolación de un mar tan agresivo como el de Puerto Saavedra, o mejor aún, la cordillera costera casi virgen de los campos aledaños a Traiguén, Galvarino y Chol-Chol. En la espesura de Malalche Alto, Malalche Bajo, Huamaqui, Peuchén, y tantos sectores del campo prácticamente desconocidos, se ofertó cobijo sensato para los huidizos y temerosos fronterinos.
Nosotros nos quedamos lo más que pudimos. Con mis propios ojos vi la caída del Ñielol, los batallones guerrilleros de universitarios y comuneros, dirigidos por el toqui Zapata, quien otrora fuera un respetado parlamentario y soldado cuyo linaje se remonta a leyendas artúricas y bíblicas, nombrado líder de la rebelión. Gracias a esos valientes, húsares de la muerte, es que me siento orgulloso de llamarme araucano, fronterizo, un hijo de esta tierra.
Fue por esta batalla, épica en todo sentido, que muchas ciudades decidieron tomar cartas en el asunto. Algunos perspicaces dirigentes acordaron la independencia de sus regiones, dado que Chile le daba la espalda a los más lejanos. Se declaró la emancipación de la región de los ríos, de los lagos y de los mares, estableciéndose el Cuartel de Apoyo General Araucano (CAGA) en Lanco, por su cercanía espacial. La liga del sur tomaría cartas en el asunto, pero eso todavía estaba por verse. Todo esto, sucediendo en paralelo al deceso de importantes próceres, de sangre antiguamente llamada chilena, ahora llamada araucana, en una región asolada por el invasor, superior en número, y en contienda desigual peleando por causas desconocidas contra nuestra gente. Pero a pesar de la sangre derramada, de la aplastante derrota en honrosa, mas fútil resistencia, un remanente quedaba escondido en los campos, refugiados en trigales, graneros y rucas, esperando el momento en que el toqui, o también llamado general Zapata por algunos antiguos combatientes, ahora peleando en la zona lacustre, en Pucón, y lo quedaba de sus tropas, lograran organizarse y ponerse en contacto con los hombres del oeste, en los que el sentimiento de lucha recién comenzaba a florecer, al punto que una extraña emoción parecía radicar en cada uno de ellos; un sentimiento de fervor, oscuramente arraigado, comenzaba a manifestarse. |